Los demonios lingüísticos de la corrección política

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A diferencia de los números, el idioma es una paradoja porque es el elemento de la comunicación que más se presta para las confusiones y los malentendidos, lo cual en vez de limar las asperezas tiende a darles un mayor acento, a bloquear nuestro entendimiento de cuanto nos rodea. Aún con sus mejores intenciones, la corrección política supone una contrariedad que en esta situación se ofrece como una solución para efectos de la iluminación de las zonas oscuras de la lengua, de esas zonas recónditas de la realidad que preferimos tachar, ignorar o cubrir con hojas de parra con el pretexto barato de hacernos más refinados, de no ofender a los demás, de no quebrar las normas de urbanidad o de no romper el tabú sobre algunos temas delicados que pueden herir susceptibilidades.

La rectitud en el idioma del día a día se impone para dictar lo que debería ser la lengua, mas no para describirla tal como es, por lo cual esta premisa de la corrección política está alejada de la lingüística que como ciencia ―y como se ha dicho desde la obra de Saussure― tiene el menester de estudiar con objetividad la lengua a través de la lengua sin pretenciosas prescripciones sobre su uso apropiado y sin menosprecio por ningún idioma del mundo. Si los adeptos de la corrección política tuvieran claro este precepto sabrían de una que la evolución de los idiomas por el que tanto apelan para hacerlo más incluyente casi nunca ha ocurrido por decisiones conscientes de unas pocas personas sino por hechos palpables que requieren la participación masiva de sus hablantes.

De esta manera, quienes abogan por la corrección política suelen querer la transformación de lenguas que no conocen sino superficialmente o que simplemente no conocen en lo absoluto. Si bien pueden parecer razonables algunas de sus sugerencias para cambiar mediante el idioma a la humanidad, estas proposiciones están hechas de sinsentidos y argumentos abstrusos en lingüística ―mejor dicho, en aquello que no entienden de la lingüística― que iré desmantelando con escepticismo a lo largo de este examen, el cual disuelve los mitos de la lengua tal como fue en el pasado y tal como es en el presente en todos sus niveles desde los más concretos, como la morfología y la sintaxis, hasta los más abstractos, como la semántica y la pragmática. Luego hablaré sobre los obstáculos reales de las propuestas que nos ayudarían notablemente si se orientaran en las evidencias y atendieran los problemas sociales de fondo.

1. Un asunto etimológico

Me enteré del hembrismo idiomático mientras leía, si mal no recuerdo, el cuarto capítulo de El espejismo de Dios, de Richard Dawkins, en el cual se decía que para sus partidarias la historia debía ser exclusivamente femenina; una herstory hecha para ellas en contraposición a la history masculina, heteropatriarcal y machista. No niego para nada que la mujer ha sido durante muchísimos años objetificada por las presiones reaccionarias del sexismo, pero de eso a sostener que hay un sometimiento verbal escondido en el origen de las palabras hay un trecho gigantesco. Aquí la segregación en la lengua es más aparente que real.

En inglés, history se escribía en el medioevo stǣr, de género neutro, y viene del francés antiguo estoire y éste del latín historia, no de una ficticia combinación del pronombre posesivo his con el sustantivo story. En la lengua de Cicerón, historia es un nombre femenino de la Primera Declinación, la cual tiene la peculiaridad de albergar en su mayoría palabras que evocan a la mujer como aquila, caliga, luna, patria, puella, regina y terra, entre otras que, siendo una minoría, describen oficios desempeñados comúnmente por hombres, como nauta, pirata y poeta. Este hecho no es difícil de comprobar porque basta con abrir un par de diccionarios (entre ellos el Vox) para demostrar que las hembristas anglosajonas ni siquiera están medianamente ilustradas en la evolución de su propio idioma, el cual importó sobrado vocabulario de aquel hablado por los galos y por los romanos.

Desde luego, en el español el debate no está exento de estas trampas ya que éste está más encendido pero igualmente tan desinformado como en el inglés, pues ahí tampoco se echa una ojeada a libros de referencia ni a textos sobre la historia de este idioma surgido en la península ibérica; por eso hay quienes argumentan atolondradamente que la lengua del Cid Campeador está repleta de virilidad nominal por causa de un consenso arbitrario presidido por académicos falocentristas. La injusta acusación es indiscutiblemente un ad hominem (un hecho no es verdadero o falso porque lo diga un hombre o una mujer), el cual en suma pasa por alto que durante la Hispania visigótica hubo una transexualidad en el tránsito del latín al romance, y del romance al español; es decir, que palabras femeninas como crin, sangre, sal, miel y  leche vienen de crinis, sanguis y sal, de género masculino, así como de mel y lac, de género neutro.

