Las astronómicas patrañas de la astrología

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♪♫ When the moon is in the seventh house
And Jupiter aligns with Mars
Then peace will guide the planets
And love will steer the stars

This is the dawning of the age of Aquarius
The age of Aquarius, Aquarius, Aquarius ♪♫

Hubo una vez un tiempo en que se hizo una amalgama entre la superstición y la razón para explicar el universo. Aunque parezca un contrasentido, la astrología surgió para darle un sentido a la vida que fuera congruente con los componentes culturales de la gente. Pasaron los siglos y esta pseudociencia acabó por ser el resultado final de unos falsos conocimientos que se negaron a desaparecer pese a haber sido desmentidos reiteradamente desde distintas disciplinas y ángulos de la ciencia. De esta manera, esta charlatanería, que actualmente está opuesta a la astronomía, se ha empeñado en mantenerse a flote con cansinas artimañas y prestidigitadores que mienten más de lo que hablan.

Tal como he dejado entrever en el parágrafo anterior, la astrología ha sido una fuente de ignorancia en la humanidad, si bien ha pretendido desempeñar el rol opuesto. Y, ciertamente, abundan al respecto los artículos de escepticismo que la refutan con energía. A pesar de ello, esta pseudociencia todavía es popular y los creyentes en ella aún abundan como arroz picado. Por tanto, mi labor aquí no será estrictamente la de hacerles cambiar su manera de pensar, pero sí la de sembrarles la semilla de la duda para que germine en sus mentes la espiga de la razón y para que actúen en consecuencia con lo que ella dicta. Asimismo, he de exponer en tan sólo cinco segmentos los motivos por los que la magufada más antigua de todas es un fraude por donde se le mire y por donde se le analice.

1. ¿Por qué persiste este engaño?

La clave más evidente para resolver este “enigma” está inscrita en un factor que resulta ser más que obvio: la astrología aún existe porque aún hay quienes quieren creer en ella. Básicamente aquí está implicado el elemento intrínseco de la superstición en el cual hay un correlato erróneo entre un evento (extra)ordinario y una insondable causa que no alcanzamos a comprender a cabalidad. Hoy en día vemos cómo las personas tienen patrones erráticos de conductas que, como las estudiadas por Danilo Mainardi, se reducen a simple y llana psicología. Por cuestiones de la naturaleza humana ―y animal, puesto que ni las palomas se libran de tragarse estas boberías―, somos proclives a pensar que las posiciones de las estrellas tienen algo que ver con los acontecimientos cotidianos, por insignificantes que sean.

No obstante, más allá del evidente e inevitable comportamiento irracional de nuestra singular especie está la macabra intencionalidad. Lamentablemente, muchísimas personas todavía ordeñan estas ganas de creer mediante el uso de este dogma pseudocientífico a sabiendas que no tiene validez alguna, y para colmo de males estos charlatanes son premiados con los laureles de la popularidad. No en vano son más conocidos los embaucadores que los divulgadores de la verdad; si uno pregunta en la calle a cualquier transeúnte si sabe quién fue Edwin Hubble, pondrá cara de extrañeza, pero la cara le brillará del entusiasmo si uno hace lo mismo con Nostradamus. Al fin y al cabo, el mencionado vendehumos francés era un “visionario”, ¿o no?

Esta tozudez se basa en un viejo truco que antecede bastante a los medios de comunicación, por lo que no podemos culparlos de perpetuar estas farsas. La treta es simple y efectiva: hablar con ambigüedad. Mientras menos preciso sea el discurso, mejor, porque permite reescribirlo cuando se equivocan las profecías y da pie a que de él se pueda interpretar lo que sea más conveniente para el astrólogo. Esto concede la especial ventaja de reutilizar las mismas frases cliché, particularmente luego de acaecidos ciertos eventos importantes, como los desastres naturales y tragedias afines. Por ejemplo, la charlatana de Adriana Azzi aseguró en televisión que el 11 de marzo del 2011 ocurrirían varias catástrofes que nos cambiarían sobremanera.

