Algunos héroes vuelven del Inframundo en diversas manifestaciones que permean en los diferentes niveles del imaginario colectivo. En este orden de ideas, el Libertador ha sido, es y probablemente será el ícono máximo de la adoración patriótica que gira en torno a la guerra de Independencia latinoamericana. Este fenómeno es conocido como el “culto a Bolívar” o “bolivarismo”, el cual le pone al prócer caraqueño un sinnúmero de etiquetas para divinizarlo tales como ideólogo, filósofo político, profeta de la Ilustración, y una cantidad adicional que no tiene asidero lógico. Algunas de las más difundidas fueron abordadas a lo largo de esta indagación, y otras más lo serán en lo que reste de ella.
Cualquier estudio sobre esta religión político-cultural debería tener por punto de partida el trabajo de Germán Carrera Damas (1983), que está finamente documentado con los pormenores del caso venezolano. Por consiguiente, no quitaré protagonismo a la obra de dicho historiador, sino que la complementaré poniendo atención a sus argumentos, pero también a lo que ocurre en distintas partes del mundo. Veremos, muy resumidamente, las transformaciones post-mortem de Bolívar en el tiempo y en el espacio, sus promotores, las intenciones de estos y las consecuencias que trae la veneración al Libertador.
1. Transfiguración y desfiguración
No más arrancó su biografía de Bolívar, Alfonso Rumazo González (2006, p. 7) dijo estas palabras que son para la reflexión: “En el primer cuarto del siglo XIX Napoleón es Europa; Bolívar, es América. Pero Napoleón se quedó inmóvil para siempre en la gloria del pasado; Bolívar, continúa vivo y actuante”. En síntesis, mientras el Corso está en las páginas de la historia como el gran general de la Europa moderna, el Libertador trasciende el plano castrense y se convierte en una polifacética figura que abandera la identidad latinoamericana.
Suele creerse que esto comenzó a ocurrir después de la muerte del Libertador, pero eso no es del todo cierto. En el libro del mencionado historiador ecuatoriano, amén de otros que también narran la vida y obra del prócer mantuano, hay pasajes enteros en los que se relatan escenas de adulación exacerbada del líder venezolano. Por ejemplo, tras la victoria independentista en la campaña de Perú, se hicieron bustos de Bolívar y de Sucre para glorificarlos; al primero por su dictadura, en la que impuso el orden en la nación inca, y al segundo por su victoria en Ayacucho. Mucho antes hubo prolífica literatura (Mora, 1999; V.V.A.A., 2012), como la Canción al Libertador Bolívar, de la que copio una estrofa:
Gloria al héroe Bolívar, que hollando
la cerviz del hispano feroz,
del oprobio, del yugo, y de los hierros
a su patria querida libró.
A juzgar por el esquema métrico y por el año de su composición (data de 1814), la letra corresponde indudablemente al de un himno militar de la Guerra a muerte. Y junto a ese canto, muchos más fueron escritos por cuantiosos poetas concentrados en el mundo hispanohablante: Alberto Arvelo Torrealba, Pablo Neruda, Andrés Eloy Blanco, Manuel Felipe Rugeles, Andrés Bello, José Joaquín de Olmedo, José Martí, Rubén Darío… Sin contar con la literatura anónima. Cada uno de ellos imprimió ideas personales a sus versos. En Canta arpa, de Alfredo Sadel, se manifestó un sentimiento de identidad universal en la América de Bolívar, en la que hubo espacio para el indígena.
Canta arpa, un acorde llanero;
acompaña mi voz a decirle al mundo entero,
que soy venezolano de los que sembró Bolívar,
que tengo el alma ancha, de México a la Argentina.Canta arpa, con voz venezolana,
con el mismo lenguaje, con el mismo dolor,
con la misma esperanza latinoamericana.Canta arpa, de mi raza bravía,
que reina en el Caribe y en el Popocatépetl,
que en su Sur sabe vestir su nieve,
y en su centro Amazonas guarda el tesoro verde
del alma indoamericana.
En el pasado y en el presente, se ha presentado al Libertador como una figura omnipresente tanto en la poesía como en la música; las dos, de hecho, potencian su mensaje al ir unidas. Sin embargo, la épica literaria ha sido menos visible que la artística, en donde resaltan los monumentos. Al respecto, Lomné (1989) habló de una “simbólica de los ritos bolivarianos”, en la que hay una confluencia de la iconografía grecorromana con la revolución francesa y la masonería. De más están las referencias a la pintura, la escultura y la arquitectura, puesto que con ellos ya estamos familiarizados; cuadros, murales, estatuas (ecuestres), panteones, parques, mausoleos, plazas, calles y avenidas. La casa natal y la Quinta de Bolívar son museos. En esta última edificación, ubicada en Bogotá, se sustituyó el lema “Amar es mi delicia”, en relación a Cupido, por este otro: “Bolívar es el Dios de Colombia”. En aquel entonces, el héroe venezolano todavía estaba vivo cuando sus aduladores hicieron ese cambio al frontis de dicha propiedad.
