¡Saludos! Luego de una pequeña pausa y tras haber realizado algunas investigaciones complementarias, me encuentro de regreso. Ahora toca ver, nuevamente, al Planeta encantado de J.J. Benítez, cuyo décimo episodio (titulado Sahara Rojo, lean aquí la transcripción) es la tercera parte de sus extraterrestres prehistóricos del Tassili. Esta vez, el ufólogo español involucra más civilizaciones y teorías sin pruebas sólidas a su favor, cuando mucho un conjunto de coincidencias circunstanciales sacadas de contexto.
Procederé como de costumbre: con precisión y concisión. Pero como en esta ocasión la mejor defensa será el ataque, dejaré por anticipado mi lista de fuentes consultadas (no puse más sobre los bereberes porque ya las hay de sobra en los capítulos 8 y 9 de esta investigación). Cualquier otra que mencione aparecerá enlazada cuando sea oportuno.
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Sobre los etruscos: idioma (link 1, link 2) y civilización.
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Sobre los íberos: su lengua (link 1, link 2, link 3, link 4) y su cultura (link 1, link 2, link 3).
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Sobre la lengua vasca: información vía Proel y Wikipedia en inglés.
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Información complementaria: idioma griego, alfabeto fenicio e idioma púnico.
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Libros recomendados: Historical dictionary of the Berbers (2006), de Hsain Ilahiane, y Encyclopedia of African History (2004), de Kevin Shillington.
Empecemos.
(0:26) La tragedia llamó de nuevo a las puertas del Sahara. Lo que en los arranques del Neolítico hace 10.000 años fue un paraíso se vio condenado una vez más por el caprichoso destino. Y el inmenso vergel empezó a acusar unos insólitos y preocupantes síntomas. (0:44)
(0:57) Sí. Quizá fue una burla del destino. Casi nada es para siempre y mucho menos en la naturaleza. Por eso un buen día aquel Sahara azul, cuna de civilizaciones, se vio humillado de nuevo. Y este fue el resultado. (1:12)
(1:50) En realidad, el proceso de desertización del Sahara fue tan lento y progresivo como la aparición del bello y exuberante jardín. Los científicos no terminan de ponerse de acuerdo, pero todo apunta hacia una fecha fatídica: más o menos hacia el 8000 antes de nuestros días. En ese tiempo algo cambió. Los monzones perdieron fuerza y lentamente se retiraron del paraíso. Las lluvias se hicieron más esporádicas y los ríos, antaño generosos, fueron secándose ante la desesperación de un mundo habituado al verdor y la abundancia. El laberinto de lagos, entre ellos el gigantesco Chad, quedó reducido poco a poco a un puñado de cenagosas y malolientes charcas. Y los barcos, varados, avisaron. El primero en ser derrotado fue el territorio líbico. (2:44)
(2:49) Unos 2.000 años después, hacia el 6500 antes del presente, el fantasma de la sed conquistaría lo que hoy conocemos como Egipto. Y el desierto entró en una avanzada fase de aridificación. Sólo las regiones del Norte siguieron recibiendo la bendición de las lluvias. En esa época, como consecuencia de la ya fortísima e imparable desertización, se registra un hecho de especial trascendencia en la historia que ahora iniciamos. Un hecho que no debe ser olvidado. (3:18)
(3:19) Hacia el 6500 antes de nuestros días, las comunicaciones entre Egipto y el Sahara quedaron prácticamente cortadas. Los puntos de agua se han extinguido. Sólo el Nilo sigue siendo una arteria viable entre el Norte y el Sur. Y arriesgando mucho con el Suroeste del territorio líbico, en el Fezzan. He dicho bien: comunicaciones cortadas. (3:44)
(5:26) Y la maldición siguió propagándose. Hacia el 5000 antes del presente, el caudaloso Igargar se rinde y con él los grandes lagos. El proceso es inexorable. La cuenca lacustre se evapora, transformándose en blancas y espesas salinas. Hoy, entre las dunas, el caótico relieve del llamado Bosque de los Petrificados es un dramático recuerdo de los cerros que fueron labrados durante siglos por las inmensas masas de agua. El viento abrasador y las tormentas de arena acuchillan los últimos reductos donde resisten bosques y cañaverales. El manto vegetal es arrastrado y la sabana muere. El Sahara queda desnudo, cubierto ahora por mesetas graníticas, waris polvorientos y un ejército de dunas movibles que devora cuanto encuentra a su paso. Muerte, sed y desolación. Ese será el resultado. Y se produce lo inevitable. Aquellos pueblos autores de los grabados y pinturas rupestres, los descendientes de los hombres que conocieron a los Cabezas Redondas, abandonan finalmente el Sahara. Huyen. (6:46)
(6:47) Del viejo jardín queda muy poco. Sólo el flanco occidental del Sahara y algunas franjas interiores resisten. Pero la suerte está echada. Entre el 4800 y el 4500 antes del presente, la desertización es general. Las ciudades han sido abandonadas. Los pozos cegados. Ya nadie pinta en los abrigos rocosos. Los Cabezas Redondas sólo son un recuerdo. Un total de 5.000 kilómetros desde el Atlántico al Mar Rojo y casi 3.000 desde el Atlas al Sudán es engullido por el amarillo, el rojo y el negro. (7:34)
(7:44) Hace 2.000 años, lo que fuera uno de los más bellos jardines del mundo entra en un coma profundo. El encefalograma de la vida es casi plano. Sólo los vegetales xerófitos hunden sus profundas raíces en una tierra que nadie quiere. El Sahara mira al cielo, pero las lluvias se han ido con los dioses. Hoy las precipitaciones apenas reúnen 100 milímetros al año. En poco más de 7.000 años, el cáncer de la sed termina con un Sahara verde y acuático. Y en el transcurso de esos milenios la naturaleza, hostil y despiadada, empuja a los pueblos hacia los últimos oasis. Las franjas costeras y el Sahel al Sur son los primeros receptores de las sucesivas oleadas migratorias. Las etnias forman un río humano. Ahora, frente a la espada de fuego del desierto, son una sola nación unida por la calamidad. (8:48)
(8:50) Y libios, demejus, nasamones, siles, garamantes, atarantes, gétulos, númidas, demetes, mauros y sanajas, entre otros, huyen de Libia, Egipto, Argelia, Mali, Túnez, Marruecos y Mauritania. Y al mundo asiste a uno de los primeros, más intensos y dramáticos movimientos de masas de la historia. Una migración desesperada que lentamente provocaría el nacimiento de unas culturas insospechadas. (9:29)
En líneas generales, la información es correcta, pero es mejor hacer caso de la cronología que señalé en el capítulo anterior, porque corresponde con las investigaciones científicas más actualizadas. Olvidémonos de los Cabezas Redondas como dioses espaciales, la piedra de Los Villares y el anillo de plata, porque todo eso está refutado desde el capítulo 8.