Al igual que Azzi, hay un sinnúmero de astrólogos que van y vienen con estas maromas verbales o con otras parecidas. Grosso modo, estos falsos augurios son en su mayoría bulos puros y duros; al menos el 98% de las predicciones son erróneas, que no mentiras redactadas aposta. El 2% restante representa aciertos debidos más a la suerte que a las auténticas facultades adivinatorias del pseudocientífico. Para ser francos, esta minoría está conformada por frases sin contexto que pueden significar lo que sea en cualquier época y lugar, al estilo de “vendrá una nueva era”, “habrá un sismo” o “el país sufrirá reformas sociales/políticas”. Lo demás está constituido por invenciones, chifladuras y malintencionados rumores alarmistas del Armagedón.

Dicho de un modo distinto, los vaticinios astrológicos son catastróficamente erróneos. Los números lo dicen con claridad. El porcentaje de fracasos en esta magufada es tan alto que no puede ser ignorado, lo que puede confirmarse con una investigación casera, como la realizada por mi amigo McManus, en la que él desenmascaró a un farsante cuya predicción en el campo de la economía fue ridiculizada por una realidad financiera que estuvo lejos de ser como se la estaba imaginando. Si es así como estos charlatanes meten la pata con cosas tan observables y medibles como el flujo monetario y los movimientos de las placas tectónicas, ¿qué clase de fallos garrafales no tendrían al establecer las tipologías de los rasgos que describen los perfiles de la personalidad en cada uno de nosotros?

2. Forer al rescate

Uno de los mayores aportes  a las ciencias de la conducta humana tiene el nombre de lo que se conoce como el efecto Forer. Sobre este efecto se ha escrito una infinidad de artículos que la explican con lujo de detalles en los que no me adentraré, si bien haré una síntesis de ellos para decirles en qué consiste para el propósito que nos ocupa. En términos sencillos, este fenómeno psicológico es un sesgo impuesto por la persona que al leer alguna información astrológica cree que ésta coincide con sus características vinculadas a su comportamiento o a sus expectativas en cuanto a su porvenir. Asimismo, quien muerde este anzuelo supone que no está solo y por eso da por sentado que hay millones de personas que tendrán un destino idéntico al suyo por el hecho de tener en común el signo zodiacal.

Bajo esta premisa, los Tauros son así o asá, ídem si se trata de todos aquellos que nacieron en el año de la serpiente. De esta manera, en la astrología no se permiten diferencias ni matices que sí se consideran en ciencias como la psicología o la psiquiatría, en las que se sabe bien que el comportamiento humano es tan complejo e intrincado que no se puede reducir a clasificaciones arbitrarias que nada más se basan en la fecha o el año de nacimiento. Además, las pautas conductuales difieren mucho porque son el fruto de factores externos (e.g., crianza familiar, condiciones socioeconómicas, entorno cultural) que se combinan entre sí e impiden su agrupamiento según lo que diga el almanaque.

Para demostrar esto no preciso de extensas publicaciones científicas ni de análisis técnicos. Sencillamente me basta y me sobra con dar explicaciones sustentadas en el sentido común y con un poco de números. Hágalo usted mismo: tome un horóscopo cualquiera y marque para su signo aquel rasgo o predicción que concuerde exactamente con su vida personal. No olvide marcar aparte lo que no coincida. Luego compile todos los resultados y revise si hay alguien más que presente estas similitudes sólo por ubicarse en su propia parcela astrológica. Después, repita el proceso con las profecías de otros astrólogos, inserte en una tabla los datos recolectados y saque la cuenta para que vea cómo la tasa de aciertos es mas bien reducida cuando se trata de su carácter; en lo referente a su futuro, el tino del magufo ha de ser ocasional, mas no debido a sus habilidades místicas.

