A grandes rasgos soy partidario de la medicina científica porque se basa en la evidencia, lo cual mejora sus conocimientos y aumenta la calidad de vida de los pacientes. Por otro lado, no soy amigo de la seudomedicina alternativa porque no está centrada en la evidencia, sino más bien en creencias, hechos o teorías que no se han demostrado o se han demostrado como falsas, aunque si a algún método médico alternativo se le probara su eficacia por encima del placebo entonces pasaría a formar parte de la familia de la medicina científica, por lo cual ya no tendría su título de “alternativa”; en caso contrario, seguirá ubicándose en el banquillo de los perdedores. Sin embargo, he de hacer algunas observaciones adicionales al respecto que considero de suma relevancia.
Es necesario entender que lo tradicional y lo científico son dos cosas distintas. Aunque parezcan sinónimos, ni lo primero ni lo segundo son iguales, pues en un sentido amplio la tradición obedece a ideas folclóricamente enraizadas en la cultura a lo largo del tiempo que son aceptadas por la sociedad y se transmiten de generación en generación como hechos irrefutables compuestos de simbolismos, costumbres, rituales, un toque de fe y sobre todo de supersticiones. Bajo esta definición, la medicina tradicional no es la del galeno con estetoscopio que ve a una infección como la invasión de un microorganismo, sino la del chamán que ve en ésta una manifestación paranormal de los espíritus malignos.
La convención, por su parte, es muy diferente a la tradición, pues es un consenso en el que la comunidad científica ha fijado una postura de acuerdo a circunstancias debidamente analizadas. Cuando se determina que algo es cierto no es porque lo diga un grupo de científicos especializados en el tema, puesto que los científicos no se reúnen como si fueran monjes en el monasterio, sino porque hay evidencia suficiente como para demostrar con el método científico un hecho cuya certeza se tenía en duda. En este plano, la convención científica es todo lo opuesto a la tradición porque no trabaja con ritos raros ni con la fe, ni es cerrada, ni sus cambios se ven por la fuerza de elementos que son propios de una cultura que no somete sus creencias a la crítica.
Por ende, es ilógico llamar “tradicional” a la medicina como normalmente la conocemos porque la medicina de hospitales, agujas hipodérmicas y batas blancas es la que forma parte de la convención, y más aún, de una convención llamada ciencia. Y como es bien sabido, toda ciencia que se precie de serlo (esto incluye la medicina) no recurre a al “conocimiento ancestral” para estudiar la naturaleza sin antes ponerlo a prueba, ya que la antigüedad no es veracidad. Un brebaje de hierbas no cura porque lo sostenga el anciano del pueblo cuya única prueba de sus afirmaciones es que sus ancestros prepararon su milagrosa pócima durante siglos.
Demostrar la validez de una seudomedicina apelando a la tradición es, de hecho, una falacia ad antiquitatem, y decir que técnicas como la acupuntura son útiles porque fueron aplicadas a personajes de la nobleza de la dinastía Ming también lo es, lo cual es de paso un argumento de autoridad. También es falaz argumentar en pro de una terapia alternativa con escritos o testimonios antiguos al estilo de “según está escrito en el pergamino Equis, del año 512 a.C., pincharse los dedos con una tenaza de herrero quita la gripe”; si tal razonamiento fuera válido, seguramente cualquiera podría practicar una trepanación basándose en el folclor de los incas, aunque es obvio que nadie en su sano juicio se dejaría abrir el cráneo con instrumentos de piedra y sin anestesia.
En efecto, la medicina científica ha superado muchos obstáculos, tantos como los superados por la astronomía. Varias ideas, como las de Galeno e Hipócrates, fueron abandonadas, no por ser ideas concebidas en la antigüedad, sino por ser incorrectas. Si pensamos más a fondo en este panorama veremos un detalle importante: los avances médicos no funcionan en torno al concepto erróneo en el que lo mejor es lo nuevo ―lo cual es una falacia ad novitatem―, sino cuando la medicina científica, como cualquier ciencia, modifica su paradigma una vez que los tratamientos demuestren haber superado el placebo y los beneficios de los medicamentos actuales. De no ser por esto la medicina todavía estaría estancada en el siglo XV y nuestra esperanza de vida sería la de una etnia indígena prehispánica diezmada por la viruela que, por supuesto, no pudo salvarse de la pandemia ni con las hierbas de la selva amazónica.
No quiero decir con esto que lo viejo es malo, ni intento desacreditar los esfuerzos de quienes en otras épocas se esforzaron por hallar una solución a un problema de salud, pero hay que recordar que el rigor científico aplicado a la medicina vale para todos los métodos médicos, sin importar si fueron propuestos ayer o hace tres mil años. Si algún planteamiento médico tiene una efectividad demostrada se le da la bienvenida y pasa al campo de la medicina científica; de lo contrario va a la papelera. La seudomedicina alternativa aún no termina de comprender este punto tan básico de la ciencia sino que prefiere evadir o fingir que cumple con los controles del escrutinio, pues ésta se sustenta en teorías centradas más en razonamientos vagos que en la evidencia, sin posibilidad de ser objeto de un análisis escéptico por parte de quienes la señalen como falsa o inconsistente.
En sí, la seudomedicina también tiene predilección por los argumentos encasillados en la filosofía de la ciencia, cuando no en pura epistemología. La medicina científica, en cambio, se basa en ciertas teorías y hechos que durante años de investigación publicaron sus frutos en revistas especializadas en las que se divulgaron sus hallazgos mientras se descartaban las ideas equivocadas y se discutían las que tenían una posibilidad de ser verídicas; incluso se hacía una sabia diferenciación entre aquello que tenía fundamento y lo que era mera especulación. Esta labor todavía se hace con tesón con herramientas como la del doble ciego, y eso es justamente de lo que carece la seudomedicina alternativa, pues al no guiarse por los parámetros de la convención científica ocasionan la pérdida tanto de la objetividad como de la precisión de cuanto quieren probar. Los resultados de sus indagaciones ―si es que se le pueden llamar así― no son sino el reflejo de lo sugestionables que son las personas cuando se les dice que una imposición de manos es mucho mejor que una pastilla de acetaminofén.