Habitualmente, estamos acostumbrados a ver ese fino arte en homenaje a Bolívar, puesto que tiene más “técnica” y “perfección” en su forma. El artesano de esta categoría pertenece a una escuela, y en ella hace una obra dentro de un canon definido, cuyo uso es más solemne, ceremonial, como para ser observado en fechas patrias y en las grandes galerías. En contraste, el artesano, el que vive en sectores alejados y no tiene un acceso tan fácil a la educación, tiene que ingeniárselas para hacer el Libertador con materiales variopintos. Esto, en consecuencia, produce una increíble riqueza de formas y colores.
Lo anterior es para prestar especial atención, porque es relevante. En lo que se llama “arte popular”, los artesanos tienen niveles educativos desiguales; por tanto, no todos tienen el mismo grado de instrucción. Como prueba de esto, se pueden traer a colación los testimonios de escultores independientes que nunca fueron a las academias, a fin de hacerse profesionales. Calzadilla, Díaz y Hernández (1983, pp. 34, 50, 76) entrevistaron a varios de los que labraban figuras del Libertador, de entre los cuales resalto a Lorenza Bastidas, quien afirmó: “Cuando yo lo estoy tallando, lo hago con mucho respeto, como si fuera un santo”. Por su parte, José Teodoro Colmenares dijo: “A mí de la historia de Simón Bolívar no se me aprendió nada. Lo hago como yo lo veo por ahí en la plaza o en el retrato de allí de la escuela y como lo ve mi mente”. Y el señor Francisco Antonio Torres dijo: “Bolívar es un ejemplo que hay que seguir siempre, aunque estemos en un peladero de chivos como esto”.
Respecto al arte, no hay mucho más que decir. La iconografía clásica del Libertador tiene muchísimas pinturas memorables que aparecen por doquier, con diferencias de épocas y autores, los cuales dieron sus retoques para resaltar al héroe a su manera. En su momento, Bolívar dijo a Robert Wilson: “me tomo la libertad de dirigir a Vmd. un retrato mío, hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza” (Potosí, Bolivia. 29/10/1825. Doc. 172 A.D.L.). Aquí se refirió al cuadro de José Gil de Castro. Sin embargo, lo expresado por el prócer mantuano debe tomarse con reservas; habló así porque fue la representación pictórica que más le gustó. Se trata, pues, de una apreciación personal.
Estuvo encendida la polémica por aquel asunto. Acostumbrada la gente al Bolívar artístico, es decir, el que está en los lienzos, la Quinta República de Venezuela vino con uno tridimensional, diciendo que ese era el “verdadero”. La noticia se corrió rápidamente y se presentaron muchas objeciones. Una de ellas fue la de Diego Bustillos Beiner (2013):
Considero un desatino que se imponga en el imaginario popular una fisonomía de Bolívar que difiere sustancialmente de la que se desprende de sus retratos pictóricos y escritos, sin antes contar, como suele hacerse en estos casos, con una segunda opinión independiente. Por tanto, creo que se justifica plenamente una nueva reconstrucción forense del rostro de Bolívar.
Bustillos Beiner explicó punto por punto por qué el Bolívar “reconstruido” por el gobierno venezolano es poco creíble, ya que no se parece a una escultura hiperrealista realizada por Stuart Williamson, ni a las pinturas de la época, ni a los retratos hablados contemporáneos al Libertador. Por lo demás, no voy a meterme en polémica innecesaria (esa discusión es para los expertos), pero sí quiero recalcar que se gastó un dineral en un proyecto innecesario, que además se presta para el estallido de una microguerra entre “iconoclastas” e “iconodulos”.
¿Qué es, en sí, lo más ridículo de todo esto? Que esa patraña de la cara del Libertador en tercera dimensión no se la creen ni los oficialistas. La evidencia está en que el actual billete de cien bolívares, emitido por el Banco Central de Venezuela para su circulación oficial en la devaluada moneda nacional, tiene un retrato del Libertador pintado en 1860 por Rita Matilde de la Peñuela; uno de los tantos que forman parte de la iconografía tradicional. A ello añadimos que su comportamiento contradice el citado documento de su Bolívar omnipotente ―ya saben, su palabra es ley―, y el hecho de que ese Libertador de cartón no se utiliza más que en actos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y en edificios gubernamentales.
Dicho en otras palabras, el fracaso de la Quinta República de Venezuela en la imposición de “su” Bolívar consistió en que este no pudo superar las imágenes típicas del héroe, es decir, las que están fijadas desde hace años en cuadernos, portadas de publicaciones (libros, revistas, etc.), marcalibros, afiches, calendarios, agendas, tazas de café, camisetas, chapitas/pines e incluso tarjetas telefónicas. Sencillamente, la población, desde el más lego hasta el más erudito, tiene tatuado en su mente a un Libertador expresivo, artístico, estilizado, natural; el rostro computarizado del héroe, en cambio, le resulta artificial.