En esto último reitero una idea ya expresada: si el pseudocientífico de los astros da en el blanco no es por ser preciso, sino por ser vago. Sus frases proféticas no son nada salvo oraciones muy genéricas que parecen sacadas de algún librejo de autoayuda de poca monta, las cuales pueden valer para cualquier signo y no a uno en particular. Y para muestra un botón; Hermes Ramírez, alias “el Iluminado”, tiene un programa en la pantalla chica en el cual él es incapaz de decir algo con sustancia, por lo que se conforma con sugerirnos que nos tomemos las cosas con calma, que lo que uno produce es lo que uno gasta, que nos hagamos los exámenes de laboratorio para checar cómo están nuestros valores, y un etcétera de banalidades que este astrólogo suelta cada día durante unos 40 minutos.

Nimiedades sin neuronas como las citadas, con sus variantes, son dichas por los colegas del “Iluminado”. Éstas suelen darle vueltas al amor, la salud y el dinero, es decir, a las tres mayores preocupaciones de la gente porque éstas son aquellas de las que penden las relaciones conyugales, la vida y las finanzas, puesto que en general nadie quiere vivir solo, enfermo o pobre. Por tanto, la propensión a pagarle a un astrólogo que le diga lo que quiere oír se acrecienta más. El pseudocientífico, que es astuto de sobra, conoce a cabalidad estas tendencias y fabrica con ellas infinidad de predicciones “positivas” en las que su ansiedad es aplacada y sus deseos son cumplidos.

De ahí que la buenaventura astrológica es la hábil truculencia de pasar por alto los acontecimientos negativos y las diferencias psicológicas de las personas. Es rarísima la ocasión en que un magufo de estos le diga a sus clientes que se van a morir, que se divorciarán o que irán a la bancarrota. Esto se debe a que el pseudocientífico sideral no está interesado en los hechos sino en la venta de falsas esperanzas que se aprovechan de las expectaciones más habituales de la gente. Por tanto, sus palabras no son certeros vaticinios; son consejos comunes y corrientes que además de ser útiles para todos los signos zodiacales podrían ser dichos por su médico de cabecera, su jefe o su abuela.

3. El K.O. de la astronomía

Aunado a las tercas ganas de creer y a la tergiversación de los aspectos ordinarios de la personalidad al mostrarlos como si fueran extraordinarios está la ignorancia supina de esta pseudociencia en cada uno de los ámbitos del saber, en especial en lo relacionado a la astrofísica. La astronomía, en cambio, se ha distinguido por sus grandes conocimientos obtenidos en siglos de investigación que se han visto corroborados por una cantidad todavía mayor de evidencias recolectadas y de análisis que les han dado un sentido acorde a la realidad. He aquí un recuento sucinto de los hitos, logros y descubrimientos más notables de esta ciencia del universo a partir del Renacimiento:

