Preludio
No hay nada mejor que levantarme en las mañanas y disfrutar el aroma a mastranto de la victoria. ¡Qué delicia ha sido, desde el 6 de diciembre (6-D) del 2015, ver enfurecidos a los testaferros del gobierno por su aplastante derrota en las elecciones, en las que creyeron tener asegurados sus curules en la Asamblea Nacional (AN)! ¡Qué magnífico ha sido escuchar la voz trastabillada de Tibisay Lucena al balbucear los resultados! ¡Qué lindo ha sido observar las manifestaciones de orgullo herido en los representantes del PSUV y de sus seguidores! ¡Qué fantástico ha sido ver cómo a pesar de la sucia campaña electoral se han quedado con las tablas en la cabeza! Y, sobre todo, ¡qué maravilla ha sido contemplar la manera en que por fin se ha revelado, sin más caretas, la faceta dictatorial de Nicolás Maduro!
Guao, guao, guao. Esto sí que es para chuparse los dedos. Ha pasado un mes desde las elecciones a la AN y todavía estoy boquiabierto. En realidad, todos lo estamos, nadie esperaba que al chavismo le iban a dar tremenda pela; nadie se imaginaba que el “voto castigo” funcionaría tan bien. Ni siquiera pensé que acertaría al 100% cuando dije, en junio del año pasado, que “la salida electoral aún no va a sonreírle [a la MUD], salvo que una paliza en las parlamentarias astille el gerrymandering y nos dé una mayoría de diputados en la AN, lo cual podría poner a Maduro en tres y dos”, pues la oposición cuenta con mayoría calificada (¡toma, papá, 112 diputados conseguidos con más del 60% de los votos! ¡Jajajajajajajaja!) y el actual presidente de la república está sudando frío porque ya no halla qué hacer. Sigue leyendo
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