La clásica cara ―o, más bien, “caras”― del Libertador también tiene larga trayectoria numismática desde el Guzmanato, y ni hablar de la filatelia, en la que quiero contar una curiosidad. En el servicio de correos de los Estados Unidos, una postal de Washington D. C. con sello fechado el 24 de julio de 1958 ―justamente, en el 175º aniversario del natalicio de Bolívar― tiene una pequeña estampilla del Libertador, cuyo encabezado dice Champion of Liberty (“Campeón de la libertad”). Más abajo, y acompañado de un símbolo masónico, se añade este texto (la traducción es mía):
SIMÓN BOLÍVAR
EL “GEORGE WASHINGTON” DE SUDAMÉRICA
Libertó Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela en 20 años de revuelta armada contra el gobierno español. Se unió a la Fraternidad en Cádiz, España; en 1807 tomó el grado según el Rito Escocés en París, Francia, y allí también fue ordenado Caballero Templario en una comandancia. En Venezuela fundó la Logia Protectora de las Virtudes Nº 1 y obtuvo el grado de Maestro, y en Perú fundó la Logia Orden y Libertad Nº 2.
Ese no es sino uno de los tantísimos tributos rendidos al Libertador en Norteamérica. El héroe venezolano ha conseguido globalizarse en la esfera angloparlante, pues ahí se le tiene tanto respeto como a cualquiera de los próceres que lucharon por la independencia de las otrora Trece Colonias inglesas. Y para muestra, un botón: el Consolidated B-24 Liberator, un bombardero pesado de las Fuerzas Aéreas estadounidenses que luchó en la Segunda Guerra Mundial, en el Frente del Pacífico, contra Japón. Una de sus unidades más destacadas fue el Consolidated B-24J-1-CO Liberator “Bolívar” (serial 42-72994), que participó en 81 misiones y al que se le pintó esta inscripción: “12 blancos hasta Tokio”. Esta información puede constatarse en el archivo fotográfico del American Air Museum, ubicado en el Reino Unido.
Poco importan estos hechos señalados al oficialismo venezolano, sino su enferma ideología, a fin de crearse un Bolívar hecho a su medida que sea comunista y, ante todo, chavista. El responsable directo de estos desvaríos en el siglo XXI fue el finado Hugo Chávez, quien utilizó fondos públicos para costear el culto al Libertador. Sin embargo, no debe creerse que esta farsa surgió repentinamente en 1998, cuando él ganó la presidencia de la república; ese puñado de falacias y mentiras ya se las tragaba Chávez desde su etapa temprana en el activismo político-militar, es decir, desde los años 80’ hacia atrás.
Hay abundantes pruebas que sustentan mis acusaciones contra Chávez. Varias de ellas son conocidas por historiadores contemporáneos, amén de la prensa. Pero como el oficialista promedio se ha tornado en un ciego “radical” que se ha negado a ver los hechos, incluso los que conciernen a su comandante pretendidamente “eterno”, le traje a esa clase de fanático politiquero la mejor evidencia de todas: el mismo Chávez, según los Cuentos del arañero, compilados por Oramas y Legañoa (2012, pp. 53, 55, 65, 72, 87-88, 91, 95, 110, 127), quienes reúnen lo “mejor” de sus kilométricas sesiones de su programa televisivo Aló Presidente. Empecemos con esta declaración del dictadorzuelo sabaneteño:
Aquí vinieron los estadounidenses a instalar equipos de comunicaciones, a dirigir torturas, desapariciones. Ahora, para gloria de nuestra Fuerza Armada y de nuestras raíces militares, para gloria de nuestras tradiciones libertadoras, tenemos otra Fuerza Armada, tenemos un Ejército, tenemos una Marina, una Aviación y una Guardia Nacional que han vuelto a retomar sus raíces originarias. Hoy no están para atropellar al pueblo sino para luchar junto al pueblo por la liberación de Venezuela y por el desarrollo de Venezuela.
Irónicamente, lo dicho por Chávez encaja perfectamente con los delitos perpetrados por la Guardia Nacional venezolana, sólo que esta vez se cuenta con la asesoría castrense de rusos, bielorrusos, chinos y cubanos. Por tanto, esos militares “bolivarianos” no han hecho más que destruir a Venezuela en nombre de su noción de “libertad”. Da risa que se hable de “raíces originarias” en el ejército; en los indígenas hubo etnias que se masacraron entre sí (un “ejemplazo” de “unidad nacional”), mientras que los independentistas acabaron en guerras civiles tras vencer a los realistas. Eso sin contar la aversión de varias etnias aborígenes al proceso emancipador.
Prosigamos:
Nos fuimos al Samán de Güere y lanzamos el juramento aquel. Esa misma tarde nació el Ejército Bolivariano Revolucionario. Éramos cuatro: Felipe Acosta Carlez, Jesús Urdaneta Hernández, Raúl Isaías Baduel y este humilde servidor, sólo que era 1982. Diez años después vino la rebelión bolivariana del 4 de febrero, parte de todo ese proceso que brotó del fondo de la tierra y de la historia venezolana; todo eso de Bolívar, de Martí. Y Bolívar, ¡setenta años antes que Martí!, lanzó la profecía, adivinó al imperio. No se veía todavía, pero él lo adivinó, como el campesino cuando huele la lluvia más allá del horizonte.
Quien no tiene mucho conocimiento de la historia de Venezuela, podrá suponer que ese hecho fue extraordinario. Sin embargo, no lo fue. El juramento de Chávez en 1982, en el Samán de Güere, fue uno de tantos que han hecho los adoradores del Libertador para sentirse compenetrados con él. Anoté, en su momento oportuno, que esta pantomima había sido llevada a cabo por Eleazar López Contreras; vaya a saber uno quiénes más hayan hecho lo mismo. Ahora bien, podemos estar seguros de que Chávez siempre fue bolivarista, y que ese pensamiento se fue desarrollando durante al menos una década, cuando él estaba haciendo el servicio militar.