  • Siglo XV: la comunidad científica abandonó el terraplanismo, adoptó la idea en que la Tierra es redonda y efectuó mediciones para demostrar esta afirmación. Las expediciones marítimas de los europeos facilitaron esta labor. No obstante, el geocentrismo siguió vigente, aunque no tardó en ir perdiendo adeptos.
  • Siglo XVI: Copérnico publicó De revolutionibus orbium coelestium (1543). A pesar de la censura, las posturas heliocéntricas de este erudito consiguieron difundirse y estudiarse posteriormente.
  • Siglo XVII: invención del telescopio (ca. 1609), el cual es mejorado unos 70 años después por Newton. Los trabajos de Galileo comprobaron el modelo heliocéntrico y realizaron hallazgos en el Sistema Solar, como en Júpiter, Venus, la Luna y la Vía Láctea. Johannes Kepler, contemporáneo de Galileo, completó y corrigió el modelo heliocéntrico revivido por Copérnico. Christiaan Huygens encontró los anillos de Saturno y la nebulosa de Orión (1655).
  • Siglo XVIII: Edmund Halley halló que las estrellas Sirio, Proción y Arturo no estaban en la posición astronómica señalada por los antiguos griegos (1718). Charles Messier elaboró un catálogo de objetos astronómicos nombrado en su honor (1771). William Herschel descubrió Urano (1781). Seis años después, Herschel encontró dos de sus satélites y en 1789 halló dos en Saturno. Nacimiento de la astronomía estelar.
  • Siglo XIX: hallazgo del planeta enano Ceres por Giuseppe Piazzi (1801). Joseph von Fraunhofer inventó el espectroscopio (1814). Mejoras sustanciales en la tecnología de observación astronómica. Friedrich Bessel dedujo la existencia de Sirio B (1844). Descubrimiento de Neptuno (1846). Fundación de la astrofísica.
  • Siglo XX: Georges Lemaître realizó proposiciones acerca del Big Bang (1927). Plutón es descubierto por Clyde W. Tombaugh en 1930. Innumerables hallazgos astronómicos realizados durante la Carrera Espacial, la cual concuerda con la era dorada de la astronáutica (1957-1995) en la que se reveló un universo más dinámico de lo que se solía pensar. Se mostraron las galaxias distantes, los quásares y los púlsares como cuerpos celestes complejos. Se clasificaron las estrellas, se inició la búsqueda de vida fuera de la Tierra, se estudiaron a fondo los planetas del Sistema Solar y se lanzaron sondas espaciales que analizaron el espacio en distintos espectros: luz visible, infrarrojo, ultravioleta, rayos X y ondas de radio.
  • Siglo XXI: la astronomía moderna reside en los radiotelescopios y en los telescopios espaciales, además de los telescopios terrestres de luz visible. La computación tiene un papel protagónico en la obtención y el análisis de los datos. Teorías acerca de las “estrellas negras” y la singularidad en los agujeros negros (2009). Nuevas exploraciones en Plutón, planeta enano que es estudiado y fotografiado como no se había hecho antes mediante la sonda New Horizons (2015).

De aquí al siglo XXXI (y los que estén por venir) la astronomía seguirá demostrando que ni una sola afirmación de esta magufada estelar tiene sustento en la realidad porque ésta sigue encasillada a sus creencias arcaicas que datan de las épocas más remotas, lo que nos dice por qué no ha mejorado nada en más de un milenio de dislates. En lo más mínimo tenemos un aporte de la astrología, pues considera inmutables sus dogmas y piensa que el cosmos está hecho a la medida de sus dioses invisibles. Por consiguiente, todo aquel que hable de algún planeta “retrógrado” y de sus inherentes repercusiones en nuestras vidas está en la inopia y sus mentiras pueden ser rápidamente rebatibles al explicarle los hechos con cualquier texto escolar acerca de cómo es el universo.

4. Hay más de una astrología

La objeción más ilógica que he visto esgrime que el conocimiento astronómico jamás habría sido posible de no haber sido por la astrología. Este argumento es avispado por fuera, pero por dentro reviste de malicia, ya que esta pseudociencia se acredita logros que no son suyos, se apropia de un esfuerzo intelectual que no hizo nunca y que por ello no le pertenece. Por ende, la magufada espacial no ha dado un paso hacia adelante en ningún momento y en ningún lugar. De ella no tenemos ningún impacto de relevancia fuera de su influencia en el arte, la literatura, el lenguaje, la cultura, la religión e incluso en la música, como en la canción Aquarius/Let the Sunshine In.

Esto que he expuesto debe acompañarse con una incómoda interrogante: ¿de cuál astrología me están hablando? El charlatán promedio no espera ser cogido por la retaguardia con este planteamiento porque es el que no puede ver y que sin embargo es aquel que tiene frente a sus narices. No se da cuenta que la astrología es plural, es una multitud de doctrinas que son incompatibles entre ellas. En sí, cada una es una pseudociencia por separado que tiene símbolos, ritos y concepciones del tiempo que nos indican paradigmas del pensamiento colectivo muy típicos del pasado, cuando no contábamos con más telescopios que los ojos desnudos.

Por si no lo sabían, la mayoría de los modelos astrológicos no hacen un estudio sistemático del universo o ni siquiera lo intentan. Los que lo han hecho, como en Europa, se han valido de datos veraces para difundir cualquier clase de afirmaciones absurdas, y los que no ejercen la profesión solamente con los protocolos de la superchería. De hecho, algunas “astrologías” más primitivas se limitaban a guiarse de los astros para vaticinar el futuro al asociarlos con presagios sobrenaturales y se espantaban con el sólo hecho de ver cometas y meteoritos. A tal efecto, la observación del cielo se combinaba con prácticas un tanto escatológicas como el “análisis” de las vísceras de los animales sacrificados, tal y como lo hacían los etruscos con los hígados.