Asimismo, ya en la Hispania del Imperio Romano se daban estos giros. Las declinaciones latinas, a medida que se estaban erosionando, obligaban a cuantiosos términos a migrar sus inflexiones según los parámetros de palabras que tenían morfemas parecidos, por lo cual fue muy frecuente que los sustantivos neutros en singular de la Segunda Declinación pasaron a ser masculinos, mientras que los situados en el plural pasaron a ser femeninos por asemejarse a la Primera Declinación. Eso explica por qué hoja procede de folia, el plural de folium, y templo de templum, que halla su homólogo en el masculino singular acusativo. Estos y muchos más eventos cronológicos del español están reseñados en el libro Biografía de una lengua. Nacimiento, desarrollo y expansión del español de Enrique Obediente, profesor de la Universidad de Los Andes.

No obstante, la trifulca etimológica de la corrección política no se queda encasillada a los pleitos de género sino que se extiende a los de la nacionalidad. Albert C. Baugh y Thomas Cable señalan en la quinta edición de A History of the English Language que los celtas llamaban a los invasores germánicos saxons y dichos conquistadores, en cambio, llamaban a los celtas wealas, término del que deriva Wales, Gales. La afinidad entre saxons y wealas radica en que palabras como estas aparecieron en un principio para separarnos a “nosotros” de “ellos” en una dicotomía en la que “nosotros” somos la civilización y “ellos” son la barbarie, lo cual no es casualidad si observamos que los celtas odiaban a los sajones, quienes los masacraban a puñaladas (de ahí que seax, en inglés antiguo, significa “cuchillo”, “espada corta”, “daga”), y que los sajones despreciaban a los celtas, quienes desde su perspectiva eran humanos salvajes que debían ser domesticados a la fuerza (por eso wealas, con sus variantes, quiere decir “extranjero”).

Tiene algo de sentido que los galeses de hoy en día se decanten por usar el término de su lengua, cymry, y no el inglés, welsh, pues ningún regionalista que se precie de serlo mellaría su orgullo poniéndose en la frente un adjetivo autoexcluyente. Sin embargo, lo ilógico es pensar que welsh sea una falta de respeto porque si volteamos la cachapa notaremos que los galeses son tan extranjeros de los alemanes como los alemanes lo son de los británicos; ergo, ni los galeses son cavernícolas ni los pueblos sajones, o saxons, son espadachines asesinos. Los gentilicios, al igual que los países y sus derivados, son construcciones sociales, imaginarios colectivos delineados con la preconcebida idea incorpórea de lo que es ser miembro de una comunidad, sea la galesa o la alemana. En esa idea hay imágenes de una intocable pureza cultural en la cual el galés es al Reino Unido lo que el inca es a Perú; un nativo inserto en una nación que acorrala, junto a la globalización, su identidad ancestral.

En efecto, estoy de acuerdo en la preservación de la idiosincracia galesa y de la nativa, mas no a costa de un relativismo cultural victimista que borre la memoria solamente por corrección política. Jamás se revertirán las matanzas medievales perpetradas por los sajones contra los celtas, ni las de la Antigüedad de los celtas contra los romanos (sí, los celtas tienen su rabo de paja, no seamos ingenuos), ni viceversa, por renombrar a la princesa Diana de Gales a Diana de Cymru. El reloj no girará hacia atrás para salvar a las mujeres del maltrato en el hogar a través de la sustitución de lo masculino por lo femenino. La igualdad de los indígenas no se hará valer si nos escabullimos de la palabra aborigen por cortesía, por evitar ser tildados de racistas (de hecho, aborigen viene del plural latino aborigines que significa “primeros habitantes de un país”). Quien esté dispuesto a pelear contra la discriminación debe reconocer que la lengua de hoy es un contraste entre nuestra realidad actual y la del pretérito.

2. La escritura hace la diferencia

Un idioma se caracteriza por ordenar su inventario verbal en categorías. En este panorama, la Fonética y fonología de Enrique Obediente dice, por mencionar un caso muy conocido, que el fonema es al habla lo que el morfema es a la lengua; es la “unidad distintiva” sin significado del sonido lingüístico humano porque realiza “distinciones semánticas” entre un vocablo y otro, por lo cual perro y berro difieren por sus consonantes bilabiales oclusivas. Por tanto, la /p/ sorda de perro y la /b/ sonora de berro tienen una “relación de oposición” que hace del primer término un animal y del segundo una planta del mismo modo que la vocal anterior abierta /a/ y la posterior semicerrada /o/ hace de la niña un niño. Hay un correlato entre el texto, sea éste escrito u oral, y su pronunciación.