La prolongada estadía en el ejército hizo que Chávez se volviera militarista. Él mismo lo confesó: “¿Saben qué me gusta a mí? Un cuartel. (…) A mí me gusta la guerra rápida, la guerra relámpago, el huracán de los blindados”. También dijo: “Era casi que abierto el enfrentamiento en las aulas, en los cuarteles, con los bolivarianos. Ya nos llamaban los bolivarianos, y nos dábamos el lujo incluso de enfrentar a superiores en discusiones sobre Bolívar y la política nacional”. A esto, añadió el expresidente venezolano:
Como soldados nos sentíamos tan avergonzados, tan adoloridos después de aquella tragedia y recordábamos siempre entonces aquella centella que fue Bolívar cuando dijo: “Maldito el soldado que vuelva las armas contra su pueblo”. El 27 de febrero nos hizo llorar, nos hizo sangrar, (…)
Desde el suspiro de Santa Marta este pueblo fue traicionado una y cien veces por Páez, Guzmán Blanco y cuántos otros, doscientos años de traición, compañeros, compañeras, ya bastaba. Así que tenía que ocurrir y ocurrió “El Caracazo”.
Vean esa falsa frase de Bolívar (¿se acuerdan de ella? La desmentí en el capítulo 6, con todas sus variantes), junto a la cual está la justificación del Caracazo. Chávez siempre glorificó ese trágico evento, acaecido en 1989, en el que la gente enardecida saqueó la capital de Venezuela, mediante el robo masivo de negocios en una época de inflación y corruptela. Hipócritamente, Chávez condenaba las matanzas de civiles realizadas por militares, pero cuando el pueblo reaccionaba con furia contra su gobierno “bolivariano”, solía dar esta orden: “me le echan gas del bueno y me lo meten preso”.
Chávez, como vimos, tuvo lealtad hacia el Libertador desde hace largo tiempo. Él siempre solía hablar del “verdadero Bolívar a quien (…) desfiguraron” (¿Cuál? ¿El espantajo virtual denominado “reconstrucción”? ¿El argumentado con falsos documentos?), y reivindicó al Urogallo: “José Tomás Boves no fue un realista en verdad. Boves fue el líder de una guerra de clases”. A esa falacia del verdadero escocés, que deriva de la más chapucera retórica marxista, sumó dos afirmaciones descabelladas: “Boves se hizo líder de los pobres y formó un ejército. (…) Los realistas pensaron que iban a utilizarlo. Pero se declaró independiente”. Históricamente, lo dicho por Chávez es mentira total y absoluta.
De idéntico modo, Chávez tenía aire mesiánico: “mientras yo viva, este fuego y esta conciencia estarán al servicio de la Revolución Bolivariana, de la liberación de Venezuela, de la independencia de Venezuela, de la grandeza de Venezuela”. A esa declaración, se suma esta otra, como si se las diera de profeta: “Llegó la hora definitiva de la gran victoria que este pueblo está esperando desde hace doscientos años”. Toda aquella verborrea, por supuesto, tuvo un origen, en el seno de los debates entre los bolivaristas de extrema izquierda: “Al final, después de discusiones y cosas, se impuso MBR, que primero fue EBR: Ezequiel Zamora, Bolívar y Simón Rodríguez. Andábamos buscando la raíz ideológica”.
Y con esta revelación, dicha ante millones de televidentes, no podemos cuestionar más que la dictadura comunista de Chávez, cimentada en el culto al Libertador, tenía años de preparación. Él nunca ideó el bolivarismo para hacer que Venezuela fuera un país libre, con Estado de derecho y bienestar económico. Chávez fomentó el bulo del “Bolívar pobre”, amén de un montón más de argucias demagógicas con las que ganó adeptos y elecciones. Se aprovechaba de las larguísimas cadenas nacionales para difundir fraudes, como la apócrifa carta del héroe mantuano a Fanny du Villars. Uno de sus seguidores en la web Aporrea le quiso corregir (Abad Sánchez, 2012), pero el comandante “eterno” nunca le prestó atención. Tal vez ni siquiera leyó su post.
Las adulteraciones a la memoria histórica de Bolívar, bien sea para fines partidistas o militaristas, no han sido únicamente promovidas por el cáncer ideológico del chavismo. Observamos anteriormente que del culto al Libertador se han servido agrupaciones guerrilleras y sectores del indigenismo. No obstante, la veneración al prócer criollo no es exclusiva de la izquierda reaccionaria; el bolivarismo de derechas también existe. En Colombia, el Libertador es el prócer que da combustible a los ideales del Partido Conservador. El que crea que eso no es cierto, que consulte su página web y vea la verdad ante sus ojos. No más su sección de historia lo dice claro y raspao:
En muchos temas el Libertador fue un inspirador del pensamiento conservador: el realismo político contra la teoría, su rechazo al federalismo y el apoyo a la creación de una República Unitaria; la defensa de la religión, el apoyo al orden, logrando mediante gobiernos fuertes y estables que apliquen estrictamente la Constitución; la necesidad de fortalecer a los municipios y a la descentralización del poder.