Como curiosidad, en muy pocas partes del mundo esta magufada astral tiene nociones del cosmos ulteriores al Medioevo; en otras no había zodíaco, ni se usaba el tarot, ni se conocían los mismos planetas del Sistema Solar, ni se contaba el tiempo a la usanza occidental porque podían tener más de un calendario aparte del solar. Los mayas, por ejemplo, tenían el Tzolk’in sagrado de los 260 días y la “rueda” de los 52 años. Esto, añadido a su complejo sistema de numeración y de escritura, pone de manifiesto que sus conocimientos tenían un significado y unas connotaciones que sólo guardan relación con el contexto de estos indígenas precolombinos. Y a semejanza de ellos, pasa con las demás culturas; hay etnias cuya astrología es tan básica que ésta consiste simplemente en conocer las posiciones de algunos cuerpos celestes para interpretar las señales divinas de acuerdo a la tradición oral.

Vale, en resumidas cuentas: cada astrología tiene su tema y no hay modo de ligar sus variantes sin cocinar un pasticho mental incomprensible para la ciencia. Esto es así porque una cosa es juntar varias disciplinas para complementar la astronomía (e.g., química, física, biología, matemáticas) y otra muy distinta es realizar una unión frankensteiniana entre el horóscopo grecorromano, el feng-shui de los chinos, el santoral de la iglesia católica y las ficticias profecías de alguna cultura pagana desaparecida. No distinguir lo primero de lo segundo es confundir la gimnasia con la magnesia; es dejarse engatusar por farsantes que sirven ensaladas de ideas desabridas de razón en todos los lugares en que ha estado y en todas las inmemoriales épocas en que ha tenido participación en las sociedades humanas.

5. Un fraude de viejísima data

En los engaños de la astrología se encuentran artimañas clásicas que entremezclan la voluntad y proclividad de la creencia, las ilusiones psicológicas autoimpuestas, la ignorancia en materia científica y el olvido intencional de la multiplicidad pseudocientífica que podía ser más elaborada o más sencilla dependiendo de la idiosincrasia popular en que se hallase. No obstante, nada de esto es nuevo, sino que tiene siglos y siglos de continuidad en la que se han efectuado las mismas obras de charlatanería sin poseer casi ningún cambio trascendental que implique una revolución del conocimiento. Hace montones de años que esta magufada dejó de parir ideas o propuestas inteligentes, si es que alguna vez las ha tenido.

No tiene lógica por ello hablar de la astronomía “tradicional”, puesto que no existe. Los científicos no están en sus observatorios con altares de velas e inciensos encendidos, no canturrean oraciones al Señor, no dan consejos a la manera de Wayne Dyer, no predicen el fin del mundo ni las desgracias de las celebridades y no publican disparatadas ocurrencias en tabloides o en revistas dominicales. Tampoco utilizan un lenguaje enrevesado y cazabobos para captar clientes y mucho menos emplean símbolos o nombres propios de la mitología fuera del ámbito de la nomenclatura (después de todo, es más práctico decir “Galaxia de Andrómeda” que “Galaxia M31/NGC 224”).

Han transcurrido poco más de 300 años desde que la astronomía se desligó de la superstición y tiró a la papelera estas conductas atrasadas y antiprofesionales; es imposible, pues, cualquier intento de calificarla como una secta religiosa. De la astrología, empero, toca decir lo contrario. A lo largo de su entera historia, esta pseudociencia ha tenido un legado pernicioso de equivocaciones, falacias y mentiras intencionales que han querido disculparse con pretextos que todavía siguen en curso, como lo es el recurso habitual a la anfibología con el objeto de reciclar las profecías incumplidas, ya que el “destino” tuvo sucias jugarretas que fueron más allá de la comprensión del magufo. Una leyenda apócrifa dice que esto es es justamente lo que hicieron los adivinos de Iván el Terrible cuando le predijeron su fallecimiento en 1584.