La realidad de la seudomedicina alternativa es que es errónea ya desde sus cimientos; aunque tenga algunas teorías que suenan interesantes, esta seudomedicina no se sostiene con evidencias verificables a través de otros investigadores con experimentos reproducibles sino que le presta muchísima atención al folclor, a la tradición y más aún, al testimonio anecdótico, es decir, al cliché conocido como “a mí me funciona” que desmenuzaré más adelante. Para empeorar el panorama, la seudomedicina alternativa no está interesada en cuestionar sus propias hipótesis y mucho menos en demostrarlas como es debido, pues se limita a aceptar sin chistar una pequeña lista de preceptos irrefutables que se crearon hace montones de años atrás, o en su defecto se vale de una enorme lista de estudios que presuntamente avalan sus afirmaciones aunque sus defensores no se hayan leído ni uno de ellos sin tropezar con falacias, tergiversaciones y mentiras.
En suma, cada intento por refutar alguna de estas terapias alternativas es contestado con críticas y hasta con arremetidas sin sentido a la medicina científica para desviar el tema, en vez de contraargumentos serios que prueben inequívocamente la eficiencia de, por ejemplo, la quiropraxia. Esta actitud descortés deja mal parada a la seudomedicina alternativa, pues su rechazo a ser analizada críticamente por la ciencia la hace ver como una gacela que huye de un leopardo al que considera como la encarnación de la Inquisición, con “cacería de brujas” y todo lo que ello implica. ¿Por qué las seudomedicinas hacen esto si son tan eficaces como suelen afirmar con tanto orgullo? Porque la carga de la prueba, que reside en quien afirma mas no en quien duda, les tiene sin cuidado. Porque saben que si no se demuestra con pruebas fehacientes el funcionamiento de técnicas como el reiki, la ciencia no aprobaría su uso, y mucho menos si rechazan cualquier análisis escéptico.
También lo hacen, en efecto, porque no quieren que sus prácticas se sometan a rigores jurídicos que están en la medicina científica. Por esta razón, y aunque para algunos pueda ser una medida exagerada, creo que ponerle el cascabel a las seudomedicinas es más que una necesidad legal; es una necesidad de salud pública que no puede ser atendida por quienes meten sus narices en aquello que no conocen (ahora bien, si Ud. prefiere un té verde al paracetamol es asunto suyo, nadie le impedirá bebérselo). Considero entonces que esto es necesario por varios motivos de peso: uno, porque la vida de la gente no es para tomársela a la ligera; dos, porque debe penalizarse sin vacilación la administración de terapias cuya efectividad es nula o aún no ha sido demostrada; y tres, porque las normas del ejercicio de la medicina son estándares universales, por lo cual nadie debería estar exento de su cumplimiento.
Una seudomedicina alternativa en particular no puede cumplir obligaciones legales en su ejercicio sin antes cumplir una obligación fundamental: la de demostrar fehacientemente que funciona, que es mejor que la medicina científica, lo cual no ha conseguido aunque sus seguidores están conscientes que vender terapias ineficientes es una vulgar estafa, un acto delictivo punible como la violación del código deontológico médico. En efecto, en la medicina científica se pueden tomar acciones legales contra la mala praxis, la venta de medicamentos no autorizados (la FDA emite regularmente boletines sobre fármacos en lista negra), el intrusismo profesional o la negligencia de los especialistas a tratar a sus pacientes.
¿Simpatizan las seudomedicinas con esta singular vara de medir? No lo creo. En las terapias alternativas esto es muy difícil de lograr porque creen que las leyes no aplican para ellas; por tanto, sería complicadísimo enjuiciar a un acupunturista autoproclamado doctor por pinchar mal con sus agujas ―se adjudican los fallos a la falta de fe del paciente, las insondables causas sobrenaturales, al “plan del Señor” o al de Satanás―, por comercializarlas sin permisología sanitaria ―que yo sepa, no hay organismo oficial que las regule―, por emplear ilegalmente esa terapia ―las seudomedicinas suelen practicarse con imitaciones de licencias médicas, o simplemente sin ellas― o por esquivar su utilización ―conozco a un “doctor” en imanes que admitió no haber querido atender a una paciente en estado terminal por sus “energías negativas”―.
Claro está, las legalidades también son paradojas que pueden ser contraproducentes si se pone la seudociencia al mismo nivel que la ciencia, lo cual mezcla peligrosamente dos cuestiones que deben estar claramente separadas ya que la ignorancia y el conocimiento no son equiparables. Los países que han metido la pata con esto lo han hecho más por respeto a la supuesta inocuidad de las opiniones individuales de algunos vendedores de pócimas y a las culturas “ancestrales” que por hacerle caso a las evidencias: ergo, si usted ve que en una ley hay un “balance” entre la brujería y la medicina científica sabrá que ha sido únicamente por demagogia politiquera o por tolerancia multiculturalista que se sostiene con las falacias tradicionalistas, aunque también con cuatro clásicas pistas falsas que alejan el debate de lo que impide juzgar la medicina según su rasgo más elemental: su efectividad.