Venezuela cuenta con bolivaristas de dicho espectro político. Los hay “suaves”, como ciertos neoliberales de la pusilánime Mesa de la Unidad Democrática (MUD), o puede haber cultores más “duros”, como el Movimiento Nacionalista ORDEN y demás émulos que enaltecen a Marcos Pérez Jiménez por Internet: Hechos Criollos, La Venezuela Inmortal, Las alpargatas de Páez y muchos más. Ninguna de estas organizaciones promociona el endiosamiento del Libertador en las mismas proporciones ni con los mismos métodos de la izquierda, aunque lo hace de forma más estratégica y a menudo con el complemento de diversos héroes independentistas que se unen al panteón patriótico. Varios de sus militantes son filofascistas.
Puede que en esta pequeña lista se me haya escapado algo de aquellos que han hecho del Libertador un ídolo frecuentemente tergiversado, pero creo que con lo presentado hasta aquí sirve para entender la exaltación del prócer mantuano, la cual se ha producido ininterrumpidamente por dos siglos de cambios. Venezuela es el epicentro de un credo político que posee elementos religiosos, pues su pseudoevangelio ha consistido en miles de documentos y su rito vierte sus plegarias en su iconografía. Sin embargo, vale decir que el Bolívar de la idiosincrasia americana ocupa sectores mucho más mediáticos, en los que se despiertan los aires de la intelectualidad.
2. Necios y sabios
Del Libertador se ha publicado bastante, aunque no todo lo que se dice de él tiene fundamento. Hay autores sin ninguna seriedad, cuya obra dice más de sus pensamientos personales que los de Bolívar, en tanto que otros demuestran sobrada erudición, puesto que sus escritos contienen excelentes aportes. Podría pasar la vida entera dando nombres y reseñando posturas, pero en este sentido hay que ser breves. Por consiguiente, vamos a conformarnos con reconocer que el héroe mantuano está rodeado de admiradores, cultores, críticos y sofistas. La línea que delimita cada categoría es delgada y sólo pueden etiquetarse a sus exponentes tras haber escuchado lo que tienen que decir. Veamos rápidamente algunos casos.
En Puerto Rico, el terrorista Filiberto Ojeda Ríos fue seguidor del Libertador, y manifestaba incesantemente su posición en su discurso político. Una vez él dijo: “El Ejército Popular Boricua no es sino continuador de la inspiración bolivariana convertida en tradición de lucha por nuestros insignes patriotas y revolucionarios” (Ojeda Ríos, 2008, p. 96). Junto a esta proclama del “machetero” está el grito de Julia de Burgos, quien en su poema titulado Ibero-América resurge ante Bolívar expresó, secamente: “¡Guerra al rubio tirano!” Por lo visto, el odio de ambos es hacia los Estados Unidos. Si hubieran sabido de los auténticos planes de Bolívar con la emancipación de su isla…
Por las regiones de Centroamérica, el bolivarismo no parece gozar de muchos adeptos. En Panamá, por ejemplo, la figura más renombrada fue Justo Arosemena, eminente abogado e intelectual que defendió su tierra del intervencionismo estadounidense. Arosemena, a decir verdad, no fue un sofista, aunque de manera contradictoria apoyó el ideario del Libertador mientras se pronunciaba en pro del federalismo (Soler, 1982, pp. 424, 452). Asimismo, Arosemena impulsó la independencia panameña mediante los mismos argumentos del secesionismo neogranadino utilizados para separarse de España; algo que Bolívar no habría consentido, de haber seguido con vida.
Inevitablemente, de Venezuela surgen mentes como las señaladas. Un tal Rosendo Bolívar Meza (2005) escribió un paper en el que discurrió sobre los conceptos políticos de Simón Bolívar; en su artículo, Meza generalizó falazmente estas ideas, tomando de aquí y de allá los documentos que mejor le convinieron, omitiendo cualquiera que demostrara el carácter dictatorial del Libertador. De igual forma, Meza habló a rienda suelta del antiimperialismo yanqui del héroe criollo, sin reparar en que esa afirmación no es solamente falsa, sino que de paso se puede desmentir con el demostrado servilismo del distinguido caraqueño a los intereses de la Gran Bretaña.
Meza es poco comparado con Hugo Argotti Córcega y su Ética del Libertador Simón Bolívar (Según sus fuentes originales), que se publicó en el 2008. Este libro es, hasta la fecha, el peor que jamás haya leído sobre el prócer mantuano; es una recopilación abusiva y rocambolesca de frases pertenecientes a Bolívar, quien es citado sin parar con el fin de presentar sus miles de documentos como si fueran los versículos de la Biblia. En suma, la Ética está muy mal redactada y denota en su autor su falta de criterio, así como su incapacidad para el razonamiento analítico.
Jean Carlos Du Boulay, por su parte, publicó en el 2012 Bolívar: la gloria de un general. El rimbombante título de esa obra teatral se desinfla al leerla, puesto que no es nada original. Hay un agobiante copi-pega de citas bolivarianas mezcladas con vulgares plagios de El general en su laberinto, una excelentísima novela de Gabriel García Márquez ―una de mis favoritas― que no merecía haber sido víctima de semejante ultraje pseudoliterario. Adicionalmente, el Bolívar de Du Boulay es increíblemente grosero, malhablado, con pensamientos que no son los suyos. Queda claro que esta versión del Libertador, hecha para escenificarse en las tablas, es un tosco pedazo de propaganda chavista.
