Sin importar si son o no son institucionalizadas, las religiones son las cosas que menos estimo en la Tierra. Motivos me sobran para decirlo, y muchas veces me ha preguntado por ellos, pero son pocas las oportunidades que he tenido para agrupar mis respuestas en un solo bloque. Ergo, a fin de lidiar con este controversial tema, he de explicar muy brevemente, desde mi propia perspectiva, lo que pienso de estos sistemas de creencias que sistematizan la superstición de los dioses para que millones de personas les rindan culto día y noche, por los siglos de los siglos, amén, con tal de no ser devorados por las fuerzas del mal. Haré esto tomando en cuenta el papel que tiene la fe en la actualidad.
El dogmatismo de las religiones siempre ha estado presente, desde las más primitivas hasta las más modernas. Esta característica, que también se manifiesta en los gobiernos autoritarios, impide a sus practicantes cuestionar cualquier aspecto de su sistema de fe, corregirlo o reformarlo, so pena de sufrir las consecuencias o castigos por parte de las autoridades religiosas; en el mejor de los casos se recibe una reprimenda verbal para volver al corral, pero en el peor se ha llegado a la violencia física. Si las religiones fueran de mentalidad abierta, modificarían sus creencias en pro de sí mismas y de la humanidad; pero no, eso difícilmente sucede, porque para ellas es más sencillo tildar a sus detractores de impíos herejes que dar su brazo a torcer. Así, las religiones son un sistema robespierreano de pensamiento en el que afirmar lo contrario equivale a ser un contrarrevolucionario que se niega a nadar con la corriente. Sigue leyendo
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