- Farmacias: eso es de lo más ñoño. Suele apoyarse en algo que dice más o menos así como “si está en las estanterías de las farmacias, por algo será”. Falso. Las farmacias, como cualquier negocio, se encargan de vender y distribuir mercancía, no de decirle a usted cuáles productos son buenos y cuáles son malos. Véalo de este modo: en las zapaterías venden calzados buenos y malos; las tiendas de películas están abarrotadas de filmes buenos y malos; las concesionarias venden carros buenos y malos; las tiendas de tecnología venden aparatos electrónicos buenos y malos. ¿Cómo saber si lo que nos ofrecen es una medicina real o una baratija seudomédica? Yendo al médico que estudió directamente su dolencia. Aplicando el método científico. Usar el escepticismo para barrer aquello que suena demasiado maravilloso como para ser verdad.
- Publicidad: no importa si los comerciales en la televisión giran en torno a la aspirina o al Ervamatin; los comerciales de los medicamentos científicos o alternativos, como los de cualquier otro tipo, no son tratados de medicina sino estrategias publicitarias que nos instan a comprar, no a razonar. No perdamos el tiempo en lo inútil: los eslóganes “si es Bayer, es bueno” y “podemos ayudarle, existe una esperanza” no son contribuciones en un debate racional, por lo cual no son pruebas de nada (aunque la diferencia entre la aspirina y el Ervamatin es que la aspirina funciona). Si se va a evaluar alguna medicina, es mejor hacerlo contando con abundante evidencia; es decir, con datos sólidos y estudios serios. Y si a usted le da algún fuerte dolor de cabeza o se le cae el cabello, no sea terco, no se automedique, no se fíe de los medios; vaya a que lo revise un doctor.
- Economía: las implicaciones económicas en la medicina conforman juntas un tema muy complejo. La efectividad de un medicamento no está indicada intrínsecamente en sus costos. Hay quienes dicen que la medicina es buena si es es barata, costosa o más barata/costosa que la competencia, pero la verdad es que los costos médicos varían mucho tanto en la medicina científica como en la alternativa, y eso se debe a muchos factores, especialmente porque son enormes las inversiones destinadas a la investigación biomédica. Por eso, en vez de comparar precios a lo loco, ¿no es preferible determinar antes si una medicina en particular funciona porque hay pruebas de ello y no porque nos ahorra dinero? Esa es mi humilde opinión. Eso sí, hay que acotar que reemplazar la medicina científica por las ideas de la seudomedicina nos puede salir caro, y no lo digo estrictamente en el contexto monetario, sino en el funerario.
- Médicos “piratas”: en la medicina científica los hay, por supuesto. Me he topado con ellos y son repugnantes. Su aprecio por el código deontológico médico es prácticamente nulo, por lo cual no me extraña que ellos sean los que suelen recibir menos respeto de sus colegas y menos visitas a su consultorio. No obstante, yo no recuerdo la última vez que un médico alternativo criticó la mediocridad profesional que hay en los miembros de su propio gremio; supongo que eso es porque entre bomberos no se pisan la manguera. Ahora bien, si hay algo de lo que estoy seguro es que una cosa es juzgar la profesión y otra cosa es juzgar al profesional; por tanto, que un grupo minoritario de médicos haya hecho mala praxis no es un argumento para tirar la medicina científica a la basura, pues la medicina, como cualquier otra ciencia, es falible, pero corrige sus errores al tomar en cuenta tanto los aciertos como los fallos. A la seudomedicina alternativa, empero, le gusta vanagloriarse de sus aciertos, si es que alguna vez los han tenido.
Pero es de esperarse que la seudomedicina se salga por la tangente con seudoargumentos como los mencionados y nos venga también con el pathos o el ethos médico; es decir, sobre el punto en el que la medicina científica es supuestamente agresiva, generadora de adicciones, oportunista y “matasanos”. Quienes hacen estas irresponsables afirmaciones son los que a menudo calificarían de atentados contra nuestra integridad física procedimientos tan simples como las inyecciones y la cirugía. Si tal razonamiento fuera válido, entonces cualquiera podría demandar a las enfermeras por vacunar bebés, acusándolas de agresión infantil, pero es evidente que esos señalamientos no se basan en prueba alguna sino en una tozuda necesidad de apelar a las emociones; esto es, por ende, un insostenible sofisma patético.
Si la medicina científica se regocijara con nuestros males, o si los infravalorara, no solamente sería execrada de la ciencia, sino que nunca nos diría por ningún medio que algunos medicamentos pueden generar dependencia, que otros pueden matar o causar daños irreversibles si se administran en dosis superiores a las prescritas y que consulte a su médico en caso de efectos adversos; asimismo, tampoco se molestaría en imprimir el prospecto del medicamento que usted ha adquirido y que debería leer para no cometer una imprudencia al tomárselo. Contrario a la falacia del muñeco de paja de la seudomedicina, la medicina científica sigue trabajando en reducir sus deficiencias y, por tanto, el sufrimiento a los pacientes; un sufrimiento que otrora era mucho mayor y que históricamente ha decrecido. De no ser así, la extracción de un diente aún se realizaría como en la Edad Media.
Para ser honestos, la medicina científica no está a prueba de dolores, aunque el cirujano no es un ser violento por corregir el labio leporino, ni los antirretrovirales someten a los seropositivos a la servidumbre de los fármacos, ni el dentista que salva un diente de la caries se aprovecha de la desgracia ajena, ni los oncólogos son unos asesinos por emplear isótopos radioactivos contra los tumores. Por consiguiente, no se justifica la adopción de la seudomedicina alternativa por el hecho de decir que supuestamente está libre de sufrimientos y dependencias porque sentirse mejor y estar curado son dos hechos que van juntos pero no revueltos. En suma, lo más conveniente es determinar si pastillas como las de ciertos suplementos vitamínicos podrían causar la tan temida dependencia, puesto que detrás de sus frascos con nombres rimbombantes se esconden sustancias que no actúan como medicamentos genuinos sino a modo de opiáceos ordinarios que pueden generar sensaciones tan adictivas como lo exótico del orientalismo.