Los esfuerzos por consolidar la igualdad de sexo mediante reformas ortográficas crean más enredos de los que pretenden resolver porque caminan por el arco del triunfo de los paradigmas de la lengua, entre ellos los fonético-fonológicos descritos por Obediente. El ejemplo más llamativo está en las dizque soluciones para eliminar la discriminación a la mujer en el español con ocurrencias como acompañar los sustantivos masculinos con sus femeninos, escribir los plurales con sustitutos vocálicos, colocar las partículas femeninas entre paréntesis o sacarse de la manga femeninos que no existen. Es indudable que esta protesiología lingüística es tan ingeniosa como la ingeniería de Andrew Martin en El hombre bicentenario de Isaac Asimov, pero es preciso tener en mente que el ambicioso proyecto hembrista es más aplicable en la teoría que en la práctica.

Al idioma no se le pueden instalar o desinstalar sus piezas como si fuera un androide. Con la salvedad del esperanto, las normas de las lenguas son tan complejas y poseen tantas irregularidades que no pueden tratarse como si fueran las Tres Leyes de la Robótica; la mentalidad detrás de la estructura de una lengua no es persistente como un cerebro positrónico sino que tiene una larguísima sucesión de mutaciones claramente atestiguadas en siglos y hasta en milenios de etimología. Si nos sentáramos a analizar sesudamente las propuestas para erradicar el sexismo del español teniendo a la mano manuales de gramática (e.g., Real Academia Española, Instituto Cervantes, Andrés Bello, Vicente Salvá, Antonio de Nebrija) nos daríamos cuenta de su inviabilidad. Veamos:

  • Género doble: el español sería un idioma muy engorroso si se juntaran simultáneamente los nenes con las nenas, las nenas con los nenes, como dice una canción de Los Melódicos. Uno, porque en los nenes se habla de los hombres y de las mujeres en general aparte de ser el plural de nene, mientras que en las nenas se habla específicamente de las mujeres. Dos, porque aunque en los nenes sólo se refirieran a los hombres (lo cual es falso) resulta más sencillo decir en el zoológico hay leones, guepardos, jirafas, elefantes y cebras que decir en el zoológico hay leones y leonas, guepardos y guepardas, jirafas y jirafos, elefantes y elefantas y cebras y cebros. Y tres, porque se abusan de las conjunciones copulativas (i.e., y, o, u) al extralimitar su uso fuera de la numeración, las oraciones compuestas coordinadas y el polisíndeton.
  • Relevos de plurales: no hay motivo para mezclar en el siglo XXI los caracteres latinos con los del ASCII cuando ni las jarchas hacían eso con aquellos del árabe. Es fútil retirarle a la “o” y a la “a” los roles que han tenido asignados desde tiempos inmemoriales, por lo cual la equis (i.e., x) y la arroba (i.e., @) deben dejarse en paz, quietecitas, sin ser forzadas a cumplir funciones que no tienen porque simplemente no existen. Da lo mismo decir lxs nenxs o l@s nen@s, pues ambas formas son aberraciones, disparates sin fundamento que tuercen la ortografía castellana hasta el paroxismo. La equis tiene el valor fonético consonántico de la fricativa alveolar sorda /s/, como en xerografía, de la fricativa glotal sorda /h/, como en México, y de la combinación de las oclusivas velares con la fricativa alveolar sorda /ks, gs/, como en taxi; la arroba no llega ni a eso porque no es una letra del abecedario sino un símbolo informático.
  • Seudoafijos: un mensaje bien dado no puede darse el lujo de andar con vaguedades debidas a una gramática abstrusa. Ergo, a menos que hayan ambigüedades razonables, los femeninos y los plurales escritos entre paréntesis son superfluos porque lo único que se consigue es el entorpecimiento de la lectura con sufijos innecesarios que empeorarían si se extendiera su uso a los adjetivos, artículos, pronombres personales, cuantificadores y participios. Si decimos en el zoológico hay leon(e/a)s, guepard(o/a)s, jiraf(a/o)s, elefant(e/a)s y cebr(a/o)s no estamos precisando el género de ninguno de estos cuadrúpedos, todo lo contrario; estamos entregándolo en bandeja de plata a la libre interpretación de nuestros receptores.
  • Femeninos fantasma: hay palabras cuyo género es invariable, como ejército, atmósfera, automóvil, teléfono, electricista, bandada y auriga (no, es imposible decir ejércita, automóvila, teléfona, electricisto, bandado y aurigo). Algunas de ellas se transforman radicalmente si se les modifica un morfema; mientras libro es un objeto, libra tiene varios significados, entre ellos el de la unidad de peso, la moneda, el signo del zodíaco y la conjugación en tercera persona singular del verbo librar. En el español, el sufijo -nte es el participio activo unisex que denota en los sustantivos y en los adjetivos una capacidad dada por una acción verbal; así, cantante, amante y residente significan respectivamente “quien canta”, “quien ama” y “quien reside”. Hay escasas excepciones, como presidenta.