(10:21) Hacia el 4000 antes del presente, la franja costera del Sahara, último recuerdo del gran jardín, se ve saturada. Miles de seres humanos continúan desembocando en ella. Y los más audaces toman la decisión de aventurarse en la mar a la búsqueda de un futuro más seguro y prometedor. Es así como los desahuciados pobladores del Sahara inician la conquista de lo que mucho después llamaríamos Europa. No se sabe cuándo ni tampoco en qué orden, pero la realidad es que en esos últimos 4.000 años las diferentes civilizaciones saharianas van penetrando en todas direcciones. Unas eligen la península ibérica. Otras arriban a las islas del Mediterráneo. Y de allí, con toda probabilidad, saltan a Italia y Grecia, perdiéndose hacia el Este. Algunos pueblos marchan hacia las sabanas del centro y Oeste de África. Otras llegan a las Islas Canarias. Finalmente el hambre y la sed los instala también a orillas del Nilo. (11:40)
Eso no es cierto del todo. Aparte de la misma África, en sus regiones meridionales y nororientales, los únicos lugares documentados a donde se dirigió esta emigración sahariana fue a las Islas Canarias, con vestigios en Malta y Sicilia. No se tienen rastros de esas culturas africanas en España, Italia, Grecia ni Asia Menor; no hay rastros de cerámica, arte o lengua que demuestren tal afirmación. No hay siquiera un enterramiento de algún bereber antiguo. Nada.
(11:44) El hombre moderno tiene la tendencia a asociar esas corrientes migratorias en la lejana Antigüedad con la imagen de unos hombres primitivos, huérfanos de ideas y de cualquier manifestación cultural. Grave error. No fue este el caso de los pueblos saharianos que invadieron la cuenca mediterránea, Canarias y el actual Egipto. Lo hemos visto con anterioridad. Las pinturas y grabados del desierto son elocuentes. Conocían la domesticación. Vestían ropajes inusuales para la época. Practicaban un aseo refinado. Enterraban a sus muertos. Sabían de la divinidad. Eran expertos navegantes. Comerciaban y se relacionaban con las restantes etnias y, en fin, disfrutaban de una singular escritura común: el bereber. (12:41)
Afirmaciones engañosas. Debería decirse “emigraron” en lugar de “invadieron”, porque con el segundo verbo da la impresión de que los bereberes se apoderaron violentamente de pueblos que habitualmente rechazaban a los extranjeros. Los guanches difícilmente habrían tenido la capacidad suficiente para oponer resistencia, ¿pero los egipcios? Yo te aviso, Chirulí. A ellos no se les podía tocar ni con el pétalo de una rosa porque hacían la guerra; con el ejército que tenían, habrían asesinado, expulsado o esclavizado a los africanos venidos en masa desde el Sahara occidental.
En suma, observamos en el capítulo anterior que el bereber antiguo tenía distintos estándares ortográficos, por lo que su escritura no era “común”, como tampoco lo fue su lengua, cuyo alfabeto es viejo, pero no como nos lo hace creer el ufólogo español.
(12:52) Este inmenso y rico bagaje, como iremos viendo, saltó con ellos a las nuevas tierras. El paso del tiempo y los inevitables mestizajes modificaron sin duda muchas de esas manifestaciones. Manifestaciones sociales, religiosas y culturales que habían tenido un origen único. Un ejemplo: la citada escritura bereber antigua. Nacida probablemente como un sistema compacto y homogéneo de comunicación, con un alfabeto claro y brillante, terminó deformándose ante la inevitable erosión de los cruces humanos. Y aunque conservó muchos signos comunes, en esos milenios asistió al nacimiento de otros alfabetos casi idénticos. Y en ese rodar apareció el tifinagh, la grafía utilizada hoy por los tuaregs, hija en definitiva de aquel primitivo bereber. Casi sin querer de la mano de la desertización y de las sucesivas migraciones humanas, había descubierto el por qué del gran dilema. (14:02)
(14:09) ¿A qué obedeció la desaparición del genuino significado del bereber antiguo? Ahora empezaba a comprender. Ahora entendía por qué mis amigos los tuareg no sabían leer los símbolos grabados en la piedra esférica de Los Villares. (14:24)
Más afirmaciones engañosas.
Aquella lengua, como dije en el capítulo anterior, tiene una escritura que data de los siglos III y II a.C. Lo más antiguo que llega es al siglo IV a.C. Curiosamente, el camello comenzó a utilizarse como medio de transporte alrededor del siglo II a.C., cuando se intensificó aún más la desertización (lo que obligó a usar un animal de mayor resistencia física para efectuar el cruce de las caravanas en el Sahara), y a ello se añade que el primer monarca bereber registrado de la historia se llamó Gaïa, cuya muerte acaeció entre los años 206 o 203 a.C.
Por otro lado, el aislamiento geográfico fue el primer factor que produjo la disgregación y posterior desaparición del bereber antiguo, que se vio completada por la llegada del islam en el Norte de África. El recrudecimiento del clima árido hizo que las poblaciones emigraran a tierras más hospitalarias localizadas en las regiones subsaharianas, regadas por ríos ubicados al Sur, y también en oasis, donde podían sobrevivir sin problemas en mitad de los arenales. Muy pocos probaron suerte en la costa septentrional o en Egipto, y una cantidad todavía menor se atrevió a navegar fuera de su continente nativo.
Lo demás creo que se explica solo. Con una población sahariana en desbandada, lo que vino fue descomposición social. El bereber antiguo, cuya escritura era de uso oficial, ceremonial y funerario, decayó poco a poco hasta ser reemplazado por el árabe. Cualquier significado que hayan tenido sus palabras en el siglo III a.C. fue erosionado por un largo proceso evolutivo que las hizo ininteligibles a los tuaregs de la actualidad.
(14:54) No hay unanimidad en los criterios científicos y antropológicos respecto a los primeros pobladores del archipiélago canario. Expertos como Fusté, Bernard y Spidevsky consideran que los hombres que colonizaron el Norte de África, los cromañones, se propagaron también hacia las Canarias entre el 2500 y el 1000 a.C. Otros apuestan por un poblamiento más reciente. Quizá alrededor de los siglos V o IV antes de nuestra era. Sea como fuere, lo que parece claro es que las islas terminaron por recibir varias de esas corrientes migratorias que huían de la desertización. Quizá desde el Norte, en la región del actual Túnez, o quizá desde la vecina Mauritania, separada de las Canarias por un centenar de kilómetros. Esos pueblos saharianos fueron conocidos como guanches. (15:43)
Se estima que los ancestros de lo que hoy conocemos por guanches tuvieron que haber estado en las Islas Canarias desde el año 1000 a.C., aunque su poblamiento no fue tomando forma sino después del siglo VI a.C., lo cual queda demostrado con una famosa cueva situada en Tenerife. Los primeros registros históricos apuntan a que las expediciones pioneras en dicho grupo insular se dieron en el siglo I a.C., provenientes de la antigua Mauritania, localizada al Norte del actual Marruecos. De ahí en adelante estuvieron habitadas por los nativos hasta la colonización española.