Frente a este cúmulo de irracionalidad, hay aún bolivaristas honestos, aunque no son muchos. Está Alfonso Rumazo González, cuya biografía de Bolívar es espléndida, digerible, detallada, de fina prosa, muy bien documentada y todavía mejor escrita que la fantasiosa hagiografía del Libertador hecha por Indalecio Liévano Aguirre. También está Gerhard Masur, cuyo libro sobre el prócer mantuano tiene un tenso nervio para contar los hechos, siempre acompañados de un aparato crítico. Miguel Acosta Saignes se une a este podio por su valiosa contribución sobre la utopía de Bolívar vista desde una perspectiva económica, etnológica y antropológica, aunque no se le pueden perdonar sus engañosos paralelismos entre el héroe venezolano y el marxismo-leninismo.
Una voz que debemos tomar en cuenta es la de José Manuel Briceño Guerrero. En su discurso Recuerdo y respeto para el héroe nacional, el filósofo venezolano expresó que a Bolívar no le daría más muestra de elogio que a través de la franqueza: “Decidí entonces que manifestaría respeto a El Libertador y a mis oyentes diciendo la verdad”. Posteriormente, dijo algo que debió escandalizar al público: “Yo sé que Simón Bolívar no es el Padre de la Patria. Yo sé también que Venezuela no es una patria”. Más tarde, Briceño Guerrero lanzó estas incisivas palabras:
El culto oficial a Bolívar, característico y definitorio del estado republicano, no guarda continuidad con la presencia innominada de Bolívar en nosotros más cerca de su corazón que de sus actos. El poder político venezolano, después del corto lapso de estupor que siguió al parricidio, recuperó el cadáver de Bolívar y lo hizo objeto de un culto supersticioso que encubre el terror de su resurrección y garantiza su muerte separándolo de la tierra donde podría germinar. La presencia viva e innominada de Bolívar, común a las muchas patrias pequeñas, permanece en estado embrionario porque no tiene acceso a la toma de decisiones, no tiene respiradero político. El culto a Bolívar es una fachada; el poder político se asumió como reparto y rapiña, erigido sobre el desvencijado aparato institucional de la colonia española, apuntalado por instituciones emprestadas a la Europa segunda.
Todo aquello lo dijo el célebre intelectual venezolano en 1983, con motivo del bicentenario del natalicio del héroe mantuano (sí, señores; en la Cuarta República hubo adoración a Bolívar. En aquel año el presidente era Luis Herrera Campins). A esa crítica mordaz, Briceño Guerrero añadió que el bolivarismo es “un culto rigurosamente farisaico”, el cual ha hecho del Libertador “un alma en pena” que “se presenta en las sesiones mediumnímicas de los cultos mágicos-religiosos del pueblo como un espíritu neurasténico, impaciente, desequilibrado, que tose lastimosamente y grita órdenes absurdas”.
Nos quedamos con esas magistrales declaraciones de Briceño Guerrero, porque dentro de poco las vamos a ver exteriorizadas en la práctica, en este mundo astuto ―tomo prestado el término de la novela homónima de Ihara Saikaku― plagado de errores y horrores humanos. Hemos observado cuándo, dónde, cómo, quiénes y qué propósitos participan en el culto a Bolívar. No obstante, ahora toca averiguar lo que ha ocasionado esta religión política en el territorio venezolano, que es donde se encuentran las secuelas más visibles y dramáticas de esta impostura ideológica.
3. Claroscuros del bolivarismo
Si hay un país donde se practica activamente el experimento social del culto al Libertador, ese es Venezuela. En esta nación hay evidencias que demuestran el modo en que opera ese dogma y, más aún, lo que ocurre cuando se convierte en política civil o de Estado. Lo primero es lo más “positivo”, porque tiene un rol fundamental en el forjamiento de la identidad nacional y en el activismo por la democracia, con todo y sus yerros. Nadie ilustra mejor este punto que el entrañable Renny Ottolina, cuando el 31 de diciembre de 1973 dijo en la última emisión de su show televisivo: “he buscado la manera de, a través de Bolívar, regresar a la importancia de ser venezolano”. El comunicador social enfatizó la necesidad de “rescatar a Bolívar”, y que uno de los pasos elementales para ello consiste en “cambiar el nombre a la moneda venezolana”. Su argumento es el siguiente:
El uso del nombre de Bolívar en algo tan vil como el dinero significa que, cada día, el nombre de Bolívar pierde importancia, (…) Nadie en el mundo entero, cuando habla del Bolívar, piensa en Simón Bolívar, piensa en cuál es la equivalencia en dólares en un signo monetario, que es diferente.
Ottolina propuso el retorno al peso para darle a Bolívar el puesto que se merece en la sociedad, de conformidad con sus logros históricos. Para cimentar más su idea, el reconocido locutor hizo una interesante comparación con monedas de otros países tales como la peseta y la libra esterlina. De igual manera, él hizo hincapié en que sólo hay un Libertador, quien debe ser el guía de Venezuela, una nación cuyo pasado histórico es lo suficientemente rico como para andar idolatrando héroes importados del extranjero. Aclaró Ottolina que esto lo decía para probar que Venezuela tiene con qué salir adelante, no por chauvinismo.