En las seudomedicinas, las dicotomías “científico/tradicional” y “científico/alternativo” se utilizan para tergiversar la ciencia con divisiones arbitrarias, no para comprenderla con etiquetas razonables. Si la primera es errónea por valerse del folclor y la segunda por situarse por fuera del método científico, la tercera, que es “occidental/oriental”, también lo es, ya que la abandera; es decir, le preocupa de la medicina más su lugar de proveniencia que las evidencias. Este engaño es bastante absurdo y simplón, aunque muy persuasivo, y de él cabe destacar que constituye la falacia orientalista, la cual no es sino una ramificación de la falacia ad antiquitatem porque se cimenta en el conocimiento “ancestral” de la cultura asiática. Es el zorro que pierde el pelo pero no las mañas.
A decir verdad, las críticas más productivas hacia la medicina científica no se hacen mediante estas rocambolescas separaciones porque su efectividad no es cuestión de países, ni de cuán antiguos sean, sino de si hay pruebas que puedan darle soporte. La medicina científica tiene una virtud de la que carece la seudomedicina alternativa: la de reunir sistemáticamente lo que el folclor se empeña en fraccionar en parcelas; por tanto, no existen dos medicinas, puesto que la medicina real es una y es la que está respaldada por la evidencia. Así, la medicina “tradicional” china es de plano incompatible e ininteligible con la medicina de los chibchas porque tanto el gurú asiático como el gurú aborigen se basan en idiosincracias que, aparte de no parecerse ni por asomo, son dogmas excluyentes, pues no hacen su “magia” si no se tiene fe en ellas. En otras palabras, las terapias sustentadas en criterios etnogeográficos se parecen más a la religión que a la ciencia.
Cuando usted oiga afirmaciones en las que un remedio es bueno porque proviene, digamos, de la India, sea escéptico; seguramente ese medicamento es un fraude, si bien eso es poco comparado con lo revelado por los números. Según las estadísticas, el promedio en la esperanza de vida global ha sido históricamente mayor en Europa y en América que en Asia; desde 1770 hasta 1900 Occidente rebasó los 30 años hasta llegar progresivamente a los 40 años, pero no fue sino en 1950 cuando Oriente alcanzó estas cifras. ¿A qué se debe esta gigantesca diferencia? A los adelantos científicos que, gestados en el Renacimiento, se incrementaron vertiginosamente desde el siglo XVII, como la descripción minuciosa de la circulación de la sangre realizada por William Harvey en 1628, la cual para los chinos ocurría por la etérea correlación taoísta del yin y del yang. Los chamanes aborígenes ni siquiera sabían qué era eso.
Aunado a la ignorancia del pasado y de algunas civilizaciones, una verdad que no ha sido reconocida por los fanáticos de los medicamentos “orgánicos” y la naturopatía en general es la de su ignorancia en el presente; es decir, su ignorancia en conceptos científicos básicos. Los que le apuestan su salud a la Pachamama votan a favor de la medicación “natural” con el objeto de evitar esos químicos “perjudiciales” sin percatarse que éstas también son productos químicos y que no todos funcionan; hay pócimas como las realizadas con la famosa hierba de San Juan (Hypericum perforatum) cuyas propiedades no son diferentes a las de los fármacos, por lo que ellas poseen efectos secundarios, reacciones por hipersensibilidad, daños por sobredosis, contraindicaciones e interacciones con otros medicamentos.
Muchas sustancias “naturales” son tóxicas, alergénicas, alucinógenas y narcóticas; además, muchas otras son difíciles de conseguir o son irreconocibles sin conocimientos elementales de botánica. Como bien lo dijo Harriet “Skepdoc” Hall, “las plantas no tienen intención de ayudarnos”, pues si la tuvieran habríamos arrojado la medicina científica por un barranco hace eones. Lo mismo puede decirse de los animales, ya que la mayoría de sus fluidos corporales no tienen utilidad práctica en la medicina salvo en contadísimas excepciones, en casos muy específicos y tras haber atravesado un río de análisis exhaustivos. Si usted acude a un apiterapeuta para esquivar el “veneno” de la medicina científica, medítelo un poquito; la apitoxina tiene algo en común con el arsénico: en que es un químico. Concretamente, la apitoxina es por excelencia el mecanismo químico de defensa de la abeja que es el terror de los alérgicos a las picaduras de insectos.
Pese a estas paradojas, algunos productos traídos de la naturaleza pueden recibir el beneficio de la duda, pues hay plantas que han contribuido a la mejoría de nuestra salud (e.g., la quina ―Cinchona officinalis―, de la que surgió la quinina, su versión perfeccionada), aunque el escepticismo y la profunda investigación deben ser nuestros inseparables aliados para que sea la razón, y no el impulso naturófilo, lo que demuestre si su efectividad es superior a la de los medicamentos actuales. Por muy atractivas que sean, las terapias “naturales” están repletas de majaderías quimiofóbicas, las cuales pasan por alto que la naturaleza está hecha de química. En estas contradicciones han caído estafadores como los de OxyTAM que juran curar los males con agua oxigenada. ¿Y qué es el agua oxigenada? Peróxido de hidrógeno, es decir, H2O2. Eso es lo que promociona la compañía mexicana y los testigos seudocientíficos que la defienden como borregos.
La seudomedicina alternativa, ciega ante las evidencias, ha tenido pasión por las alusiones a experiencias particulares de gente que sin entender nada de terapias absurdas como las de OxyTAM dice haberse curado con ellas. Las opiniones sobran, pero las pruebas faltan, y esas últimas son las que deben anteponerse a las vivencias personales o a las ajenas; si Dios no existe porque millones de creyentes digan creer en él, entonces un seudomedicamento no funciona por usar este mismo escudo seudoargumentativo. Para demostrar algo se requiere un conjunto complejo de hechos falsables y contrastables mediante investigaciones tan detalladas como objetivas, no un puñado de testimonios que con frecuencia se equivocan, mienten o explican las cosas incorrectamente porque no están equipadas con las herramientas críticas de la ciencia.