Los testimonios documentales son creíbles. No en vano las Islas Canarias están muy cerca de la costa Sur marroquí. Asimismo, hay incontestable evidencia que corrobora los lazos genéticos, lingüísticos y culturales entre guanches y africanos. Sin embargo, es a partir de aquí donde comienzan las tergiversaciones de Benítez.
(16:25) Los guanches, una raza espléndida y singular que terminaría siendo diezmada por los españoles en nombre de la cruz y de una supuesta civilización superior. Pero la ambición y crueldad de los castellanos no lograrían borrarla del todo. Los guanches trasladaron a las Canarias muchos de los secretos y costumbres heredados de aquellos lejanos encuentros con los Cabezas Redondas en el corazón del paraíso sahariano. Repasemos muy por encima algunos de esos vestigios tan íntimamente ligados a los pueblos del Sahara. (17:06)
Aviso: los guanches conocieron la cultura norteafricana porque se la trajeron los inmigrantes que huyeron del Sahara. Antes de eso, los nativos de las Islas Canarias ya tenían una cultura que se había desarrollado muchos siglos antes. Por la datación del bereber antiguo, resulta clarísimo que el encuentro entre ambos pueblos no pudo producirse antes de los siglos IV y II a.C., sino mucho después.
La conquista española se efectuó en el siglo XV, y aunque no fue para nada pacífica, no puede decirse que los aborígenes vivían de manera idílica. De hecho, hubo indígenas que se rindieron a sus colonizadores, pues pasaban hambre por el mal estado de sus cosechas (algo similar tenemos con los rapanui en la Isla de Pascua, quienes tenían un aspecto famélico al ser hallados por los exploradores europeos. ¿Razón? La destrucción de la agricultura a manos de ellos mismos, por un desordenado crecimiento económico que acabó en desastre. De eso hablé bastante en el capítulo 2).
(17:10) Primera gran sorpresa: la escritura líbico-bereber. Con toda probabilidad una de las señales clave. Aparece en todas las islas. Aparece en barrancos, cuevas y abrigos; bien siguiendo la técnica de la incisión o del picado. Las primeras noticias sobre estos alfabetos bereberes se remontan a 1873, cuando Padrón advierte de los grabados encontrados en Hierro. Desde entonces decenas de expertos han venido trabajando en el estudio e inventario de una treintena de estaciones o asentamientos que suman más de 50 paneles con cientos de signos. Para Renata Springer, una de las expertas más activa y rigurosa en el análisis de estos alfabetos canarios, el examen de los mismos sugiere un estrato cultural común y una íntima vinculación con la cultura bereber. (18:08)
(18:16) Para Renata, que ha investigado durante años los grabados del Norte de África y para la casi totalidad de los especialistas, las coincidencias entre aquellos y los signos hallados en El Hierro, La Palma, Gran Canaria, Tenerife, La Gomera, Lanzarote y Fuerteventura, son abrumadoras. Todos coinciden. La antigua grafía guanche tuvo que proceder del mundo africano. (18:41)
(18:42) Ahora, a la vista de estos testimonios escritos, las afirmaciones de cronistas e historiadores sobre el escaso bagaje cultural de los guanches son cuando menos patéticas. Sedeño, por ejemplo, llega a decir que los antiguos canarios no conocían letras ni caracteres aunque se valían de pinturas toscas. ¿Quiénes eran los ignorantes, los vencedores o los vencidos? (19:09)
Correcto. Sin comentarios.
(19:31) Los guanches, sí, eran portadores no sólo de una escritura rica y original, sino también de una cultura ancestral que hoy causa asombro. Según la antropología biológica, se trataba de un pueblo de raza blanca, con un 80 o un 90% de individuos de cabellos y ojos oscuros. Sólo los del Norte, en un 10 o un 20%, eran rubios, con ojos claros. La genética muy recientemente ha venido a confirmar las sospechas de lingüistas, arqueólogos y antropólogos. Los genes de los guanches proceden del mundo bereber. Así lo demuestran los estudios de las enzimas de los glóbulos rojos y del DNA mitocondrial. Estos genes mitocondriales, transmitidos exclusivamente por vía materna, han arrojado unos resultados esclarecedores: en las Canarias, los genes paternos proceden principalmente de la península ibérica. Los maternos, en cambio, son saharianos. (20:36)
(20:37) La explicación habría que buscarla en las matanzas acaecidas durante la Conquista. Los castellanos diezmaron a los guanches varones respetando a las mujeres. Después, llegaría el mestizaje. Guanches en general robustos, bien adaptados al terreno, de tallas notables, con una media de 1,70 metros para los hombres y 1,56 metros para las mujeres. Guanches con una capacidad craneal media de 1.557 centímetros cúbicos, una cifra que presupone un importante desarrollo mental. En otras palabras, lo contrario a lo escrito y divulgado por los conquistadores españoles. (21:40)
Sí, eso es cierto, hasta donde se ha investigado.
(21:41) Los guanches no eran salvajes. Los guanches adoraban a un dios único, invisible y sustentador de todo lo creado. Lo llamaban Aborac, es decir, el grande, el sublime. Era el dios de sus ancestros con el que podían establecer un diálogo directo, algo que sorprendió y no gustó a los evangelizadores castellanos. Los guanches practicaban el bautismo sobre las cabezas de los niños. Y la mujer que derramaba el agua quedaba emparentada con los padres. Los guanches disponían de templos en los que se encomendaban a Dios. Los llamaban almogarén (“casa santa”), y subían a las más altas montañas para invocar a la divinidad tal y como era costumbre entre los antiguos pobladores del Tassili. (22:46)
Estas afirmaciones son correctas (salvo dos detalles pequeños pero fundamentales: la religión guanche no era monoteísta, sino animista, y sus invocaciones también se hacían en cuevas, no solamente en la cima de picos elevados), pero no sé de dónde sacó la información de los nativos del Tassili. Ninguna fuente consultada dice eso, aunque no me sorprende que las religiones den connotaciones sagradas a las montañas. No creo que los credos africanos sean excepciones a la regla.
(22:48) Los guanches sorprendieron una y otra vez a los conquistadores españoles. Sus mujeres se apartaban del mundo, aislándose en cuevas y ejerciendo la oración y la contemplación. Los monasterios, en efecto, ya estaban inventados. Las mujeres guanches fueron sacerdotisas y también amazonas, guerreras y cazadoras. Otra herencia sahariana. La mujer guanche, como sucede entre los tuaregs, gozaba de una alta consideración y respeto. Podía sentarse en el trono y gobernar al pueblo, como ocurrió con la mítica Tin-Hinán, la mujer gigante que veneran los tuaregs. (23:31)
Tanto el sepulcro como el cadáver de Tin-Hinán datan aproximadamente del siglo IV de nuestra era; en efecto, se trataba de una mujer muy importante dentro de la nobleza bereber, una reina-guerrera. No obstante, eso es lo que afirman las tradiciones locales argelinas para justificar los orígenes de la organización social tuareg. Por esta razón, ha de pensarse que esta fémina es más un personaje literario que una descripción fiel de la cultura bereber, la cual fue gobernada por hombres, más aún con la fe musulmana.
