¿Por qué no se pueden demostrar afirmaciones con resúmenes?

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Ejemplo de un artículo científico con su resumen.

Últimamente se ha puesto de moda que en los debates se finja el dominio del tema mediante enlaces a publicaciones de las cuales sólo se puede ver el resumen (o abstract, en inglés), cuando lo ideal es que se pueda consultar el trabajo académico completo. Esta tendencia contraria a la lógica y la carga de la prueba, que desdichadamente va en aumento, muestra cómo la pereza mental es capaz de preferir la digestión rápida de la información al examen riguroso de la misma, en el que se mastica con lentitud cada uno de sus bocados. que devienen en los nutrientes procesados dentro del aparato digestivo de la razón.

Valgámonos, primero que todo, de ejemplos didácticos a través de la literatura y la filosofía. Cuando se juzga, analiza, valora y comenta una novela o concepto, hay que conocer a cabalidad esa novela y ese concepto leyendo la obra, no sólo la introducción, ni la sinopsis de la contraportada y mucho menos el spoiler de la Wikipedia, porque ninguno de estos tres tipos de resumen cuenta la trama argumental, así como tampoco las disquisiciones del autor. Obsérvese, por ejemplo, una descripción sucinta de la novela titulada La casa de los espíritus, de Isabel Allende:

La casa de los espíritus narra la saga familiar de los Trueba, desde principios del siglo XX hasta nuestra época. Magistralmente ambientada en algún lugar de América Latina, la novela sigue paso a paso el dramático y extravagante destino de unos personajes atrapados en un entorno sorprendente y exótico. Una novela de impecable pulso estilístico y aguda lucidez histórica y social.

El texto es apenas un adelanto de lo que el lector hallará al momento de sumergirse en La casa de los espíritus, mas no se señala el final del relato de los Trueba. El resumen no cuenta como evidencia en un debate literario porque no tiene la intención de probar un punto de vista sino de comprimirlo en pocas líneas. Desde luego, la única forma de comprender la cosmovisión de Allende es adentrándose en la novela a fin de entender de qué va la feminidad de la autora. Esto implica sentarse a hojear el libro, página por página, para entresacar frases, resolver dudas de vocabulario, tomar notas y buscar referencias acreditadas que respalden las afirmaciones.

Visto lo precedente, queda claro que hacer afirmaciones basadas en resúmenes es actuar con prejuicios, puesto que significa que la persona tiene un conocimiento superficial de aquello de lo que se habla, por lo cual no no discute lo que está escrito en la fuente sino que se limita a efectuar interpretaciones apresuradas. Por ende, quien sostiene algo con una sinopsis hace afirmaciones con datos que no ha leído y extrapola esas pocas palabras a sus creencias previas, lo cual refuerza un sesgo ideológico al que ya está sometido y del que se podría librar si aprendiera a lidiar con información que puede incomodar su punto de vista.

Ahora bien, traslademos este razonamiento al entorno científico, que no difiere mucho del literario. En un debate de arqueología, podemos suponer que dos interlocutores comparten sus opiniones acerca de un artículo de la revista Science (publicado en febrero del 2007 por un equipo a cargo de Linda Perry) cuyo interesante título discurre en la domesticación y dispersión del ají picante en el continente americano. Justo en la primera página, el abstract dice lo siguiente (la traducción es mía, vale aclarar):

Los ajíes picantes (Capsicum spp.) son plantas alimenticias ampliamente cultivadas que surgieron en América y ahora son incorporados en las recetas en todo el mundo. Aquí se reporta un morfotipo de almidón para un género específico que provee un modo de identificar los ajíes picantes de los contextos arqueológicos y de rastrear tanto su domesticación como su dispersión. Estos microfósiles de almidón han sido encontrados en siete sitios que datan de 6000 años antes del presente hasta el contacto europeo y abarcan desde las Bahamas hasta el sur peruano. Las estructuras de granos de almidón demuestran que el maíz y los ajíes aparecieron juntos como un antiguo y extendido complejo neotropical de plantas alimenticias que preceden la alfarería en algunas regiones.