El “amimefuncionismo” es una falacia visiblemente falsa porque ignora que la medicina científica realiza prudentes estudios controlados en pacientes, mientras que a la seudomedicina alternativa le es difícil hablar sobre éstos, como si le costara mucho trabajo referirse a revistas médicas especializadas sin hacer trampas como el cherry picking o el Gish Gallop, o bien sin emplear muletas verbales como el típico “me sentí mejor” que sale mucho en los anuncios del cacique Karamanzoy, quien por cierto es un vendehumo desalmado. Por tanto, el “amimefuncionismo” ―o su inverso, el “aminomefuncionismo” tan utilizado para negar la eficiencia de los fármacos― no prueba el poderío de una terapia sino la incultura científica en la que está sumergida.
Veamos un ejemplo muy ilustrativo. La belladona (Atropa belladonna) es un formidable sedante, estimulante, analgésico y ansiolítico que si se usa sin precaución puede causar alucinaciones o la muerte. ¿Por qué? Porque contiene potentísimos alcaloides como la escopolamina (llamada también burundanga) y la hiosciamina. La belladona se comporta similar a la morfina; no cura pero se utiliza para mitigar el dolor, lo cual es solamente una manifestación externa de una enfermedad cuyas causas internas son combatidas con un tratamiento más específico. Ergo, si usted ve la belladona en algún paper de terapias alternativas, tome con pinzas sus afirmaciones, sobre todo si enfatiza lo que dicen sentir los pacientes, ya que drogarse para aguantar los embates de una dolencia no es igual a recuperarse de ésta con fármacos que la atacan de raíz.
Asimismo, tampoco es igual el lenguaje de la medicina que el de la seudomedicina. Farsantes como Deepak Chopra hablan de “sanación cuántica”; los tradicionalistas chinos hablan del “chi”. ¿En qué se asemejan ambos? En que manejan ideas que, relacionadas más con la fe y la tradición que con los hechos, tienen un significado que aparenta profundidad conceptual pero que en realidad es confuso, lo cual da pie a interpretaciones que lejos de incrementar el entendimiento de la medicina se aprovechan de cualquier laguna en los conocimientos de la ciencia. A diferencia de la medicina científica, la cual utiliza un lenguaje que corresponde con la realidad, los malabarismos terminológicos de estas seudociencias médicas tergiversan los verdaderos principios de la ciencia o en su defecto les inventan atributos que no poseen, lo cual denota que estos “especialistas” alternativos tuercen adrede sus principios más sustanciales.
Emplear argumentos en pro de estas patrañas con palabras como “cuántico” es dejar en evidencia que no se sabe lo que se está diciendo. Al observar estos timos seudomédicos es posible ver que nos intentan marear con verborrea de lo más abstrusa, la cual hace un arroz con mango que intenta ajustar los hechos a sus ideologías y a las interpretaciones de éstas; así, cada vez que Chopra dice “terapia cuántica” nos indica que él no habla con el cerebro sino con la laringe. En una entrevista con Richard Dawkins en Los enemigos de la razón: el sistema irracional de la salud, Chopra hizo mención al “cambio de conciencia”, a los “aconsejamientos espirituales” y a otros sinsentidos de entre los cuales se puede subrayar el dicho a Dawkins sobre la teoría cuántica en la que ésta es, de acuerdo a Chopra, “sólo una metáfora tal como el electrón o el fotón”. Increíble: en la física de Chopra no hay fórmulas, ni números, ni nada cuantificable; lo que hay es una simple y llana “metáfora” literaria. El pez muere por la boca (♪♫ ay, ay, ay, y a veces por la nariz ♪♫).
La estulticia en la que vive la seudomedicina, como se ha visto en el fraude “cuántico” de Chopra, hace un pasticho mental de ideas verdaderas, ideas falsas e ideas no demostradas que se mezclan para darle a su seudociencia un sentido de coherencia, aunque no haya evidencia de su utilidad. La cuestión de fondo en estos dislates está en el hecho de tener consigo dos irrealidades: la panacea, en la que se quiere curar las enfermedades usando un mismo medicamento o método, y la “causa única”, en la cual se piensa que las enfermedades, al tener un solo origen, puede ser eliminada a través de la panacea. Para muestra, un botón: la “terapia de respuesta espiritual” considera que un tropiezo en nuestra salud no se debe, digamos, a una millonésima biodiversidad de gérmenes, sino a desajustes energéticos de vidas anteriores que pueden “sincronizarse” a través de un péndulo y un paginero de “cartas especiales”.
Estas irrealidades son ilógicas de narices, aunque aparentan ser factibles por su interesante reciprocidad. Por ende, el lío de las seudomedicinas radica en que los conocimientos actuales de las enfermedades han desnudado sus errores garrafales, pues si las enfermedades son analizadas en plural no es por lujo intelectual sino porque etiológicamente son generadas por diversos agentes tales como microorganismos, mutaciones en el genoma, defectos anatómicos y fallos fisiológicos. Para llegar a estas conclusiones, la medicina científica tiene como asidero las investigaciones de ciencias como la biología (e.g., el estudio del ciclo vital del Trypanosoma cruzi para prevenir el mal de Chagas), la química (e.g., la síntesis de insulina para tratar la diabetes) y la física (e.g., el uso del efecto Doppler en ecocardiografías), las cuales son muy útiles para las herramientas de diagnóstico (e.g., radiografías) y tratamiento (e.g., lentes correctivos). Incluso la erradicación de la insalubridad requiere un análisis interdisciplinario que involucra áreas del saber como la economía, la sociología y la psicología social.
