Sobre la denegación y la rudeza del debate

“Sé que debería respetar tu opinión, pero se me hace difícil porque eres un maldito idiota”.

“Sé que debería respetar tu opinión, pero se me hace difícil porque eres un maldito idiota”.

Hay una tríada de cosas que pueden pasar en un intercambio de ideas. Uno, se llega a un encuentro sano de opiniones, donde quien no tiene la razón admite sus errores; dos, se aprenden cosas nuevas cuando los interlocutores disuelven sus diferencias en pro de llegar a conclusiones objetivas; y tres, el escenario se convierte en una pelea de gallos en la cual no se pretende probar nada, sino ganar la discusión. El primer par de circunstancias es el más deseado por mucha gente educada por ser espacio para las conversaciones productivas, mientras que la última de ellas es la más ansiada por picapleitos que de a nada se ponen a buscar lo que no se les ha perdido mediante trifulcas verbales que no conducen a ningún lado.

Viendo este panorama, me he interrogado con frecuencia si es necesario participar todo el tiempo en debates, y aún más: si hace falta ser siempre buena gente y amable en un debate donde la contraparte miente con insistencia, está claramente equivocada, no tiene argumentos de valor o sencillamente carece de evidencias. Me contentaría con decir una simple negación a estos planteamientos dubitativos, pero como estoy habituado a sustentar mis argumentos con explicaciones de mayor envergadura, precisaré de varios parágrafos para esclarecer cuál es exactamente mi postura, por qué la tengo, en quiénes me inspiro y cuáles son sus excepciones. Sigue leyendo