[…] cuando el protector del pueblo, encontrando a éste completamente sumiso a su voluntad, empapa sus manos en la sangre de sus conciudadanos; cuando en virtud de acusaciones calumniosas, que son demasiado frecuentes, arrastra a sus adversarios ante los tribunales y hace que expiren en los suplicios, bañando su lengua y su boca impía en la sangre de sus hermanos, valiéndose del destierro y de las cadenas, y propone la abolición de las deudas y una nueva división de tierras, ¿no es para él una necesidad el perecer a manos de sus enemigos o hacerse tirano del Estado y convertirse en lobo? ― Platón, República, VIII, 566a.
Mucho se ha dilucidado sobre las diferentes formas de gobierno, sus virtudes y sus defectos, desde hace largo tiempo, desde los clásicos grecorromanos hasta los modernos estudios en ciencias políticas, y desde cuantiosas perspectivas en las que unos son más optimistas que otros. Todos han querido, a su manera, demostrar su preocupación por el bienestar popular, pero también por incrementar el poderío de las naciones a las que apoyan o de la facción con la que se han aliado, aunque hay quienes aspiran la recuperación de las glorias del pasado a raíz de su desilusión con el presente. Esto, pues, es motivación para muchas personas a su movilización hacia el activismo destinado a fomentar pretenciosos sistemas que buscan solventar nuestros problemas actuales con pensamientos que son de vieja ―o viejísima― data; es decir, que mucha gente, hastiada de la ineficiencia de los mandatarios de estos días, propone como solución a su desidia su sustitución por paradigmas autoritarios que supuestamente sí servían. Sigue leyendo
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