De este modo, la medicina científica sabe que la filariasis es causada por nematodos de la familia Filarioidea, que un problema en el cromosoma X es el responsable de la hemofilia, que una conexión anormal de una arteria del corazón da lugar a una fístula coronaria y que la gota es por exceso de ácido úrico. Algunos desórdenes mentales como la esquizofrenia son tan complejos que tienen múltiples causas, mientras que otros de carácter neurológico como la esclerosis lateral amitriófica aún no tienen cura. El dengue, transmitido por el mosquito “patas blancas” (Aedes aegypti), es una enfermedad viral cuya morbilidad disminuye mediante la fumigación, la eliminación de los criaderos y la educación cívica para que los ciudadanos participen en el control epidemiológico. En suma, hay condiciones clínicas asintomáticas y muchas más que sólo pueden detectarse con precisión mediante imagenología, pruebas de laboratorio o tests especiales.
Lo que usted acaba de leer indica que la medicina científica no se ha rendido con todos los obstáculos habidos y por haber; mas bien éstos han sido, son y serán sus incentivos para continuar evolucionando. El epicentro de su progreso no ha sido exclusivamente la exposición teórica de las enfermedades padecidas por sus pacientes, sino el incansable estudio de sus causas reales y el hecho de haberles dado punto final con soluciones a la altura de las circunstancias y de la tecnología disponible en la época, la cual siempre está en proceso de innovación, con miras a resolver nuestros enigmas actuales en el futuro, por lo que la medicina científica es visionaria, no reaccionaria. Por ejemplo, James Lind (1716-1794) no erradicó el escorbuto poniéndole paños de agua fría a los síntomas, ni diciendo que eso era un misterio insoluble, sino averiguando por qué los marineros fallecían con las encías sangrantes en altamar. Tras sus indagaciones, Lind encontró que la clave estaba en la ausencia de cítricos en su dieta, es decir, en la desnutrición. Otra muestra la tenemos con los experimentos de Louis Pasteur (1822-1895), los cuales demostraron que la etiología de las infecciones está en los microbios, no en los humores ni en los miasmas. Mientras tanto, Samuel Hahnemann, el Eduardo Galeano de los seudomédicos, dijo lo opuesto por allá a inicios del siglo XIX:
Su misión no es, empero, forjar los llamados sistemas, mezclando ideas huecas e hipótesis sobre la naturaleza íntima de los procesos vitales y la manera como se generan las enfermedades en el interior invisible del organismo (sobre la cual tantos médicos hasta ahora han gastado ambiciosamente sus energías intelectuales y su tiempo); ni tampoco tratan de dar un sin número de explicaciones respecto a los fenómenos morbosos y su causa próxima (que permanecerá siempre oculta) envueltas en palabras ininteligibles y en expresiones abstractas y afectadas y pomposas, que pregonan vana erudición, a fin de deslumbrar a los ignorantes ―mientras los enfermos suspiran inútilmente― por socorro. Hemos tenido ya suficientes desvaríos científicos (a los que se ha dado el nombre de medicina teórica, y para la cual se ha instituido cátedras especiales), pero ya es tiempo de que todos los que se llaman médicos cesen, al fin, de engañar a la humanidad que sufre, con vana palabrería, y comiencen ahora, de una vez a obrar, es decir, a aliviar y a curar realmente.
Para el mandamás de la homeopatía la fuente de las enfermedades era incognoscible, oscura, por lo cual lo mejor para los médicos era concentrarse en los síntomas, dejar de ser un hatajo de sectarios que se complacían con los achaques de los pacientes y mandar sus investigaciones al quinto pino, puesto que eso era para él pedantería académica llena de disparates, vocabulario laberíntico, metodología engorrosa y verborrea. Contrastando sus declaraciones con todo el análisis realizado previamente, lo dicho por Hahnemann ―las negritas son mías en la cita mostrada abajo― no es más que un puñado de mentirosas monsergas que se igualan a las proferidas por los acupunturistas, la seudomedicina “tradicional” china, los curanderos, OxyTAM, el cacique Karamanzoy, Deepak Chopra y los terapeutas de “respuesta espiritual”.
Imagino que con esto se formará una Sampablera y vendrán los magufos enfurecidos con excusas variopintas como que Hahnemann no dijo eso, que sus afirmaciones fueron sacadas de contexto o que éstas no deben interpretarse literalmente porque son “metáforas” ―hola, Chopra―, “alegorías” de aforismos poéticos que van más allá de lo que la ciencia puede comprender. O bien, ellos darán sus patadas de ahogado diciendo que hay una confabulación macabra fascista de “censura” entre las farmacéuticas, los colegios de médicos, la revista Science, Monsanto, Bayer, José Miguel Mulet, los narcofutbolistas de la FIFA y la OMS, la cual tiene como objetivo callar su “berdá” seudomédica “halternatiba” a través de la represión de sus promotores para consumar sus delirios de subyugar a la humanidad con sus químicos. O tal vez me descalificarán al sostener que no tengo la razón porque no soy médico ―lo cual es cierto, no lo soy, estudié humanidades―, aunque sí están dispuestos a creer lo que esté en boca de payasos adaptogénicos como José Olalde que se las dan de doctores sin tener títulos verdaderos de medicina.
Si usted quiere un debate pero defiende esos pretextos conspiranoicos, se hace el loco con el susodicho párrafo hahnemanniano o me escupe ad hominems, se lo negaré y le patearé su trasero para que se vaya a freír espárragos; suficiente he tenido con los testigos de Jehová como para aguantar los desmadres de una horda de orcos magufos que creen que esto es Isengard. Pero volvamos al tema que nos interesa: la apelación seudocientífica a las teorías conspirativas.