Hasta ahí quedaría lo “bueno” del bolivarismo, porque lo malo empieza con lo segundo: cuando el Estado fuerza al pueblo a ser como el Libertador. La Constitución venezolana de 1999 dice, en su Artículo 1, que “la doctrina de Simón Bolívar” da pie al “patrimonio moral” y a los “valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional” de la república. En su Artículo 107, esta Carta Magna establece que la enseñanza de “los principios del ideario bolivariano” es “de obligatorio cumplimiento en las instituciones públicas y privadas, hasta el ciclo diversificado”.
Sabemos por dónde van los tiros cuando el pensamiento del Libertador se cuela en el sistema escolar. Millones de venezolanos han atravesado este adoctrinamiento por décadas. Yo mismo lo viví. En la educación, los textos de historia son demasiado escuetos en detalles que deberían ser explicados con mayor detenimiento; además, la selección de los documentos está sesgada por la voluntad del gobierno de turno. Con estas esperpénticas directrices, al alumno de bachillerato le hacen malgastar un año entero de su existencia en quemarse las pestañas por “estudiar” una materia denominada “Cátedra Bolivariana”, a la cual se le inyectan dosis de “Instrucción Premilitar”.
En la Quinta República, los nombres de las asignaturas han cambiado, pero no la estructura esencial del contenido programático, que aún se adapta a las creencias del chavismo. El abyecto ejército venezolano, por su parte, recibe una formación similarmente parcializada, aunque tiene la ventaja de analizar con mayor profundidad al Libertador (sobre todo sus campañas), algo que un civil no puede hacer hasta la universidad, si es que decide matricularse en la carrera de Historia o investigar por cuenta propia. Y como por estos lados de Latinoamérica al pueblo no se le enseña a pensar sino a memorizar, el resultado no puede ser más que el conformismo. Por tanto, el pueblo acaba aceptando sin chistar lo que supuestamente ya sabe o, mejor dicho, lo que en el colegio le dijeron que debía saber.
Los efectos de este defecto del currículum educativo se dejan sentir en temporada electoral. Con una población venezolana carente de juicio crítico ante su propia historia, es fácil que esta sea capturada por el pez rape de la politiquería, en la que sus dirigentes justifican sus acciones con la pobre excusa de que son “hijos” de Bolívar. Tanto en el oficialismo como en la oposición, se ha intentado establecer un linaje “ancestral” que conecte a sus líderes con la familia del Libertador. Esto, en consecuencia, ha conllevado a que el único argumento para ser jefe de Estado se base en un ficticio “derecho sucesorio” a la presidencia de la república. ¿No es eso, acaso, lo que tanto critican de las monarquías?
Mediante las políticas “bolivarianas” viene la polarización social, que es el salitre de la pólvora castrense. Venezuela ha sufrido las secuelas de las confrontaciones bélicas, en las que sus caudillos han querido imitar al prócer mantuano. Hoy, los uniformados de este país se sienten héroes con el sólo hecho de pronunciar su nombre, aunque en realidad su comportamiento es radicalmente distinto; la villanía es su divisa. Pero ningún militar, sea decimonónico o contemporáneo, ha podido igualar a Bolívar en gloria y méritos. Ni siquiera Chávez le pisó los talones durante su intentona golpista de 1992.
Conductas como la descrita pueden extenderse a la población en general, con sus matices. Durante una de las tantas protestas contra el desgobierno chavista, recuerdo haber visto una imagen en Facebook de los neoperezjimenistas, la cual decía: “Guerra a muerte contra el fraude. Guerra a muerte contra el comunismo. Guerra a muerte contra el invasor. Resistencia nacionalista”. Al fondo del texto, estaba la bandera de Bolívar utilizada en la Segunda República de Venezuela. Hasta ahora, empero, la proclamada “guerra a muerte” (seguramente dirigida al castrismo y sus partidarios) aún no se produce. Ojalá que eso nunca pase.
Similarmente, está el trato cultural a Bolívar, quien es visto como si hubiera sido el salvador de la América Española, pero nada de eso es verdad. La comparación del Libertador con Jesucristo es falaz, completamente falsa, puesto que la gesta del Libertador se parece más a la de Mahoma ―salvando las diferencias, por supuesto― que a la del Nazareno. Aunque el Mesías hizo acciones que pueden ser moralmente cuestionables, en los Evangelios no se lee un pasaje en que a él se le ve tomando ciudades por la fuerza, ejecutando incrédulos, teniendo desenfrenadas orgías u ostentando apego por lo material. En cambio, en lo que podemos llamar la “expansión bolivariana” hubo urbes reducidas a cenizas, masacres, bacanales (para el prócer criollo y compañía), hambrunas (para el pueblo), latrocinios y opulentas riquezas.