Además, es poco lo que sabemos de la religión guanche. Eso sí, lo que consta es que se adoraba a Chaxiraxi, una “diosa-madre” venerada junto a Magec, una deidad solar. También es cierto que había mujeres amazonas en esta etnia.
(23:59) Los guanches juraban ante el Ser Supremo poniéndolo como testigo de sus acciones. Y heredaron del Sahara sus creencias, ingenios y espíritus maléficos; los célebres diablos o djinns de los nómadas. Los guanches trajeron consigo el arte de la adivinación, una costumbre arraigada en el Sahara desde tiempo inmemorial. Estos magos y santones a los que llamaban guañameñe, ejercían una gran influencia sobre la población. Ellos fueron los que profetizaron mucho antes del arribo de los conquistadores la llegada a las islas de unas gentes blancas a bordo de unos grandes pájaros. (24:42)
Sólo creo que pueda ser cierto lo del guañameñe. Las artes adivinatorias y el juramento al dios más poderoso son comunes en todas las sociedades ancestrales de las que tengo noticia, y éstas no necesariamente tienen un estricto origen bereber. Por tanto, si los guanches tomaron algo de los inmigrantes africanos, lo habrían mezclado con sus ritos.
(24:47) Y del mundo bereber proceden igualmente sus ideas sobre las fuerzas del mal. Al infierno lo llamaban Echeide; de ahí procede el término Teide, la montaña que rugía, temblaba y arrojaba fuego. La religión de las puertas infernales y del río ardiente y subterráneo por el que navegaban los muertos fue otra de las herencias saharianas practicada por los pueblos que emigraron del desierto. Después, mucho después, el cristianismo haría suya esta prehistórica concepción de las puertas del infierno y del bautismo. (25:24)
Que yo sepa, el bautismo y la noción del infierno en el cristianismo tienen orígenes que nada tienen que ver con la tradición guanche. Lo demás, sin embargo, me parece que es correcto, de acuerdo a la información que he leído. Si Benítez miente en algo, avísenme.
(25:33) Y como los tuareg y bereberes, los guanches sintieron un especial terror por determinadas montañas. Lo que hoy en el Sahara se conoce como Montañas del Diablo; allí habitaban los dioses y los djinns. Allí desaparecen hombres y ganado. Y los que logran regresar, enloquecen para siempre. Son las cumbres sagradas, como las del Tassili, donde un día descendieron los Cabezas Redondas. Allí dejaban los guanches y aún dejan los tuaregs toda clase de pequeñas cerámicas a manera de exvotos. Son ofrendas y peticiones a la dignidad. Allí quemaban los guanches hierbas olorosas exactamente igual que los bereberes de hoy. (26:17)
Quitando la tontería de los Cabezas Redondas y su inexistente aterrizaje, las demás afirmaciones son correctas, por lo menos en lo que respecta al significado del rito que, como he advertido más arriba, también se efectuaba en cuevas.
(26:19) Y eran los guanches gentes alegres y festivas, amantes de toda suerte de juegos y desafíos. Uno de ellos consistía en el levantamiento de piedras. Enormes rocas que alzaban a pulso, desplazándolas por hombros, cuello y espaldas. Un deporte tradicional entre los vascos; otro pueblo que también emigró del Sahara. (26:44)
Correcto, pero sólo en cuanto a los guanches. Ninguna fuente consultada sostiene que los antiguos saharianos tenían este juego tradicional entre sus costumbres. La aducida similitud con el harrijasotzea (“levantamiento de piedras”) es un sesgo del ufólogo español, en el cual olvida que los vascos también tienen otro deporte de la misma categoría, que es el idi probak (“arrastre de piedra”, aquí se usan animales de tiro. Compárese con el lasto botatzea, o “levantamiento de fardo”). De esta forma, la comparación es engañosa.
Adicionalmente, los vascos no vinieron del Tassili; eran europeos natos desde la Prehistoria cuyo ancestro fue el Hombre de Cromañón (¡eso fue hace como 35.000 años!). Se ha sugerido, mediante argumentos lingüísticos que analizaré más abajo, que este pueblo tuvo contacto con grupos norteafricanos camíticos hace unos 16.000 años, aunque la evidencia genética contradice estas especulaciones.
(26:47) ¿Y de dónde aprendieron los guanches a comunicarse con el lenguaje de los silbidos? ¿Cómo explicar que esa misma técnica sea utilizada aún entre los nómadas y pastores del Sahara? Y al igual que los antiguos pobladores saharianos, los guanches, en tiempos de sequía, conducían el ganado hacia lugares despejados. Allí apartaban las crías de las ovejas y esperaban a que los balidos de los corderos atrajeran la atención del Ser Supremo, regalándoles la lluvia. ¿Otra casualidad? (27:29)
Hasta donde investigo, eso es correcto.
(27:38) Grabados de pies humanos en Canarias y Argelia. Otra señal del origen común de bereberes y guanches. Nadie en realidad ha sabido interpretar su significado. (27:50)
Tal vez no tenga significado alguno. O bien, sólo tendría sentido en el plano ceremonial, como parte de algún rito colectivo.
Eso, por cierto, me recuerda a los niños de preescolar cuando mojan sus manos en pintura y luego las plasman en la pared.
(28:27) Y los guanches, como los descendientes de aquel jardín sahariano, tuvieron desde el principio una clarísima idea de la supervivencia después de la muerte. ¿Quién les enseñó? Y lo más intrigante: ¿dónde y cuándo aprendieron a momificar? Aunque las técnicas guanches no son idénticas a las egipcias, no pude evitar un lógico pensamiento. Si guanches y egipcios emigraron del Sahara, lo más probable es que el arte de la momificación partiera de una enseñanza común. (29:03)
A mi juicio, la conexión es engañosa y anacrónica, pues una cosa no tiene que ver con la otra. También hay momias en Perú e incluso una en Mérida (Venezuela), que está alojada en el Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”; en esos enterramientos se incluyeron objetos valiosos que acompañaban a los muertos. Ninguna de ellas está asociada con la gran civilización que habitó el Nilo. Además, las momias guanches más antiguas son del siglo III d.C., es decir, un siglo antes del cadáver de Tin-Hinán y unos tres siglos después del colapsado Imperio Egipcio.
Muchas de estas momias han sido víctimas del saqueo, aunque algunas de ellas están bien preservadas y nos dan pistas de cómo era la existencia de los guanches en la era prehispánica. Por ejemplo, las de Necochea, entre otras reportadas en las Islas Canarias, nos indican que la esperanza de vida no debió ser superior a los 35-40 años (de hecho, algunos cuerpos son de personas que fallecieron a los 29 años de edad) y que padecían enfermedades tratables en el siglo XXI.