Súmese a esto que sexo y género no son lo mismo. Aunque se utilicen como sinónimos, el sexo es un “carácter físico” mientras que el género es una “categoría gramatical”, como apunta Carlos Ivorra, profesor de la Universidad de Valencia; en términos más sencillos, la gata es de sexo femenino porque como ser vivo es la hembra del gato, y el género de la gata es femenino a juzgar por su morfema, pero sobre todo por el artículo determinado que le precede. La concordancia en género y número con relación al verbo se exige en las palabras del español, que no en montones de lenguas, por lo cual decimos esta gata es un hermoso espécimen de los felinos y no esta gata es una hermosa espécimena de las felinas. En esta oración, la gata sigue siendo una gata, una hembra cuya sexualidad permanece inalterada pese a los vocablos masculinos que le siguen.

La lengua tiene sus trucos gramaticales para denigrar, insultar y hasta maldecir a quienes están dentro de una minoría social o a quienes son considerados como débiles, por lo que entre mujer y mujerzuela hay un sufijo de diferencia. Aunque la segregación de las personas se ha hecho mediante la lengua, es falso que ésta es discriminatoria porque la gente es la que en verdad realiza ese tipo de actos divisorios hacia sus prójimos. Al contrario del idioma, el ser humano sí es un ente que, por el hecho de ser una especie viviente consciente de su propia existencia y de los paradigmas de este idioma, tiene la agencia intelectual de seleccionar a quienes serán objeto de su segregacionismo y los vocablos con los que ellos serán designados. Por eso es que seax y wealas significan a secas “espada corta” y “extranjero”, pero fueron los celtas y los sajones quienes les dieron a ambas palabras connotaciones despectivas.

3. Eufemismos anfibológicos

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Cuando vi la película Distrito 9 observé que la palabra desalojo había sido suavizada por reubicación. Los alienígenas que vivían encerrados en un “campamento” a las afueras de Johannesburgo, en Sudáfrica, no serían desalojados de sus hogares por la Multinacional Unida (MNU) sino que serían reubicados en un nuevo suburbio situado a mayor distancia de la metrópoli, el Distrito 10. Las tensiones sociales con los humanos hicieron que los extraterrestres fueran considerados como un estorbo, por lo cual éstos obtuvieron el apodo de langostas debido a su similitud al artrópodo Libasanidus vittatus. Así es como los seres del espacio, aparte de ser evacuados de casas que no eran suyas con vocablos sutiles, fueron reducidos a una plaga de insectos, a un estatus biológico inferior al del Homo sapiens por su apariencia desagradable.

Más allá de la temática típica de la ciencia ficción tenemos una realidad sociolingüística tangiblemente compleja. En un mundo cada vez más plural las personas ya no son estrictamente masas culturales catalogadas fácilmente con etiquetas rígidas sino que son entes con identidades individuales que pueden asociarse grupalmente. Asimismo, el ambiente que rodea a estas personas es una realidad con la cual se familiarizan y con la que se podrían afectar sus sentimientos si hubiera una escogencia de los términos errados que los definen. ¿Cuáles son, empero, esos “términos errados” y cuáles criterios nos hacen distinguirlos de aquellos que sí son acertados? Para la corrección política el asunto está zanjado, pero a decir verdad el idioma ha demostrado que este debate aún está abierto a discusión.

El discurso de las indirectas tiende a revolotear en vaguedades que pueden generar más roces de los que se quieren evadir; conversando con unos amigos de ello durante una lección de italiano salían palabras como diversamente abile para handicappato, uomo di colore para nero y extracomunitario para straniero. En español esta tendencia también se repite: afrodescendiente para negro, sexodiverso para homosexual, invidente para ciego y persona no humana para animal. Tanto en italiano como en español los términos políticamente correctos pecan de inexactos o hasta de igualar en significado a su equivalente políticamente “incorrecto”; alguien diversamente hábil puede serlo en cualquier cosa menos para levantarse de una silla de ruedas, un hombre de color puede ser europeo puesto que el blanco es un color, un extracomunitario no viene de la nación que lo hospeda, un afrodescendiente puede ser de ascendencia tunecina, un sexodiverso no es heterosexual, un invidente carece del sentido de la vista y una persona no humana podría ser una planta, un microorganismo, E.T. o el robot ASIMO.

Sin proponérselo, la corrección política ha logrado sacar del agua a los peces de su pecera. La protesiología lingüística, ya impráctica en la gramática y en la fonética, ahora lo es en la semántica, pues cree que el significado de una palabra en la lengua puede fabricarse con retruécanos tan burdamente hechos como la arroba de los plurales para nivelar los sexos e incluso se le olvida que quien busca profanar la honra de alguien no lo hace llamándolo extranjero, homosexual o autista sino sudaca, marica o mongólico. Por supuesto, la entonación en el habla y el contexto en el que ésta se desenvuelve son vitales para saber si en algún momento dado alguien dice peyorativamente minusválido, negro, ciego, animal y cualquier palabra que cause polémicas de esta índole. Aparte de eso, es ruin mofarse de las personas diagnosticadas con patologías clínicamente probadas con términos grotescos como sidoso; decirle a un paciente en la consulta médica que es seropositivo no lo es.