En el transcurso de la lectura, uno de ellos no fue más allá del resumen y pensó que el estudio no efectuó datación radiocarbónica sólo porque el resumen no lo dice explícitamente. No obstante, bastaría con ahondar en el artículo, con todos sus tecnicismos característicos de estas publicaciones arbitradas, para encontrar muchas referencias exactas a esta técnica científica, en las que se dice dónde se aplicó y con qué muestras se trabajaron. En este juego retórico de póker, la apuesta se ganaría rápidamente al mostrar las cartas, en las que se añaden datos importantísimos, como su antigüedad y localización geográfica.

Ya con eso el debate debería estar zanjado y las dudas deberían estar despejadas, pero aún así hay personas un tanto necias que no han curado su pereza mental. Si en lugar de hablar sobre fósiles de almidón en la América prehispánica se estuviera conversando de astronomía, seguramente tendríamos que encontrarnos con esta clase de sabihondos que se creen expertos en un tema sólo por poner un enlace a un paper. Al respecto, imaginemos que alguien se entusiasma por encontrar vida extraterrestre, y lo que encuentra a su disposición es un artículo de PNAS publicado en septiembre del 2014, que citaré enseguida. Parte del resumen dice (una vez más, la traducción es mía):

La zona habitable (ZH) alrededor de una estrella se define típicamente como la región donde un planeta rocoso puede mantener agua líquida en su superficie. La definición es apropiada porque ésta permite la posibilidad de que exista en el planeta la vida fotosintética basada en el carbono en proporción suficiente como para modificar la atmósfera del planeta de modo que ésta pueda ser detectada remotamente. Las condiciones que exactamente se necesitan para mantener agua líquida, empero, siguen como tema de debate. (…) Tales planetas podrían existir, pero demostramos que un límite del borde interior de 0,59 AU o menos es físicamente irreal. Además sostenemos que las definiciones conservadoras de la ZH se deben usar para designar los futuros telescopios espaciales, pero que las definiciones optimistas podrían ser útiles en la interpretación de los datos de esas misiones. (…)

Cualquier entusiasta o persona sin escrúpulos hará trampa, diciendo que hay vida en varios exoplanetas y que eso se supo gracias al telescopio espacial Kepler. Pero la cautela nos induce a continuar el examen cuidadoso del paper y reclamar que hubo un pésimo de nivel de lectura; en esa publicación, el equipo de expertos presidido por James F. Kasting no sostiene en el título, ni en el resumen ni en otra parte que los alienígenas pululan el universo. La estulticia quedaría revelada al mencionar que el trabajo de investigación discute criterios para encontrar la detección de seres vivos fuera del Sistema Solar, considerando las zonas habitables y las estrellas que orbitan, entre otros factores.

Sin embargo, la manía del resumen tiene muchas formas. Una de ellas consiste básicamente en no consignar la información solicitada; es decir, en negarse a mostrar, bajo cualquier pretexto, el artículo que se ha usado como referencia. A menos que se trate de un material impreso que no ha sido digitalizado todavía, o a menos que sea un libro raro empolvado en una biblioteca, el deber ser es que se enseñe el cartón con el que se cantó bingo. No hacerlo, o salir con respuestas evasivas, es rechazar la carga de la prueba y es motivo suficiente para sospechar que estamos ante un fraude. Déjenme ilustrarles con un pequeño diálogo imaginario, basado en hechos reales.

Zutano: la arepaterapia cura el cáncer y es mejor que la medicina científica. Este artículo de Nature lo dice.

Fulano: disculpe, pero ese es el resumen, y eso no prueba nada. Para leer el artículo completo hay que pagar por él. Si tiene el documento, tenga la amabilidad de pasarme el archivo. De antemano, gracias.

Zutano: si no quiere creerme sólo porque no puede pagar por ver el artículo, es asunto suyo. ¡Búsquelo en Google!

Una anécdota parecida sucedió cuando en una red social vi una conversación entre unos amigos escépticos y un magufo acerca de los transgénicos. El magufo mencionaba un paper que nadie había leído porque en la revista se accede a él mediante compra. Cuando mis compañeros lo confrontaron con una lluvia de interrogantes sobre el presunto experimento que estaba citando, el singular personaje acabó reconociendo que jamás había leído el artículo y que no tenía idea de los resultados conseguidos por el equipo de científicos en condiciones de laboratorio. La duda quedó ―nunca supimos de qué iba aquella publicación―, pero el farsante quedó al descubierto.