(29:22) Y como los bereberes, los guanches enterraron a sus muertos en túmulos circulares y formando anillos concéntricos. Los guanches disponían también de una profesión que a mi entender nos empuja a reflexionar sobre otros pueblos igualmente salidos del Sahara: los embalsamadores. Hombres y mujeres especializados en el lavado de los cuerpos, en la extracción de las vísceras y en el relleno de los restos. Este proceso, conocido como mirlado, sólo podía ser desarrollado por unos especialistas que jamás tenían contacto con el resto de la comunidad. Eran los apestados; hombres y mujeres que no podían ser tocados y que recibían el alimento a distancia. (30:16)
Hasta donde he leído, esto es cierto, aunque debo precisar que el Túmulo de La Guancha tiene una datación que oscila entre los siglos XI y XV de nuestra era. Quizás la idea de hacer esa construcción funeraria en círculos concéntricos fuera importada de los norteafricanos, aunque no debe descartarse que los indígenas canarios pudieron desarrollar este concepto por sí mismos.
(30:27) Y un apunte más que fortalece el indudable origen sahariano de los guanches. Es Espinosa, en el siglo XVI, quien nos alerta sobre una de las costumbres de los antiguos canarios. Dice el cronista: “El rey ―el mencey― no casaba con gente baja, y a falta de no haber con quién casar, por no ensuciar su linaje, se casaban hermanos con hermanas”. Los guanches, en efecto, practicaban la endogamia de linaje exactamente igual que los faraones egipcios. Así preservaban a las élites y, en definitiva, al sistema de organización social. ¿De dónde partió esta costumbre? ¿No es sospechoso y significativo que ambas culturas ―guanche y egipcia― procedieran del Sahara? (31:22)
La cita es correcta, pero la comparación es apresurada. La endogamia era ―y es― practicada por varias culturas en el mundo, incluso por la hebrea, según narra el Génesis de la Biblia. Que se haya llevado a cabo en el Sahara y en las Islas Canarias no tiene nada de especial. De hecho, se sabe que estas uniones son buenas para conservar la casta (como en la India, aunque ahí la tradición se rige con reglas distintas), pero malas para la genética de nuestra especie. Si tienen dudas al respecto, pregunten a los Habsburgo de España o a Carlos el Hechizado.
(31:25) Como sospechosa es la habilidad de los guanches para trepanar, otra habilidad compartida con los egipcios. ¿Cómo supieron los guanches que estas perforaciones frontales o parietales aliviaban y mejoraban a los enfermos y heridos? Los guanches, sí. Una magnífica cultura que como escribió Cuscoy, fundador del Museo Arqueológico de Tenerife, “llegó en silencio, vivió en silencio y desapareció en silencio”. (31:50)
La afirmación sólo es correcta en relación a los guanches, no en la comparación con los egipcios. La trepanación es antiquísima, se remonta a la Prehistoria y fue practicada por montones de culturas en diversos continentes, aunque ésta no siempre se realizaba por motivos médicos, sino rituales.
(32:20) Las otras dos grandes corrientes migratorias procedentes del Sahara me reservaron otras tantas y desconcertantes sorpresas. Durante meses proseguí las indagaciones. Todo encajó. Las imparables y sucesivas oleadas de etnias que huyeron de la desertización serían las responsables de la aparición en la península ibérica e Italia de otras dos destacadas y míticas culturas: la íbera y la etrusca. Ambas nacidas de un tronco común, el universo bereber; eran casi hermanas. Ambas se hallaban igualmente emparentadas con guanches, vascos y egipcios. Los primeros, los íberos, como escribe Estrabón, pudieron penetrar en la actual España hacia el VI Milenio a.C. Cruzaron el estrecho de Gibraltar y durante esos miles de años fueron conquistando un territorio semivacío ocupado por primitivos y toscos cazadores. Y se extendieron por el Levante, Andalucía, Cataluña y buena parte del Norte de España. Los etruscos por su parte saltaron del Sahara aventurándose en la ocupación de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Y desde allí al centro de Italia. (33:44)
(33:52) Estas hipótesis sobre los orígenes de íberos y etruscos no son aceptadas por muchos de los historiadores. Para estos expertos, los íberos llegaron de Asia o, sencillamente, eran oriundos de la península ibérica. (34:06)
(34:43) Otros comparten el criterio sahariano. En el caso de los etruscos, la mayor parte de los especialistas se muestra disconforme con el posible origen bereber. Para algunos procedían de la península anatólica, como defendía Herodoto; es el llamado “origen oriental”. Para otros los etruscos nacieron en la propia Italia, tesis defendida por Dionisio de Halicarnaso. Por último, hay quien defiende el origen centroeuropeo, como postulaba Nienburg. La verdad es que al analizar algunos de los rasgos y características principales de ambos pueblos, la única tesis coherente es el bereber. Veamos hasta dónde llegan esas aplastantes coincidencias. (35:35)
Oye, oye, despacio, Cerebrito.
Repaso: los vascos no eran del Sahara, sino de Europa. Los guanches sí se mezclaron con los norteafricanos, pero lo más seguro es que eso fue después del siglo I a.C. Y no se ha demostrado la existencia de ningún vínculo entre egipcios y guanches; las semejanzas señaladas en su favor son coincidencias aisladas que no prueban nada.
Ahora, los íberos y los etruscos vienen al cuento. Vamos por partes.
De los íberos no tenemos sino montones de lagunas informativas que aún siguen en pie. Esto no es pretexto para asumir a lo bestia que eran descendientes de los bereberes. Sin embargo, de ellos sabemos que tuvieron pleno desarrollo desde el siglo VI a.C. hasta su definitiva desaparición en el siglo I a.C., tras la invasión de los romanos. De hecho, en la Geografía de Estrabón, al hacer mención de los turdetanos, se habla de una grammatiké, cuyo corpus literario tenía unos 6.000 años de antigüedad.
Si nos fiamos de este testimonio (que puede tener sesgos y errores de cálculo cronológico), los íberos serían oriundos de Europa porque ya habrían habitado el continente desde la Prehistoria. Eso no quita que en un principio pudieron haber provenido del Norte de África, aunque de haberlo hecho su éxodo no habría tenido relación alguna con las olas migratorias del Tassili. No hay pruebas que demuestren tal suposición.
Con los etruscos, empero, tenemos más suerte. La evidencia genética más reciente sigue con disparidad de criterios, pero ninguna señala un origen africano; se ha comprobado que eran nativos de Italia, con grupos migratorios provenientes de Anatolia, el Norte y el Este de Europa, pero ninguno del Sahara. Adicionalmente, la cultura villanoviana, su precursora, se desarrolló en la Edad de Hierro, aproximadamente en el año 1100 a.C. Después, la Etruria floreció entre los siglos VIII y III a.C.
Para mayor información de dicha civilización, pueden ver el documental Sulle tracce degli Etruschi, presentado por el divulgador científico Alberto Angela (sí, lo lamento: está en italiano, sin subtítulos).
(36:17) Los primitivos íberos, al huir del Sahara, trajeron consigo, como sucedió con los guanches, una ya familiar religión centrada en los ríos infernales. Una religión gemela a la bereber, en la que grutas y montañas ocuparon un lugar destacado. Eran las Puertas del Infierno, con un verdugo que atormentaba a los muertos: Caronte. Eran centros sagrados en los que también depositaban exvotos y ofrendas olorosas. Exvotos en bronce o cerámica depositados en troncos de árboles, grutas o hendiduras de las rocas, exactamente igual que guanches y bereberes. Exvotos que representan hombres y mujeres con una mano alzada en señal de saludo, como las pinturas y grabados del Tassili y de Libia. (37:03)
No he sabido de ninguna religión que no tenga la noción del inframundo, con sitios fantásticos donde las almas descansan, se pudren, se purgan o desaparecen eternamente. Cada credo tiene su versión, sus connotaciones y sus personajes malditos.