La corrección política, empero, no acaba ahí, ya que abarca también el léxico, como lo es pompis por culo, senos por tetas, caray por carajo, cónchale por coño, falo por güevo y boñiga por mierda. En entornos formales, como en las academias universitarias, los tribunales y los medios de comunicación, esto es claramente importante porque evita manchar de chabacanería lo que debe decirse con seriedad a un público amplio; la reputación profesional puede pender de un hilo por eso. En el lado opuesto, en entornos informales, como en charlas amistosas, música, literatura, blogs y redes sociales, esto tiene menos relevancia porque se habla con espontaneidad, sin la profundidad ni la erudición de un paper científico. Por ende, el apocalipsis del idioma no vendrá porque Juanes maldiga en La camisa negra, sino cuando sus hablantes dialoguen como graduados con PhD en la calle y como delincuentes barriobajeros en la televisión.

Hay quienes lamentablemente se pasan de la raya porque para dárselas de refinados forjan palabras dizque cultas para no ser vistos como groseros, o bien las cambian por sus sinónimos supuestamente porque el término más usado es chocante. Para estas personas los negocios comerciales aperturan porque si abren lo hacen como si fueran piernas femeninas, y los papeles se colocan sobre la mesa porque si se ponen es como si éstos hubieran sido los huevos de la gallina. Si estos perezosos de la lengua castellana dejaran la poltronería y revisaran el diccionario, abrirían sus mentes para luego ponerlas en su santo lugar, en vez de flipar con fantasías de verbos imaginarios o de ir con atribuciones de vulgaridad de las que no hay la menor evidencia.

Para finiquitar este segmento traigo una anécdota sobre cómo la corrección política tiene afición inescrupulosa por andarse en jerigonzas. Robert McCrum, William Cran y Robert MacNeil nos narran en su sensacional libro The Story of English que el coronel estadounidense David H. E. Ofgor, atosigado por la prensa sobre el recrudecimiento de las hostilidades habidas en Asia durante la Guerra Fría, dijo que la prensa no paraba de falsear la información sobre los movimientos bélicos de la aviación americana; para desmentir que había allí una carnicería, Ofgor dijo cínicamente: “no es bombardeo, es soporte aéreo”. Díganme ustedes: ¿quiénes recibieron ese “soporte aéreo”? Los vietnamitas. Con napalm. Interpreten mi silencio.

4. Sociedades y lenguas

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En Latinoamérica todavía hay ardientes rescoldos en los que la identidad nacional ha edificado una ideológica muralla de Adriano cuyo objetivo ha sido el de impermeabilizar al subcontinente de los fluidos culturales foráneos mientras se atrinchera en la seguridad de su terreno, impasible, en un estado de sempiterna resistencia a emprender el éxodo del país-caverna. Esto es puntualmente lo que vemos en un episodio de la celebérrima tira cómica de Quino en el cual Mafalda le dijo a Manolito que Argentina “no es un país extranjero”; enérgicamente molesta, Mafalda dejó pensativo a Manolito, quien siendo hijo de un inmigrante español dijo que su padre se fue del suelo europeo para pisar el sudamericano en el cual tuvo la oportunidad de inaugurar su almacén de víveres. En la cosmovisión de Mafalda, la comunidad de la Hispania contempla su americanidad tal como lo hicieron los sajones con los wealas, los celtas.

Sintiéndose satisfecha con aquello que tiene, Mafalda le otorga a su terruño albiceleste un espacio privilegiado, por lo cual ella se opuso a ser calificada de extranjera en su propio país. Al igual que los galeses, Mafalda rechaza la autoexclusión verbal pero tropezando con la misma piedra de los gentilicios que, siendo construcciones sociales, son geográficamente relativos, pues si fueran absolutos el padre de Manolito, y nunca el de Mafalda, sería un extraño hasta en su natal España. Es esta pugna entre polos divergentes la que atiende a la definición de identidad por Chris Barker en The SAGE Dictionary of Cultural Studies, en la cual las palabras se usan para etiquetar tanto a “nosotros” como a “ellos” de acuerdo a nuestras semejanzas y diferencias.