Reescribir las predicciones cuando éstas no cuadran con los hechos es un vicio de antaño que no ha sido exclusivo de la Rusia zarista. El tan aclamado Oráculo de Delfos, para escaquearse de cualquier acusación de estafa, sabía lo adecuadas que eran las indicaciones pronunciadas con rima y poesía porque éstas podían interpretarse de muchas maneras, más aún si eran dichas por una sibila poseída por los efectos de los vapores deletéreos que salían de un barranco ubicado en el macizo del Parnaso. Así, se cuenta que el Oráculo no le dijo al rey Creso de Lidia si debía o no debía confrontar a Ciro, el monarca persa, sino que destruiría un gran reino; cuando Creso fue vencido en el 546 a.C., el Oráculo modificó un pelo sus palabras y sostuvo que aquella desventura profetizada le pasaría a él debido a su imprudente ofensiva a su enemigo.

Si el rey Ciro hubiera sido derrotado por Creso, la predicción igualmente se habría confirmado, pues sólo decía que un reino sucumbiría, mas no decía cuál, ni cómo, ni cuándo, ni dónde. Lo que hizo el Oráculo es lo que actualmente se hace en los pronósticos deportivos de los partidos finales, en los cuales es común que cierren sus secciones de análisis con la frase “un equipo será el ganador”. La diferencia, sin embargo, estriba en que el Oráculo no usaba estadísticas y en que no tenía más información que la dada por el solicitante de sus servicios. Por tanto, el acierto de los adivinos de Delfos radica en su recurso a la confusión; por su parte, en el de los rusos hubo un toque de suerte que no tuvieron sus predecesores.

Con ello también tenemos que la astrología de los viejos tiempos combinaba distintas clases de magufadas. Alquimia, numerología, quiromancia, chamanismo, ornitomancia, brujería, espiritismo, hecatombes de animales, retruécanos verbales “alegóricos”, rituales religiosos, ceremonias adivinatorias y demás manifestaciones supersticiosas componían esta magufada que se transmitió de generación en generación y que permeó el ejercicio de la astronomía hasta que los descubrimientos científicos del siglo XVII comenzaron a separar la ignorancia del conocimiento, el cual puso las cosas en su sitio. Desde ese entonces, la pseudociencia de las estrellas ha sido radicalmente desbancada por el torrente de evidencias que, en cantidades astronómicas, ha demostrado y redemostrado la endeble madera de la que ha estado hecha en un lapso superior a los mil años.

La astrología, aún así, ha persistido en hacer caso omiso de los hechos y ha elegido quedarse en ese estado de ceguera voluntaria en la cual se ha preferido el camino del creer que el camino del saber. En sí, ésta también le ha dado zarpazos a la credibilidad popular en pro de su beneficio lucrativo, siendo de este modo un medio de estafa deliberada que aunque se podía pagar con la vida también se podía gozar del generoso mecenazgo de la nobleza. Son incontables los registros documentales que hablan de emperadores, ricachones y burgueses que viajaban desde muy lejos y que cedían un buen fajo de su fortuna para que le dijeran lo que le deparaba el futuro, mas no para saber cómo giraban los planetas.

Estar al tanto de cómo era la charlatanería de la vieja escuela nos sirve de gran apoyo para identificar los mecanismos utilizados por las farsas de la “nueva” escuela. A decir verdad, ambas corrientes no son tan distintas; la astrología de ahora es como la de antes, sólo que flipa en colores con los alcaloides del New Age. Lo demás es moneda de cuño corriente que circula en nuestra sociedad mediante estrategias que ya se han descrito y que en síntesis destilan toda la irracionalidad imaginable, la cual refleja cuánto nos falta como especie para madurar nuestro pensamiento crítico, pues mucha gente sigue asumiendo que el devenir de la vida es el golpeteo de los dioses en las bolas de billar del firmamento.