Desechando las pinturas rupestres del Tassili por razones oportunamente explicadas, la analogía es forzada. En los íberos, los enterramientos se hacían en fosas, encachados tumulares y cámaras funerarias cuya construcción variaba en cada tribu. El ritual funerario, que tenía influencias culturales greco-fenicias, solía realizarse mediante cremación, con ajuares que dependían del estatus social, oficio y sexo del difunto. A ello se añadían ofrendas que eran quemadas en el lugar de la ceremonia. Nada de esto se asemeja a las tradiciones guanches.
A propósito de esto último, queda desmentida la “señal de saludo” afirmada por Benítez. Las estatuas íberas no tenían ese significado.
(37:18) Una religión que entronizó también a la Diosa Madre. Una divinidad femenina de primer orden, asociada al mundo de ultratumba y a la fecundidad. Los íberos tenían plena consciencia de la vida después de la muerte. Y al igual que guanches y bereberes, acompañaban los restos de los difuntos con alimentos y objetos personales, incineraban a sus muertos y depositaban las cenizas en urnas, exactamente igual que los etruscos. Y me pregunto: si ambos pueblos hubieran sido autóctonos, ¿cómo explicar tan singular coincidencia? (37:54)
La “coincidencia” se cae a pedazos cuando uno observa que las ofrendas de los ritos funerarios guanches y bereberes son totalmente DESIGUALES a las de los íberos. La comparación con los etruscos, por su parte, es ridícula. Mientras los guanches embalsamaban y momificaban a los muertos, los etruscos los sepultaban en sarcófagos, urnas o edificaciones similares al mundo de los vivos, con las cuales se hacían increíbles necrópolis.
(38:04) Los íberos se distinguieron también por su afición a las artes adivinatorias, una tradición compartida por sus hermanos bereberes, guanches y etruscos. ¿Casualidad? (38:16)
Lo dudo.
Vale, ya, hablemos en serio, sin mamadera de gallo. Paremos las risas.
No conozco una sola cultura primigenia que no haya desarrollado la astrología, la hechicería y la clarividencia con médiums. Algunas civilizaciones fueron más complejas que otras en estos oficios, pero todas estaban preocupadas por el porvenir. No obstante, los ritos y el significado de los augurios difería en cada pueblo, por lo que esas conexiones hechas por Benítez son, enteramente, un engaño.
Para muestra, un botón: los etruscos fueron famosos por la ornitomancia, es decir, la técnica de predecir el futuro mediante la observación del vuelo de los pájaros. Los guanches, en cambio, lo adivinaban partiendo de los balidos de las ovejas y de la dirección del humo ―del Teide, supongo―. Vaya “casualidad”.
(38:19) Y qué decir del vestuario y las joyas. El ajuar íbero sólo es comparable al etrusco. Polibio habla de las ricas capas de lino teñidas en púrpura y usadas por los turdetanos y mercenarios ibéricos de Aníbal. Bajo estas túnicas los hombres lucen otros vestuarios ajustados, con hermosas y anchas hebillas de oro y plata. En las mujeres, la vestimenta es más espectacular. Está formada por una superposición de túnicas, con capas bordadas que reposan sobre los hombros, y se tocan con velos y chales. Colgantes, brazaletes y collares finamente trabajados decoran las esculturas en piedra y los bronces hallados en decenas de asentamientos. (39:03)
Puede ser cierto, pero sólo con relación a los íberos y etruscos. Los bereberes del Paleolítico no lucían esa vestimenta. Por su parte, la ropa de los guanches a menudo era de cuero gamuzado y piel, aunque en verano iban desnudos.
(39:04) Unas vestiduras, tocados y adornos que ya hemos visto en los grabados y pinturas de hace 10.000 y 9.000 años en el Sahara. Toda una herencia bereber que se refleja igualmente en la extraordinaria pasión de los íberos por el toro y los seres sobrehumanos. Toros y bóvidos que fueron pintados y grabados por sus lejanos ancestros en los abrigos rocosos del Tassili, del Atlas y del Fezzan. Seres monstruosos, alados, con cabezas de felino o de perro, pintados y grabados a cientos en el corazón del Sahara. (40:00)
Descártense las afirmaciones sobre las pinturas rupestres del Tassili, porque no tienen validez (ver refutaciones en los capítulos 8 y 9). En Europa también hubo especímenes vacunos prehistóricos que están en la iconografía de sus primeros habitantes, con su bestiario y mitología autóctona. Nada de eso tiene que ver con los africanos del Sahara.
Una razón se suma a las anteriores, y es de muchísimo peso. Las cuevas de Lascaux, en Francia, se remontan aproximadamente al 17.000 AP (ca. 15.000 AEC); en las de Altamira, situadas en España, se descubrió un nuevo nivel que dispara su antigüedad al 22.000 AP (ca. 20.000 AEC). Por tanto, ambas se anticipan entre 3 mil y 8 mil años a las pinturas del Tassili, en el Período del Cazador.
¿Qué significan estas dataciones? Que en el Paleolítico los precursores de los franceses, los españoles y los africanos pintaron en cuevas, pero cada quien por su lado. Asimismo, esto implica que el arte rupestre del Tassili, por el solo hecho de ser más reciente que el de Lascaux y Altamira, no tuvo ninguna influencia en el europeo.
(40:03) Y finalmente la escritura y la genética. Aquella prodigiosa cultura dejó múltiples ejemplos de sus alfabetos, muchos de ellos alterados ya por las lógicas influencias de otros pueblos. Hasta el momento han sido hallados más de 600 testimonios escritos. Y al examinarlos aparecen nuevamente los viejos y ya familiares símbolos que integraron el bereber antiguo. Exactamente igual que en la escritura guanche. Exactamente igual, como veremos, que en la escritura etrusca. (40:35)
No. Esta es una mentira tan flagrante que no ameritaría pruebas para demostrar que lo es. Sin embargo, el lector se habrá dado cuenta de que el autor de Planeta desencantado ―o sea, yo― tiene conocimientos de idiomas, por lo que seguramente esperará de mí una explicación al respecto. Más aún, porque Benítez se acaba de meter en mi campo profesional, que es el de la lingüística.
Primero lo primero. Los alegatos genéticos y artísticos quedan descartados, con excepción de los guanches, caso que es muy conocido entre los especialistas y que tiene sus matices descritos en párrafos anteriores. Esto de por sí bastaría para mirar con suspicacia las afirmaciones de carácter lingüístico. Si los africanos saharianos del Tassili no intercambiaron genes con íberos, vascos y etruscos, mucho menos palabras, puesto que no se conocían.