La utilización de esas palabras está atada a la empatía que siente una cultura por la suya o por la de sus vecinas, la cual puede estar enraizada en hechos históricos, estereotipos, virtudes, defectos o prejuicios. De este modo gentil y marrano no son vocablos peyorativos a menos que sean apuntados respectivamente a paganos y judíos, la selección neogranadina de fútbol es cafetera por el café colombiano y la gallegada nos hace pensar que hay cosas que identifican a los habitantes de Galicia de los demás españoles. Términos como estos son espejos que, aunque no tiene explícitamente el ánimo de meterlos a todos en el mismo saco de etiquetas, resumen a un epíteto la realidad o aquello que se asume como una realidad colectiva; son términos que rotulan una apreciación a menudo subjetiva de quienes expresan una cualidad que despierta nuestra atención. Aquí es donde la etimología vuelve a hacer acto de presencia.

Además, los coloquialismos, arcaísmos y vulgarismos son distintamente valorados a nivel diatópico, diastrático, diafásico y diacrónico. Gilipollas es una palabrota común en España pero no en América Latina, en entornos con mayor educación es preferible decir genitales que bolas y en el siglo XXI la adarga casi nunca se dice como sí se hacía en el siglo XVI. He aquí tenemos que a nivel léxico-semántico no hay un estricto canon a seguir como en la gramática y la fonética porque el único dictamen institucional es el contexto de los hablantes. Por eso es que el nombre científico del conejo, Oryctolagus cuniculus, es basto para Elmyra en el episodio A deletrear se ha dicho de Pinky, Elmyra y Cerebro.

El dibujo animado nos hace reír con una situación que parece descabellada: la de airarnos por palabras que son malsonantes pero sólo desde nuestro punto de vista. Ha de constar que esto no es una broma, pues según el periódico El Mundo hubo un estudiante musulmán que se sintió ofendido porque su profesor habló de los jamones de Trevélez en una clase sobre el clima y la actividad económica. Como aquel porcinófobo fiel del islam, hay personas que tienen la osadía de trasladar al idioma el haram de su cultura para después solicitar su imposición incluso a quienes no comparten sus ideas. Por tanto, la corrección política, lejos de ser una palanca para mover la piedra de la tolerancia, puede convertirse en una neolengua orwelliana que cercena la libertad de expresión.

Retomemos lo del sexismo, aunque sea efímeramente. Aunque las convenciones sociales han inclinado la balanza del lado del machismo en perjuicio de la mujer, eso no quiere decir que la lengua haya perpetuado esta ley del embudo; como se ha dicho previamente en este análisis, el idioma no tiene la intencionalidad de discriminar a nadie sino las personas que lo hablan. Eso sí, la pasmosa difusión de la misoginia verbal es un hecho, por lo cual términos como chuchumeco, si bien son despectivos indistintamente del género, se inclinan a tener connotaciones negativas más fuertes si es para describir a una fémina. Asimismo, perra es para una prostituta un sustantivo degradante que mediante el morfema masculino también acentúa la vileza del hombre, como acontece en los adolescentes corrompidos de la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.

Similar a las cuestiones de la nacionalidad, entre otras afines, en las del sexo no hay reglas taxativas sobre cuándo un vocablo puede ser humillante. Ninguna salvo el contexto y el hecho que el humano es, como dice la Política de Aristóteles, un “ser cívico” que para armonizar con sus semejantes está en el deber de convivir con ellos. Esta tarea sería titánica sin las perífrasis de la prosodia en las que en determinadas circunstancias una idea, potencialmente incómoda para el oyente, debe decirse con un toque de elegancia. Para ello hay varios métodos, como no tutear y usar frases interrogativas o en condicional más que en imperativo (e.g., ¿podría bajar la voz, por favor? en vez de ¡cállate la jeta, coñuetumadre!), aunque si se usa dicho modo verbal se puede hacer enfatizando con cuidado la entonación (e.g., por favor, baje la voz, estamos en la biblioteca). Pero esto no es corrección política. Es pragmática. Es tener cortesía.

5. Hacia la inclusión

Suscribo la opinión de José Flórez que, secundada por el periodista y muy amigo mío David Osorio, señala los estragos de la corrección política. Son tres las razones por las cuales la irracionalidad en la lingüística hacen que el lenguaje “incluyente” no sea inofensivo: uno, porque compromete la calidad de la educación al adulterar la gramática de la lengua en la que se imparte; dos, porque devalúa el activismo feminista al desviarlo de su lucha contra los problemas realmente importantes que se deben encarar; y tres, porque coarta las libertades individuales de los hablantes al obligarles a aceptar cánones lingüísticos cuya factibilidad es solamente teórica.

Me pasó hace unos días mientras asesoraba a una de mis clientes para proveer material didáctico infantil a una entidad pública. Luego de examinar y admirar el libro en cuestión la funcionaria (integrante de un gobierno cuya cabeza no se caracteriza exactamente por su buen castellano) formuló el único reparo: era necesario que el texto hablara sistemáticamente de “los niños y las niñas” o de lo contrario el Distrito, que promueve el lenguaje incluyente, ¡no podría adquirirlo! Grave, gravísimo: ahora la paráfrasis verbal y la cacofonía son componentes esenciales de la “revolución educativa” que se le prometió a Bogotá.