La mencionada sandez, que es de lo más ridícula, se puede enterrar definitivamente con una observación histórica de sumo interés. Los cultores del Libertador afirman categóricamente que él fue el redentor de Latinoamérica, utilizando por pruebas ciertas pequeñeces tales como que el héroe caraqueño montó una mula vestido con sencillez, en su camino hacia la entrevista con Morillo. Sí, la verdad sea dicha; Bolívar lo hizo, ese hecho está bien documentado, de ello no hay duda. Sin embargo, él no se inspiró de la entrada de Jesús en Jerusalén, sino de Napoleón Bonaparte, quien cruzó los Alpes cabalgando dicho animal cubierto con una simple frazada, sin los ornatos del uniforme militar. Su objetivo fue anonadar al general realista, cosa que consiguió a la perfección.
El bolivarismo tiene, en efecto, alergia a la crítica de su ídolo, no le gusta que se metan con él. Críticas, como las que estoy haciendo en este instante, son difíciles de hacer en un país que tiene en Bolívar a su efigie patriótica: es su cuarto símbolo patrio después de la bandera, el escudo y el himno nacional. Por consiguiente, un venezolano que lo cuestione o se burle de él está alzándose contra el epítome de su identidad o, si se quiere, de su “venezolanidad”. No existe ninguna ley que impida la publicación de textos contrarios a los ideales de Bolívar, pero sí hay una sociedad silente, vigilante, que los condena dándoles la espalda, aún si tienen la razón. Eso se debe a que el folclor está tan arraigado que prefiere las balsámicas distorsiones de las hagiografías. La realidad le duele e incomoda.
Y, a pesar de ello, hay ocasiones en las que el culto al Libertador utiliza las (medias) verdades para salirse con la suya, con propósitos nada éticos. En uno de estos, se fomentan irracionales odios por eventos acaecidos hace más de siglo y medio; por ejemplo, los atentados contra Bolívar, los desengaños del héroe caraqueño con los peruanos y las sediciones en el seno de la Gran Colombia. En el otro, se estimula el patrioterismo y la xenofobia; como Bolívar despreció a españoles y canarios, “nosotros” también deberíamos hacerlo (lo que es falacia tu quoque, aunque aquí es para defender una postura, no para atacarla), y como él fundó más repúblicas que los demás próceres latinoamericanos, entonces Venezuela es un país “especial”, “bendecido”, “superior”.
Ha pasado mucho tiempo desde que Bolívar partió al más allá, pero en el más acá todavía causa estragos. Desde luego, esto quiere decir que Venezuela ha desperdiciado, hasta el 2017 ―y contando― la cantidad exacta de 187 años, 19 de ellos con la involución socialista del chavismo. Cada vez que este país calca un modelo político del Libertador, retrocede un paso andado en el sendero de su desarrollo; no obstante, con una dictadura el atraso puede ser mucho mayor. Por lo visto, la veneración al prócer criollo tiene males que deben remediarse a través de las instituciones del Estado y de la educación.
Conclusiones
Nunca van a ser suficientes los documentos que revelan cómo ha sido el desenvolvimiento del culto a Bolívar en diferentes lugares y épocas del tiempo. La cronología, tan vasta como la geografía, da un sinfín de ambientes en los cuales puede reconocerse la idolatría al Libertador, la cual ha sufrido modificaciones disparejas, siempre dependiendo de quiénes le han dado acogida. Bolívar ha sido, es y será el máximo receptor de los homenajes latinoamericanos, que inclusive alcanzan los confines de los Estados Unidos. Sin embargo, no es lo mismo el simple tributo a un personaje, en algo elemental como una canción o una estampilla, que su exacerbada mitificación en el imaginario colectivo, más aún si esta proviene del autoritario dictamen gubernamental.
Son prolíficas las obras sobre el Libertador, aunque no todas son fiables. Hay bastantes charlatanes que disfrazan fraudes de estudios serios, y escribidores que publican pésima literatura sobre el héroe mantuano. A pesar de esto, aún hay intelectuales que, adeptos o no al pensamiento de Bolívar, no han renunciado al uso de la razón. Se trata, pues, de sinceros investigadores, de plumas críticas que no tienen miedo a decir lo que piensan, ya que la intención es mantener el sano intercambio de ideas, con las cuales se puedan entender mejor aquellos hechos que marcaron la historia latinoamericana.
Eso sí, hay quienes preferirían que este tipo de verdades no lleguen a saberse, al menos no tan pronto. Un Estado lo suficientemente astuto es capaz de manipular el devenir temporal a su antojo desde el sistema educativo, a fin de mantener al pueblo ignorante, sumiso y conformista. De esta manera, en Venezuela ha surgido así una escolástica bolivariana, la cual se ha inculcado principalmente en las aulas de clases y en los cuarteles, aunque también en los partidos políticos y en la cultura popular. Desde este punto de vista, el culto al Libertador es una forma de dogma totalitario, el cual entraña más riesgos que beneficios.
Luchar contra la fuerte corriente del bolivarismo es una tarea ardua, pero no imposible. En nuestra contra tenemos la dictadura venezolana y sus esbirros, aunque a favor de nosotros están los hechos, que a ellos nos remitimos. Con estas evidencias podemos dar el tiro de gracia reservado para las páginas faltantes de este libro, cuya parte postrimera le dará a la fanaticada del Libertador por donde más le duele: sus “controversias”. Es justamente aquí donde emergen las interrogantes más interesantes y candentes sobre Bolívar.
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Capítulo 5 – Religión mantuana
Capítulo 6 – La palabra del prócer
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