Muchas son las teorías conspirativas acerca de la medicina científica, por lo que no habrá tiempo ni espacio suficiente para enlistarlas y mucho menos para desmentirlas una por una, aunque hay dos de ellas que me dejaron pasmado cuando las escuché en una clase online de magnetoterapia a la que asistía alguien que conozco personalmente. En esa lección de magufería, en la que no había ni un profesional certificado de la salud sino un aquelarre de neohechiceros, un par de alumnos dijeron esto en el chat: “las vacunas aumentan las enfermedades; las farmacéuticas lo saben” y “la pasteurización es un engaño de las empresas lácteas”. El instructor leyó en voz alta esos mensajes, pero no corrigió sus aserciones sino que asintió y les dio plena validez; sus demás compañeros hicieron lo mismo. Cuando le pregunté a ese “alguien” por qué no rebatieron algo que era visiblemente falso, él me contestó lo que equivale a decir que la matemática del “2+2=5” y la del “2+2=4” son las dos caras de la moneda. Absurdo. Y luego los magufos quieren saber por qué la comunidad científica no toma en serio estas afirmaciones tan obviamente bobas.
Observadas desde esta cruda panorámica educativa, las seudomedicinas premian la ignorancia; mientras en mi facultad hay correazos ―figurativamente, claro― para quienes dicen que table es “tabla” en inglés, en la suya (la cual no existe, es una ficción) les regalan chupetas de caramelo. Por tanto, las terapias alternativas no pueden pretender que se les dé luz verde si de antemano falsifican lo que es la medicina científica, la malentienden, pisotean su conocimiento y desechan (o menosprecian) el método científico con el cual se ha obtenido. Éstas no tienen la potestad moral e intelectual de juzgar a la medicina científica de arrogante sabiendo que sus aportes los ha conseguido con el sudor de su frente, con la carga de la prueba, con el esfuerzo del pensamiento que ha sido subestimado por gente como Hahnemann. Los “alternativos” aún dicen que la medicina de verdad nos mira por encima del hombro y que conspira contra nosotros porque no pueden soportar el hecho de que han sido los científicos 24/7, y no señores como Mikao Usui, los que nos han sacado del oscurantismo. Eso es lo que más les duele.
De hecho, la humildad de la medicina científica le ha dado reconocimiento en sus anales a personajes que ni siquiera eran europeos, como Avicena y Averroes. Los descubrimientos de la medicina moderna se deben a la confluencia de otras ciencias sin las cuales no sería nada salvo un guiñapo de superchería chapucera (no en vano las transfusiones dependen de conocer la compatibilidad entre los grupos sanguíneos. Esto es biología de bachillerato). Los mayores saltos de esta ciencia se han dado a través de los más pequeños; sin la microbiología de Pasteur (ajá, Pasteur, el pionero de las vacunas y del tratamiento térmico bactericida que lleva su nombre, la pasteurización), Barry J. Marshall y J. Robin Warren no habrían podido hallar que el Helicobacter pylori tiene su rol en la gastritis.
Adicionalmente, en poco más de cien años nuestro conocimiento se ha incrementado y con eso se han modernizado y/o ampliado las especialidades de las ciencias de la salud, como la odontología, obstetricia, patología forense, oftalmología, cirugía plástica, neurología, endocrinología, psiquiatría, psicología, pediatría, traumatología, dermatología e inclusive la medicina veterinaria que ha mejorado la calidad de vida del ganado, de las mascotas y de la fauna silvestre. En menos de cinco siglos la medicina científica ha hecho un trabajo más arduo que el efectuado por la “tradicional” china en un milenio y ha sido capaz de contener pandemias que otrora acababan con un buen porcentaje de nuestra especie.
En apenas diez décadas la medicina ha crecido con experiencias exitosas, pero también lo ha hecho agachando la cabeza con los fracasos y los ha superado. La nuez vómica (Strychnos nux-vomica) se usa para fabricar estricnina y la ciencia ya no recomienda su empleo como medicamento, aunque no es para arruinar a los yerbateros sino por dos razones fundamentales. Uno, porque la medicina ha encontrado fármacos que abordan las enfermedades sin atormentar el sistema nervioso, y dos, porque esa planta de aspecto inocente es demasiado tóxica incluso en dosis pequeñas, por lo que actualmente se utiliza como pesticida.
Con esto queda clarísimo que la desinformación magufa es falsa, puede matar y de ñapa puede ser sumamente estúpida. Posturas seudomédicas como la orinoterapia, la sanación religiosa de los telepredicadores cristianos y la vacunafobia pueden refutarse con una enciclopedia escolar y una pizca de sentido común. Ni el cuerpo humano es más sano por ingerir su excremento (los desechos que son expulsados por la uretra son eso, desechos), ni los miembros amputados crecen con la oración (¿Lucifer, eres tú?), ni las vacunas nos envían al cementerio (eso hacen el tétanos, la tos ferina y la difteria).
Y aún así hay sinvergüenzas que engatusan al público con ideas que no solamente son erradas; son nocivas. En el cáncer, por ejemplo, las terapias alternativas son las últimas que deberían invocarse porque pueden entorpecer el tratamiento normal, aunque éstas pueden tener efectos desestresantes ―hablando de Placebo, rey de Roma, y él aparece― que se traducen en el alivio de sus síntomas, mas no en la cura de la enfermedad, la cual sí corre por cuenta de la medicina científica. La mencionada hierba de San Juan, si bien pudiera ser un antidepresivo, estimula el metabolismo celular e inhibe la acción de la quimioterapia y de otros fármacos anticancerígenos, por lo cual si un paciente la consume empeorará su estado aunque esa planta le haga sentirse de maravilla.