El lenguaje incluyente resulta además contraproducente como herramienta de lucha feminista. Andar por ahí hablando de “los niños y las niñas”, “los estudiantes y las estudiantes”, “los ciudadanos y las ciudadanas”, “los contribuyentes y las contribuyentes”, “los líderes y las lideresas”, no solo acusa falta de gusto e insensibilidad idiomática flagrantes sino que ridiculiza y con ello desvaloriza al feminismo serio, el que invierte su energía en obtener verdaderas conquistas sociales en lugar de dilapidarla en vendettas lexicales.

Y es que el lenguaje incluyente es justamente venganza y refugio del feminismo frustrado cuya premisa pareciera ser: como no pudimos acabar con la discriminación hagámoslo con el idioma. Ese mismo feminismo malogrado y mezquino que profesan las voceras de la “crítica metafísica” de la silicona y el botox. Mujeres que al parecer compensan la insatisfacción con su propio cuerpo pretendiendo imponer a otras lo que deben hacer con el suyo. Son mujeres que nunca entendieron la filosofía que subyace a todo feminismo inteligente: la defensa del imperio absoluto de la mujer sobre su vida, que desde luego incluye la libertad de agrandarse las tetas, aumentar el grosor de los labios o hacer desaparecer las arrugas por la única razón de que así lo desean.

Lo más vergonzoso es que la ignorancia se vende como pan caliente, como lo es en la Guía de comunicación no sexista publicado por el Instituto Cervantes en el 2011, el cual se puede desmentir en un santiamén con la Gramática práctica del español sacada a la luz irónicamente por la misma organización en el 2007, la cual fue escrita por María Victoria Pavón Lucero (no van a pensar que Pavón Lucero es una “ramera” financiada por el lobby del heteropatriarcado, ¿o sí?). Como la Guía, en Internet hay “manuales” que hacen afirmaciones a la ligera sobre lo discriminatorio que es el idioma de los Reyes Católicos mientras dan, dizque para borrar la exclusión en los hispanohablantes, propuestas que se desdicen de los conocimientos habidos sobre la lengua española.

Para colmo, es habitual que muchos de los partidarios de la corrección política son precisamente quienes no tienen formación profesional en lingüística o en filología, como docentes sin especialización en lenguas, abogados que les importa un bledo la escritura apropiada de las leyes y sobre todo políticos que hacen su agosto con el lenguaje “incluyente” para hincharse el pecho con su verborrea demagógica. Es una lástima que ya se hayan exteriorizado las consecuencias de dejar que la redacción de textos de envergadura se haga sin el debido asesoramiento en idiomas, como el libro del que habló Flórez y una Constitución latinoamericana que alardea de ser la mejor del mundo.

En efecto, esas no serían las peores secuelas que podrían desencadenar estos desatinos seudocientíficos; para ello hagamos una suposición, pero no con lenguas romances. Imaginen si en Afganistán se pudiera establecer la uniformidad del árabe, por lo cual los sustantivos masculinos y femeninos estarían a la par, como en el planteamiento hembrista del español de los nenes con las nenas, las nenas con los nenes. ¿Desaparecería, con esta medida lingüística, la discriminación a la mujer en esa nación? ¿Cesarían allí las lapidaciones, la mutilación facial, el abuso sexual y los atentados terroristas de los talibanes? ¿Se extinguiría el uso de la burka? No lo creo. A lo sumo esos problemas se vestirían con los ropajes carnavalescos del lenguaje “incluyente” para decirle a los países occidentales que las féminas no sufren vejaciones en su tierra.

Si en Medio Oriente esto se podría hacer a la perfección para esconder sus violaciones a los derechos humanos, ¿acaso Latinoamérica no sería igualmente capaz de hacerlo? Claro que sí; los países de esta región aún tienen innumerables ciudadanos con ideas conservadoras que les encantaría verlas camufladas con este lenguaje pretenciosamente “vanguardista”. Por eso digo que los cambios lexicográficos del idioma deben hacerse ante el respaldo de las evidencias mas no en los impulsos atropellados de quienes quieren ajustar los hechos a la gramática cuando es la gramática la que debe adscribirse a los hechos. Por ejemplo, de no haber sido porque se demostró que la homosexualidad no es una enfermedad mental los diccionarios no habrían cambiado la definición de esta palabra; algo similar pasa con términos como gitano y matrimonio, en los cuales se han disuelto los estereotipos raciales, así como la visión dogmática del matrimonio heterosexual.

