Microdisertaciones (II)

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Ser un seudocientífico es más fácil que pelar mandarina, pues no hay que estudiar; todo está dicho y todo está hecho en una serie de postulados inmutables que fueron proclamados por algún sabiondo que en alguna época remota o reciente creyó haber descubierto la quintaesencia del universo cuando en realidad no había descubierto ni el agua tibia. Con frecuencia, los postulados de este ente de la sinrazón se reducen a un manojo de aforismos precocinados que al ser enunciados guardan cierta similitud con las respuestas pregrabadas de una contestadora telefónica (sí, de esas que uno escucha cuando se llama al número de atención al cliente). No hay manera de abordarlos sin que éste dé sus patadas de ahogado con la cantinela de las conspiraciones, la tramoya del establishment científico y el “negacionismo” de los escépticos acerca de su “verdad”.

A un magufo le viene bien el llantén de la ciencia “inquisidora” que lo persigue o pasa de largo cuando le toca oír sus alocadas aserciones, puesto que tiene un complejo de Galileo, de Newton o de Einstein digno de un análisis psiquiátrico. Y no es para menos, porque a un don nadie que se adjudica un estatus de superioridad intelectual mediante el empleo de esta burda comparación se le debería dar un jalón de orejas para dejarle claro que jamás va a compartir el podio de los sabios salvo que su aporte valga la pena; es decir, el seudocientífico, quien se cree un escéptico “auténtico” y no un poser, no estará a la par de ese Galileo, de ese Newton y de ese Einstein si no nos ofrece algo que le dé un vuelco fenomenal a nuestro entendimiento. Sigue leyendo