El libre acceso a los artículos científicos es un problema que ha generado polémica, aunque eso es harina de otro costal y no voy a desentrañar el asunto aquí. No obstante, es necesario dejar claro que, en la medida de lo posible, se debe compartir lo que uno lee, no sólo para que los demás se documenten, sino para que haya transparencia. El hecho de no hacerlo es deshonesto; es propio de cobardes que, al no querer debatir en igualdad de condiciones, camuflan su minusvalía argumentativa con resúmenes de papers (inalcanzables en buena parte por restricciones de copyright) que no ha visto, a fin de ir con cierto margen de ventaja, pues obliga a la contraparte a fiarse de su palabra sin que ésta tenga medios eficaces para desmentirle.

Hay, de hecho, circunstancias en las que se debe recurrir a metaestudios; tal es el caso de las ciencias de la salud. Aquí, citar un paper es un método ineficaz para probar una afirmación; citar su resumen lo es doblemente. Esto es así porque los metaestudios logran algo que no puede hacer una publicación a secas: sistematizar estadísticamente datos de análisis previos que pueden ser contradictorios. En este punto, la documentación de los mismos es mucho mayor y su redacción está a cargo de personas autorizadas para hablar del tema, siempre con un lenguaje técnico.

Salvo que uno domine tecnicismos ―más aún en inglés― y tenga educación formal en la materia, lo mejor es abstenerse de emitir opiniones basadas en metaestudios. Y esto también debe aplicar para el abstract, cuya redacción ―al igual que el paper en sí― cumple con unas normas editoriales, las cuales nos dicen que la publicación está, a fin de cuentas, dirigida a especialistas. En este panorama, lo idóneo sería subsanar esta incultura acudiendo a medios de comunicación, especialmente los que tengan lazos con la prensa científica (verbigracia Scientific American, disponible en español), ya que ésta se dedica a la divulgación con un vocabulario más digerible al público.

Ahora bien, todas estas reflexiones dan lugar a un trío de consejos finales que deberíamos poner en práctica desde este instante:

  1. Lea el paper desde el principio hasta el final. Y sin saltar a las conclusiones, porque algunas suenan fascinantes pero derivaron de datos mal estudiados que condujeron a resultados equivocados. Por ejemplo, un artículo que sostenga las propiedades curativas de la adormidera en el tratamiento de la fiebre del heno podría haber ignorado que esa planta se emplea en la fabricación del opio; un narcótico que no cura, pero relaja, lo que da la impresión de tener un poder sanador superior al placebo.
  2. Aléjese de los resúmenes citados en masa. No se deje impresionar por embaucadores que aparentan haber hecho una investigación exhaustiva sólo porque dejó una bibliografía colosal, cuando en realidad sólo leyó sus resúmenes y, en el peor de los casos, su título. Esto es peculiar del que hace Gish Gallop ―que es tema de otro post―, puesto que satura al lector con un montón de información que ni él mismo puede procesar.
  3. Sepa buscar en páginas como PubMed. Estos sitios web son bibliotecas alejandrinas en áreas como la medicina; son minas de oro puro que deben explotarse, pero con inteligencia. No las utilice si no tiene dominio de lo que está investigando y esté atento con los que citan papers de ahí, porque abundan los mentirosos que de ellos se han leído únicamente sus abstracts.

Hay que pensarlo dos veces antes de cantar victoria cuando se usan textos científicos como fuentes en la investigación. El que los leyó, los entendió y los contrastó, tiene la potestad de argumentar con bases, por lo que su participación en el debate será muy productiva. Pero el que no vio nada de ellos salvo su abstract tiene las de perder, puesto que su intercambio de opiniones se convertirá en una tángana de bárbaros, los cuales no han pisado un palmo del terreno que dicen conocer. Sencillamente, el que acude al resumen para hacerse el listo queda como sofista.