A lo precedente, se debe atender la clasificación lingüística, que no se hizo por soberbia europeizante, sino por la cantidad abrumadora de pruebas que se oponen a las afirmaciones de Benítez. Si el íbero, el vasco o el etrusco hubieran recibido algún grado de influencia del bereber antiguo, estos idiomas estarían catalogados sin dificultad dentro de la familia afroasiática, como lo es el guanche.
Sin embargo, esto es precisamente lo que no sucede. Se cree que el etrusco puede estar en la familia tirsénica, en tanto que el íbero todavía no ha podido ser clasificado, y el vasco es una lengua aislada. Además:
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El alfabeto etrusco comenzó a usarse en el 700 a.C. La escritura ibérica tuvo su auge en el siglo IV a.C. Se desconoce cuándo surgió el vasco y se ha intentado trazar sus orígenes con el dogon, aunque esa teoría ha sido ignorada por basarse en infundadas especulaciones.
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De los alfabetos mencionados, sólo el ibérico tuvo una influencia confirmada del púnico. El etrusco le debe su escritura al griego arcaico y el vasco al latino. Ninguno es abjad/consonántico porque se escriben las vocales. Sólo el íbero era silábico, pero en parte.
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Como dato singular, debe decirse que el alfabeto púnico, utilizado en Cartago, apareció alrededor del año 800 a.C., como cuatro siglos antes del bereber antiguo. Este sistema de escritura derivó del alfabeto fenicio, que data aproximadamente del año 1200 a.C. y que sufrió adaptaciones en el griego, el cual le añadió las vocales desde la Época Arcaica (ca. s. VII-480 a.C.).
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Es bien sabido que los cartagineses estuvieron en el Norte de África hasta que fueron exterminados por los romanos. En ese tiempo, sin duda, tuvieron influencia en la península ibérica y en el Sahara.
Atando cabos, quedaría en evidencia que el impacto cultural y lingüístico recibido por vascos, íberos y etruscos no habría procedido de los bereberes, sino de los griegos, fenicios y cartagineses, mediante procesos muy complejos. Por la cronología estudiada, también contemplamos que el alfabeto bereber pudo evolucionar por su cuenta, aunque no debe descartarse algún aporte procedente del extranjero. Lo que sí es certero es que ningún idioma, salvo el guanche, fue alterado por los inmigrantes del Tassili.
Ninguno.
Por lo demás, las siguientes dos palabras del ufólogo español, en relación a los alfabetos, son de lo más estúpidas: “exactamente igual”. ¿En serio? Ja, ja, ja… Como el huevo a la castaña. Veamos brevemente el por qué.
La apuesta de Benítez se la juega con el ⵏⵔⵏ del bereber antiguo, ¿verdad? Pues bien, como les venía diciendo desde hace tiempo, se pronuncia como /nrn/ (dos “enes” y una “ere” en el medio). En etrusco sería /ioi/ (el triptongo ioi), y en ibérico /baɡuba/ (las sílabas “ba”, “gu”, “ba”, en ibérico septentrional). Fonéticamente, la “coincidencia” es nula.
Al probar con otras letras, los resultados son mixtos y no dan razón a estas teorías. Las probabilidades de desacierto aumentan cuando el contraste se hace con dialectos o alfabetos de siglos diferentes. Por ejemplo, la letra ⵙ del bereber antiguo se pronunciaba como /b/ (la “b”), pero sólo en etrusco arcaico es la vocal /o/ (los demás derivados se escriben como O, a semejanza de la letra griega ómicron) y el en íbero septentrional la sílaba /gu/; la consonante /m/ tiene una grafía similar en etrusco, fenicio, púnico e ibérico septentrional, mas no con el neo-tifinagh, que se escribe ⵎ (yam).
Finalmente, el único acierto medio razonable está en el ibérico, pero con bemoles. Algunas letras son exclusivas del ibérico, otras no se parecen en nada a las del líbico bereber ni a las del tifinagh. Hay inclusive caracteres que evolucionaron directamente del púnico, entre ellos los que corresponden a los fonemas /b/, /ɡ/ (la “g”, como en gato), /h/ (se pronuncia como la “jota”), /l/ (la “ele”), /m/ (la “eme”), /n/ (la “ene”), /p/ (la “p”), /r/ (la “r”, como en carro), y /t/ (la “te”).
Con estas pruebas contundentes, las “aplastantes coincidencias” lingüísticas quedan aplastadas por el peso de la razón. Si hubo alguna africanidad idiomática en la España prerromana, vino de Cartago, no del Tassili.
(40:37) Pero, por si no habían suficientes pruebas que demuestran el claro origen sahariano de los íberos, la genética entró nuevamente en acción. Y un equipo del doctor Antonio Arnáiz, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, viajó por el Norte de África examinando los potenciales genéticos de los bereberes. Al compararlos con los de los españoles, legítimos descendientes del pueblo íbero, los resultados fueron abrumadores. Los genes HLA de unos y otros conservan el mismo sustrato. En otras palabras, íberos o españoles y bereberes poseen un origen común. Pertenecen a la misma raza. Al igual que los guanches, la desertización los expulsó de su verdadera patria. (41:25)
Interesante, pero falso. Las investigaciones de Antonio Arnáiz parecían haber dado con el clavo, hasta que trabajos científicos posteriores repitieron los experimentos y demostraron que esos enlaces genéticos entre europeos y subsaharianos del Tassili son inexistentes.
Para más inri, Arnáiz ha sido portavoz de absurdas teorías lingüísticas y filológicas. En una de ellas, él sostiene que el Código de Hammurabi no contiene ninguna ley babilónica, sino un texto funerario escrito en vasco. Facepalm.
(41:33) La investigación de aquel éxodo me ha traído hasta el corazón del mundo etrusco. En mi opinión, otro de los pueblos que huyó del Sahara. Aquí, en esta tumba, y en otras similares, he encontrado lo que buscaba: las Puertas del Infierno. (41:46)
(41:55) Las Puertas del Infierno. Ya no se trataba de tradiciones orales. Aquí, en el silencio de los cementerios etruscos, está la prueba física de esa religión que compartieron los saharianos. La enigmática civilización etrusca, en la que bebieron romanos y griegos, rindió un especial culto al más allá. Al igual que bereberes, guanches e íberos, los etruscos vivieron obsesionados por ese río subterráneo de fuego en el que navegaban los muertos. Un río infernal, un río angustioso al que se tenía acceso por estas puertas. La religión de las puertas, todavía vigente entre los pueblos saharianos. Otra evidencia de aquel tronco común. (42:43)
Ver refutaciones anteriores sobre estas culturas y sus creencias en el más allá. Esta comparación es engañosa y falsa. Los etruscos, por cierto, adoptaron elementos de la mitología griega. Ya con eso rueda por el piso la presunta influencia sahariana.