Tessa Morris-Suzuki dice en Cultura, etnicidad y globalización. La experiencia japonesa que “la discriminación produce diferencia tanto como la diferencia produce discriminación”. Esto nos dice implícitamente que habrá discriminación y diferencia mientras un pueblo tenga motivos para dividirse de las demás según sus convicciones ideológicas, por lo que las complejas desigualdades en la sociedad son el sustrato del cual se emanan términos que entre sus objetivos está el de infravalorar a quienes no son como nosotros, a quienes no están dentro de nuestro círculo de camaradas. Por tanto, el equilibrio de la balanza no se puede decretar lingüísticamente sino que se debe concretar a través de las leyes, del ejercicio de nuestros derechos inalienables como ciudadanos y de un activismo que vele por ellos con acciones trascendentales.

La inclusión es un proceso aún en desarrollo porque tiene mucha tela que cortar. Es mucho el trabajo que se debe hacer para lograr que nuestra sociedad no condene a los discapacitados al desempleo, ni a las mujeres a tener un salario inferior al de los hombres, ni a los latinoamericanos a padecer de la exclusión en Norteamérica, ni a otros vejámenes de los que ya tenemos noticia. Si queremos que esa labor sea fructífera será mejor ponernos los pantalones para arrancar el árbol de la injusticia desde su raíz, no desde sus ramas; la esclavitud no se abolió llamando afrodescendiente al negro. Una persona, para demostrar que habla con decencia y sin segregar a los de su propia especie, no tiene por qué embrutecerse con el idioma como los necios de los grammar nazis; solamente tiene que usar la lengua tal como es y no como le gustaría que fuera. Aunque esto que señalo no es lenguaje “incluyente”. Es la función metalingüística de Roman Jakobson.

―¡Oh! Pues si no me entienden ―respondió Sancho―, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho; sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.

Fiscal has de decir ―dijo don Quijote―, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda. (Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, II, xix)

4 comentarios en “Los demonios lingüísticos de la corrección política

  1. Un único comentario, puesto que comparto en su totalidad lo escrito en este artículo: la humilde y abusada arroba (@) no es de origen informático sino comercial: es la abreviatura escrita del término «at a rate of» («a una tasa de», en inglés para comerciales) en cursiva escrita con pluma de ganso; el grafo fue adoptado cuando alguien diseñó el primer teclado de una máquina de escribir comercial y de ahí a las computadoras hubo sólo un salto. Tan es así que el nombre en inglés para la arroba es «At sign» y «Commercial At ». Salvo este detalle, comparto plenamente lo expresado en este texto, y es incluso refrescante saber que hay personas que de verdad comprenden el lenguaje. Un saludo cordial.

  2. Como los palabras y cero acción no pueden cambiar la realidad tuvieron que meterse con el lenguaje.. puesto que los libros, los caracteres y las palabras no se defienden o huyen…. o resisten o negocian. Esto muestra que no son ni siquiera capaces de ensuciarse las manos por cambiar las realidades sociales mediante el conflicto: como las conquistas sociales y la desobediencia civil, y la legitima competencia política. Para mi cosmovisión de nuevo aparece la metáfora de Evan Drince y Bill Williamson, personajes de la película Rampage. Y no suficiente con eso han creado adjetivos para legitimar comportamientos en los individuos con los cuales se sientan cómodos.

    http://www.lapulgasnob.com/2014/11/eufemismos.html

    El tipo se dice que es «políticamente incorrecto» pero me huele que ese termino es un eufemismo creado para hacer pasar por políticamente correcto actuar como un mal nacido o derechamente un hijo de perra.

    Saludos.

    • Hola, Ricardo, gracias por comentar.

      Los que están con la corrección política hablan más de lo que obran, y confunden la cortesía con andarse con medias tintas para afrontar los problemas sin pelos en la lengua. Es singular que en Francia, por ejemplo, se haya dado un avance a la igualdad de la mujer al eliminarse la burka y al mismo tiempo hay grupos de hembristas francesas que no lucharon por eso, sino por tratar de reformar la lengua francesa al solicitar que quiten madmoiselle del diccionario. Increíblemente estúpido ese comportamiento, pero es cierto. Y lamentable.

      Hay por supuesto quienes son como el tipo de la viñeta de Diplotti, la cual ilustra magníficamente el modo en que algunas personas, para dárselas de libertinas, hablan soezmente y dicen después que llaman las cosas por sus nombres. Curioso que el chico de la derecha de la viñeta sea homófobo y culpe a la adolescente de su embarazo sin pensar en el contexto de su gestación, porque pudo ser por una violación o tal vez porque por irresponsabilidad con la pareja quedó preñada. No observa los matices de los hechos sino que se adelanta a ponerles etiquetas a lo loco. Eso no se vale. Eso no es objetividad.

      Saludos :-)

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