Sin embargo, no tomen a la ciencia como una entidad intransigente, y seré reiterativo con esto. Hay terapias alternativas o actividades saludables que aún se están investigando para ver hasta qué punto pueden sernos útiles, aunque si lo hacen será únicamente como un complemento que, sopesados sus riesgos y beneficios, bajo ninguna circunstancia deberá suplantar la medicina científica. Quizás la meditación y la hidroterapia sirvan de algo para mantener a raya los niveles de estrés ―que por cierto puede pasarnos factura si no vigilamos nuestro ritmo de vida―, y quizás hayan sobrados remedios caseros que nos ahorren un viaje al ambulatorio, pero nada nos da motivos para escabullirnos de una visita al médico. Mas bien, vaya ahí periódicamente. Cuestione la conspiranoia. Vacúnese si no lo ha hecho. Aprenda primeros auxilios. Considere que en medicina la que dicta la última palabra es la evidencia, no usted, y que al respecto nuestras interrogantes se desvanecen cuando los hechos, y no las imploraciones al dios Asclepio, son los que dan firmeza a esta ciencia de la salud.
Hola, otra cosa que ha provocado el desprestigio de la medicina son los que estudian por moda, obligación o porque creen que esa profesión los tapara en plata (cosa que no siempre es cierta). A proposito ¿has oido de los odontologos callejeros en india (de eso hubo una seccion del programa tabu de natgeo)?
Lo que si hay que hacer es que la salud siga siendo patrimonio de todos, es decir luchar por la asistencia sanitaria universal, ya que esta asi como la educacion, el agua, la alimentacion o la energia son derechos humanos
Hola Dav, gracias por comentar.
Lo que acabas de decir cabe dentro de la formación de los profesionales, el estereotipo de la misma profesión y las políticas médicas o, como dirán otros, la medicina legal. Esto último tiene un debate interesante porque involucra la discusión sobre el sistema sanitario público versus el sistema sanitario privado, aparte de los honorarios que deben cobrarse por cada especialidad.
Personalmente me inclino a priorizar lo primero siempre que haya investigación biomédica de vanguardia en medio, una buena gestión de los recursos destinados a los hospitales y un abastecimiento pleno de sus insumos (un modelo que ha funcionado bien ha sido el canadiense, según la Organización Panamericana de la Salud). Pero ya de ahí en adelante nos metemos en asuntos legales muy intrincados, y eso no es lo que he querido tocar en este post porque preferí el tema científico, que es la base de todo.
Bien, de vuelta a las otras dos cuestiones mencionadas anteriores a las políticas médicas, es lo que he venido diciendo: que una cosa es la profesión y otra los profesionales. Da vergüenza que hayan médicos como los que dices, porque son los que violan el código deontológico, los que no tienen vocación y los que se crean falsas expectativas con esa carrera, comenzando por los jugosos salarios, al ignorar que para tener un tremendo sueldo de médico hay dos formas. En una, usted puede ser un excelente doctor, pero necesita muchos años de experiencia, investigación relevante en el ramo y un consultorio privado para no depender tanto de la sanidad pública. En la otra, usted puede ser un charlatán de mierda ―disculpe la grosería― que le vende a sus pacientes pócimas mágicas carísimas que no le harán efecto alguno.
Yendo a tu pregunta: no, no sabía nada de eso. Imagino que esa odontología callejera debe ser bien chapucera y antihigiénica, sin permisología sanitaria. Eso debe denunciarse a los colegios de odontólogos a nivel internacional porque representa un fraude absoluto que es muy peligroso. Sin embargo, ahora que hago memoria he sabido de algo parecido que ha pasado en Caracas, donde hay buhoneros-seudodentistas que instalan aparatos bucales correctores que a más de uno le ha arruinado su sonrisa por el empleo de pegamentos industriales.
Ylmer, muy buen artículo contra la ignorancia. Lo curioso es que muchos de los que apoyan la seudomedicina han recibido entrenamiento en la medicina científica.
Hola Eduardo, gracias por comentar. Lo que dices sobre los médicos que son seudomédicos a la vez es muy cierto. Esa es una razón más para no darle crédito a los argumentos de autoridad que siempre se utilizan en estos debates. En la historia también ha sucedido que algunos de esos charlatanes tenían títulos de medicina o se instruían en alquimia, como ocurría hace unos siglos atrás.
Excelente post, Ylmer! Buen gancho con lo del «Eduardo Galeano de los seudomédicos», jeje. Yo también estuve hablando hace tiempo de algo parecido con la medicina herbolaria, porque aquí en la ciudad promocionan por la radio un jugo de moringa como la curalotodo. ¡Hasta el cáncer aseguran que cura!
Épale mcamaranto91, gracias por comentar. Buscaba un «gancho» con el que golpear a las seudomedicinas y se me venía a la mente al impresentable de Galeano, al que mucha gente adora pero que hizo su carrera con mentiras.
El fulán jugo de moringa que me dices se hizo popular en mi país en la epidemia de fiebre chikungunya, y representa muy bien lo que es la idea de la panacea. Como hubo «guerra bacteriológica» según Maduro, lo mejor era buscar algo que combatiera esa inexistente guerra con un remedio que no es lo que dice ser. Es cierto que la moringa puede traer algunos beneficios inmunológicos, pero de momento tiene más limitaciones que el tratamiento común contra las fiebres hemorrágicas. El gobierno intentó hacer campañas para la siembra masiva de moringa para fabricar ese jugo, pero no ha tenido éxito porque se requieren divisas para importar la planta. El detalle es que las divisas no se consiguen y además esa planta, al no ser extranjera, no se adapta bien a las condiciones climatológicas y de suelo de Venezuela.
Sale más barato importar los fármacos contra el chikungunya y hasta una investigación fitoquímica de la moringa para crear un nuevo fármaco análogo al paracetamol y el acetaminofén que importar la planta, realizar pruebas agrícolas y que con algo de suerte se pueda comercializar aquí. De hecho, dadas las circunstancias de desabastecimiento ha habido prioridad por estimular las siembras de plantas que nos den de comer, puesto que la arepa es de maíz, no de moringa :P