(42:45) ¿Evidencias? Las encontramos a decenas. Las Puertas del Infierno también en piedra. Magos y adivinos. Otra de las grandes especialidades de los etruscos. El célebre Hígado de Piacenza, sobre el que vaticinaban los augures. Otra herencia bereber. Mujeres etruscas, con una independencia, libertad y cultura impensables en el I Milenio a.C. Unas características de la mujer bereber. Unas características que asombraron al mundo. Trenzas idénticas a las africanas. (43:27)
No. Otra comparación engañosa y falsa. “Magos y adivinos” los hay en todas las religiones (el monoteísmo hebreo tiene su versión: los profetas y patriarcas). La analogía con el Hígado de Piacenza se desploma de una porque está escrita en etrusco, lengua que como vimos no tiene lazos con el bereber. Además, las inscripciones del Hígado muestran un panteón divino importado de la cultura villanoviana, Fenicia y Grecia, tal y como sucede con Fufluns, que era el Dionisio de los helenos.
Sólo hay una coincidencia menor con las mujeres, pero debe tomarse con reservas. Fueron muy escasas las sociedades humanas antiguas que permitieron el “matriarcado” y la igualdad de género; en este punto, la aparente similitud no evidencia nada. Por su parte, los peinados femeninos con trenzas están en algunas esculturas de las féminas etruscas (en pintura está suelto o recogido con un cintillo), mas no con las del Tassili. Hemos observado en varias capturas de pantalla que la cabellera africana era corta, según consta en las pinturas rupestres.
(43:41) Túmulos circulares como los construidos por sus antepasados en el Sahara. (43:45)
Mentira. Ver refutaciones anteriores sobre los rituales funerarios de los íberos, guanches y etruscos.
(44:01) Seres alados, a cientos, blancos y negros como los representados en piedra y metal por los íberos, sus hermanos. Seres con largas orejas posteriormente llamados sátiros, idénticos a los pintados y grabados en el Sahara. (44:19)
Paja. Eso es habladera de paja. El arte etrusco tuvo influencias griegas, egipcias y fenicias. ¿Y del Sahara? ¡Qué Sahara ni qué ocho cuartos!
(44:35) Y de nuevo los familiares símbolos bereberes, todavía reconocibles en la escritura etrusca. Una escritura, insisto, que partió del lenguaje común sahariano y que, como sucedería con la íbera, fue deformándose, presionada por múltiples influencias. Bereber antiguo en la escritura guanche, en la íbera y en la etrusca. ¿Casualidad? (45:02)
Sólo es cierto en la escritura guanche. Lo demás está plagado de falacias, mentiras y tergiversaciones.
(45:07) Y al final de nuestras investigaciones en Italia, otra pequeña gran sorpresa. Ocurrió por aparente casualidad. Al penetrar en una de las salas del museo etrusco de la ciudad de Tarquinia, algo extraño y superior a mí me empujó con fuerza hacia uno de los sepulcros. La fría mirada de la estatua ―un magistrado del siglo III a.C. y que recibía el nombre de Laris Pulena― cobró vida. Llegué a su altura y la mirada de piedra de Laris se clavó en mí. Entonces aquel susurro añadió: “El pergamino, ahí está lo que buscas”. Era un largo párrafo en etrusco. Y al poco apareció. Palo-Cero-Palo; los misteriosos símbolos del anillo de plata. Los misteriosos símbolos del lucerillo. Los misteriosos símbolos en la cúpula de la nave que fue vista en Los Villares. (46:23)
Eso es fácil de refutar. El texto bajo la efigie de Laris Pulena es un epitafio, nada más que eso. Incuestionablemente, ahí está escrito un IOI, pero está fuera de su contexto lingüístico, puesto que el triptongo está dentro de una palabra, que a su vez está dentro de una frase y por extensión dentro de un párrafo. Parte del mismo dice lo siguiente:
(Este es el epitafio) de Laris Pulena ―hijo de Larce, (nieto) de Larth, nieto de Velthur, bisnieto de Laris Pule, el Griego―, quien escribió este libro de adivinación. Él estuvo al mando de la oficina del creals en esta ciudad, Tarquinia…
Por contraste, otro IOI “misterioso” está en la fíbula prenestina, cuya inscripción está en latín antiguo, la cual dice: “MANIOS MED FHEFHAKED NUMASIOI”. En latín clásico es “MANIVS ME FECIT NVMERIO”, que traducido al español significa “Manio me hizo para Numerio”.
Fin del enigma.
(46:35) Y comprendí. En realidad, poco importaban los supuestos mensajes del lucerillo y del anillo de plata. Aquella mágica aventura por el Sahara y Europa cobró un nuevo significado, quizá el único o el más importante. Aquel intrigante Palo-Cero-Palo y el resto de los signos bereberes no eran otra cosa que unas sabias flechas indicadoras. Las pistas que me habían conducido a una realidad tan profunda como ignorada. La realidad de un continente ―África― que fue cuna de grandes civilizaciones. África: hoy abandonada y despreciada por un hombre blanco que paradójicamente salió de ella. (47:27)
En cuanto a genética, no hay dudas: el Homo sapiens nació en África. Las demás afirmaciones del ufólogo español son boberías, en lo que se refiere a lingüística, religión e historia del arte. Además, ¿tanto nadó este periodista de magufadas, como para que a estas alturas del partido nos venga a decir que la piedra de Los Villares y el anillo de plata ya no tienen ninguna importancia en esta investigación? Baia, baia, qué lástima es este tipejo, cuya pérdida de masa encefálica se demuestra en tan pocas frases…
(47:29) Y en la afilada mirada de los tuaregs leí el final del mensaje: “Escribamos de nuevo la historia”. (47:38)
Me temo que no, señor Benítez, me temo que no.
A lo largo y ancho de este viaje por el Sahara, las Islas Canarias, España e Italia, hemos mirado cómo diversas culturas tienen algunas semejanzas en lengua, tradiciones, arte, historia y religión. Sin embargo, correlación no es causalidad. La posibilidad de un cruce entre bereberes antiguos y culturas foráneas es, hasta donde llegan las evidencias, limitada a los guanches. Los íberos, vascos y etruscos, por su parte, tienen algunas incógnitas sin ser reveladas, aunque su identidad cultural es, en esencia, europea, con simientes orientales. Esto no quita mérito a los pueblos prehistóricos del Tassili, sino que los realza al situarlos en su justa dimensión, sin caricaturizar su historia mediante afirmaciones gratuitas que vienen sin pruebas o con pruebas falsas detrás.
OK, nos vemos en la siguiente entrada.
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Capítulo 5 – Secreto de uno, de ninguno
Capítulo 6 – Dios es tracalero
Capítulo 7 – Una “cajita feliz”
Capítulo 8 – Palito-Cerito-Palito
Capítulo 11 – Locademia de arqueología
Dice Benitez: “Escribamos de nuevo la historia”
Al propio revisionista histórico style :v
Leer eso e imaginarme siendo realidad tal afirmación me recuerda a 1984, cuando el Miniver manipula el pasado.
¡Un abrazo Ylmer!
Épale Carlos, gracias por comentar. Por «escribamos de nuevo la historia» quiere decir «el pasado es como a mí me da la gana que fuera». Como bien dices, eso es orwelliano.
Saludos, pronto saldrá el capítulo 11.